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26J, Podemos y la Unión Europea

Fuentes: Vocesenlucha.com

Analizar lo que ha pasado en el Estado español en las últimas elecciones del 26 de junio sólo es posible entrando en conjeturas personales. Intentaremos pues hacer un análisis poniendo sobre la mesa algunos elementos de la actual realidad electoral pero sin permitirnos llegar a más conclusiones de las que cada cual pueda y quiera […]

Analizar lo que ha pasado en el Estado español en las últimas elecciones del 26 de junio sólo es posible entrando en conjeturas personales. Intentaremos pues hacer un análisis poniendo sobre la mesa algunos elementos de la actual realidad electoral pero sin permitirnos llegar a más conclusiones de las que cada cual pueda y quiera sacar con estas y otras claves.

Han pasado 6 meses desde las elecciones generales del 21 de diciembre, donde por primera vez en la historia de la llamada democracia española el bipartidismo efectivo, dominado en los últimos años por el Partido Popular (PP), y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), se tambalea. PP y PSOE, dos partidos que fuera de ciertas medidas de carácter más o menos progresista, en lo fundamental, es decir, en lo económico, han respondido a los mismos patrones, nunca mejor dicho. Felipe González abrió la veda, metiéndonos de lleno en el mismo neoliberalismo que practicaron adalides como Augusto Pinochet en Chile, Margaret Thatcher en Inglaterra o Ronald Reagan en EEUU. Desde entonces, lo único que ha cambiado en el país ha sido el gobierno encargado de aplicar las medidas neoliberales diseñadas en despachos siempre ajenos a los intereses de la mayoría. Unas veces PSOE, otras PP. Así se aseguraba la alternancia necesaria para que la supuesta democracia no oliera demasiado. El mismo amo con distinto rostro.

La estabilidad bipartidista comenzó a tambalearse cuando, a cuatro meses de ser fundado Podemos en enero de 2014, en las elecciones al Parlamento europeo consiguen 5 eurodiputados. Desde ese momento, el crecimiento en intención de voto es asombroso. Recogiendo gran parte del espíritu del 15M, capitalizó la indignación de la población y se convirtió en referencia para los hastiados de la rancia arena política, en un país donde la crisis adquiría características cada vez más dramáticas.

Podemos llega para «patear el tablero» precisamente recuperando la «centralidad del tablero». Para ello, renuevan las formas de la izquierda llegando en ocasiones incluso a negar su pertenencia a la misma. «No somos ni de izquierdas ni de derechas, somos los de abajo y vamos a por los de arriba». Dominan las redes sociales e irrumpen en los medios de comunicación tradicionales con una campaña fresca y diferente. Se meten en las casas por medio de un instrumento olvidado para la izquierda, la televisión, ocupando horas y horas en todo tipo de espacios. Su objetivo: conquistar los corazones de la gran mayoría social para hacerse con las instituciones, demasiado tiempo en ajenas manos de porcelana. Miden su lenguaje, moderan sus formas. Abandonan los viejos discursos de autoconsumo de izquierdas que habían demostrado quedarse en una marginalidad electoral. Proyectan ilusión y optimismo. «Podemos ha nacido para ganar». Y se ganan a la gente. Esta táctica, sin duda efectiva en términos de votos, demuestra sus ventajas y sus inconvenientes.

El poder queda consternado. Pero pronto comienza a hilar su estrategia. El PSOE cambia sus viejas y desgastadas figuras, que quedan manejando los hilos tras bambalinas mientras un títere prefabricado llamado Pedro Sánchez asume aparentemente el timón, que no el control. El PP queda paralizado intentando tapar con un dedo los innumerables casos de corrupción que le salpican en su rostro de escaparate inmaculado. Rajoy hace equilibrios para mantenerse a flote. El poder de este circo capitalista con mueca neoliberal sigue pensando. Y da su golpe maestro regenerador de la derecha impulsando un partido que había nacido de una plataforma catalana, Ciutadans, con un discurso españolista en contra del monstruo del independentismo catalán. Su expresión nacional, Ciudadanos, con Albert Rivera como niño bueno a la cabeza, comienza a crecer financiado por los grandes poderes económicos y financieros. Con la lección bien aprendida, y aunque en las antípodas ideológicas de Podemos, llegan con una táctica y un discurso muy similar y logran hacerse un hueco en el famoso tablero, obteniendo una alta intención de voto que le disputa la frescura a la formación morada. Se llega a hablar de dos bipartidismos, uno por arriba y otro por abajo.

Llega el momento de las elecciones del 20 de diciembre de 2015. El PP, con 123 escaños (63 menos que en 2011), se vuelve a confirmar como primera fuerza. PSOE, con 90 (pierde 20) se hace con el papel secundario en su peor resultado en democracia. Podemos hace historia con 6 millones de votos y 69 diputados. Ciudadanos obtiene 40. Hay un problema. Ninguna de las fuerzas en solitario obtiene los 176 escaños necesarios para poder gobernar. Hay que hacer alianzas. Comienzan los coqueteos electorales. Las matemáticas del escaño pueblan pantallas y periódicos.

Si el PP y Ciudadanos pactan, la alianza más lógica, no salen las cuentas. Mantienen pues una distancia interesada. El PSOE tiene que hacer el paripé de intento de acercamiento a Podemos. Venden la idea de que éste es demasiado ambicioso en sus peticiones. Pero el PSOE nunca habría pactado con Podemos. El mismo Felipe González dijo hace unos días que Podemos no puede ser socio del PSOE. Después de ensayar malabarismos y acrobacias, el PSOE comienza a coquetear con Ciudadanos y firman un extraño acuerdo que no sirve para nada. Necesitan al PP, pero esa alianza huele demasiado. No hay acuerdos. Las elecciones amenazan con repetirse.

Por vez primera el campo democrático se abre a más formaciones pero la mayoría de la ciudadanía se muestra preocupada. Da la sensación que lo único que preocupa a algunos sectores es la gobernabilidad. Como si no importara qué gobernabilidad. En esta clave los medios de comunicación intentan manipular las conciencias de la ciudadanía para desgastar a Podemos, acusándolos de haber tirado tanto de la cuerda que se llega a romper.

Antes de los nuevos comicios del 26 de junio aparece un nuevo factor que amenaza con modificar radicalmente el escenario anterior. Podemos e Izquierda Unida (IU), junto con otras «fuerzas del cambio» se unen en una confluencia llamada Unidos Podemos. Todas las encuestas les sitúan como segunda fuerza después del PP, a varios escaños del PSOE, e incluso algunas, en los últimos momentos, hablan de empate técnico con el partido de Rajoy.

Llega el 26J y las previsiones se desvanecen. El mapa político apenas cambia. El PP, a pesar de la corrupción, gana 600 mil votos y 14 diputados, volviendo a quedar primero. Rajoy, henchido, ensaya un discurso españolista y rancio. El PSOE pierde 5 escaños pero se ratifica como segundo. Pedro Sánchez roza el esperpento afirmando que se confirman como «el partido hegemónico de la izquierda». Podemos pierde más de un millón de votos, pero obtiene 71 escaños por el aumento del 3% en la abstención. La dirigencia comparece con expresión de funeral. Ciudadanos pierde 8 escaños y sigue en cuarto lugar. «No podemos hablar de fracaso», afirma Rivera.

Respecto a lo sucedido con Unidos Podemos, son muchas las versiones. Hay quien señala como factor del desplome en votos a la confluencia con IU. Otros hablan de una campaña tibia y conservadora, plegada a la corrección clásica de los demás partidos. Según el filósofo Carlos Fernández Liria en su artículo «30J», las encuestas ni estaban manipuladas ni se equivocaron; ese millón de personas iba a votar por Podemos pero en el último momento, sencillamente, no lo hizo. Pablo Iglesias le añadía estos días el ingrediente del miedo, el miedo de la gente ante la posibilidad certera de que pudieran ganar. Hay otros aspectos a tener en cuenta, como el desgaste desplegado en estos seis meses por los medios de comunicación hacia Podemos. Tampoco habría que descartar el intento de negociación con el PSOE, el otro «partido del régimen», no comprendido por muchos. Lo que no se puede negar es que independientemente de las lecturas derrotistas que muchos están haciendo, lo conseguido por Podemos, 71 escaños en un parlamento hasta hoy oxidado, es histórico. Y ahora llega una nueva etapa en la que hay que mucho que construir. Y llega de nuevo el insidioso momento de la negociación, el paripé hipócrita de las manos tendidas donde Unidos Podemos tendrá que ensayar la habilidad de entrar en el juego sin desgastarse. Veremos.

Hace muchos años que para comprender lo que sucede en el Estado español hay que abrir obligatoriamente las fronteras de la mirada y tener una visión Europea. La Unión Europea ha decidido más en España en los últimos años que cualquiera de los gobiernos de turno, que se han limitado a obedecer servilmente a cambio de mantener sus cotas de poder. Hoy la Unión Europea tiene sus siervos y sus patrones. Su centro y su periferia. Alemania es el amo y países como España, Grecia, Italia o Portugal sus necesarios siervos. El Estado español tiene una deuda pública de 1,095 billones, el 100% del PIB, contraída mayoritariamente por el rescate bancario. Resultado directo de las prescripciones impuestas desde la Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional)

La Unión Europea anuncia nuevos ajustes y sólo se espera un partido fiel que los aplique en el Estado español. Pero la Unión Europea está en crisis, en decadencia. Una Europa que promueve guerras imperialistas y que luego vergonzosamente cierra las puertas a los refugiados, personas de hueso y carne que huyen de dichas guerras. Una Europa a la que las balas por primera vez le salpican en la cara mediante los fanatismos que ellos mismos alientan, como los recientes atentados en Estambul. Una Europa dispuesta a dar un golpe de estado financiero aleccionador como el que se vivió en Grecia. Una Europa donde la extrema derecha es una bestia rejuvenecida que amenaza con seguir creciendo ante una sociedad, la occidental, que ha perdido la brújula y donde los valores sólo son buenas intenciones en el papel mojado de la vida cotidiana. Una Europa llanamente borracha de sí misma. Una Europa borracha de occidente.

Nos han vendido tanto el mito de la Unión Europea que todos nos los creemos sin apenas discutirlo. Esta unión nunca fue la unión de los pueblos. Sí en cambio, la unión de los grandes intereses para cambiarnos la vida para peor. Hoy, cuando una Gran Bretaña que nunca abandonó su moneda acaba de votar en referéndum salirse de la Unión Europea en lo que se ha conocido como el Brexit, ya es hora de que se propague el debate sobre si queremos o no seguir participando en este teatro de entrada única para fantoches financieros.

La civilización occidental está tocando fondo. Los mitos con los que nos educamos se están desmoronando. Y esto es esperanzador. Pero también peligroso de no gestionarse adecuadamente.

La crisis de valores en la que nos encontramos hace necesario replantearnos nuestras estructuras mismas, las bases más profundas sobre las que hemos crecido y nos hemos educado. Y para eso necesitamos de ciudadanos valientes dispuestos, primero a confiar en nuevas fuerzas políticas, es cierto. Pero ante todo necesitamos sujetos valientes dispuestos a volver a hacer esfuerzos, a no delegar, a no dejar a otros algo tan importante como es la política. Toda reconfiguración de valores implica renombrar de nuevo las cosas. Hay quien habla de crear nuevos términos. ¿Para qué, para que los vuelvan a ensuciar o para que se vuelvan a apropiar de ellos? Son muchas las palabras que tenemos la obligación moral de renombrar, resignificar y darles el respeto que se merecen. Participación, cooperación, comunidad, solidaridad, socialismo, comunismo. La misma palabra izquierda. Pero antes de todo eso, deberíamos comenzar por devolver la dignidad a la palabra política. La política no puede seguir identificándose con unos señores con corbata sentados en un ajeno parlamento y borrachos de corrupción. La política no puede seguir identificándose sólo con lo electoral. Una sociedad que ha perdido la confianza en la política es una sociedad que se desentiende de la política, y por tanto una sociedad manipulable.

La política no es otra cosa que la administración de la cosa pública, la cosa de todas y todos. La cosa pública merece respeto y la cosa pública impone derechos y exige obligaciones. Y nuestra primera obligación es volver a hacer política. Volver a hacer política desde las bases. Cómo se hace eso, se preguntarán algunos. Tan fácil como difícil: volviendo a crear lazos, instrumentos para la participación, para practicar aquello que han conseguido robarnos: la comunidad. Para discutir las cosas aparentemente más pequeñas: las de nuestros barrios. No hay que inventar nada nuevo, esos instrumentos ya existen y existieron. Se llaman asociaciones vecinales, barriales, deportivas, cristianas, frentes o asociaciones de defensa sobre vivienda, educación, sanidad, medio ambiente, integración, mujer, … Movimientos y organizaciones sociales. Actores que deberán interactuar con las instituciones. Y en dichas instituciones, las fuerzas del cambio tienen la responsabilidad, además de sus labores como concejales o diputados, de facilitar dicho diálogo e incluso de crear y fortalecer, sin cooptar, el tejido social del que hablamos. Hacer esto, junto a una imprescindible formación política, ideológica, y antes de todo ética, es el único modo de recuperar la centralidad del tablero de la que tanto se habla gracias a Podemos, la de la política practicada en cualquier arena de lo cotidiano e incluyendo a todos los agentes de la sociedad. Sí, a todos, incluidos a aquellos que nos joden la vida para que, mediante nuevas obligaciones acordadas por la mayoría, dejen de hacerlo porque sencillamente no les dejemos.

Raúl García Sánchez. Antropólogo de Vocesenlucha

Vocesenlucha.com