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Por qué en Uruguay sólo se han identificado cuatro desaparecidos en 40 años de búsqueda

Fuentes: BBC

Uruguay es un país pequeño: 176.000 kilómetros cuadrados. Para los familiares de los 194 desaparecidos registrados durante el gobierno cívico militar, entre 1973 y 1985, es enorme como Rusia, como China. Inabarcable: en 40 años de búsqueda sólo se han hallado e identificado cuatro cuerpos. Y las pistas del paradero de los restantes se desintegran […]

Uruguay es un país pequeño: 176.000 kilómetros cuadrados. Para los familiares de los 194 desaparecidos registrados durante el gobierno cívico militar, entre 1973 y 1985, es enorme como Rusia, como China.

Inabarcable: en 40 años de búsqueda sólo se han hallado e identificado cuatro cuerpos.

Y las pistas del paradero de los restantes se desintegran con el silencio de los militares uruguayos.

«Te sentís completamente insignificante. Es una sensación de impotencia brutal: si no tenés información, ¿cómo hacés para encontrar a la persona que estás buscando?«, nos dice Ignacio Errandonea.

Lo más llamativo en la figura de Ignacio es su parecido con el filósofo Federico Nietzche: el cabello en desorden, un bigote frondoso y entrecano con algunos pliegues amarillos por el efecto del humo del cigarrillo.

Tiene 62 años y ha pasado las últimas cuatro décadas buscando a su hermano, Juan Pablo Errandonea, quien desapareció el 26 de septiembre de 1976.

A diferencia de lo que ocurrió en Argentina y Chile, donde los procedimientos de tortura y desaparición de los gobiernos militares de aquellos años fueron documentados y abrieron las puertas para la ubicación de centenares de cuerpos de los desparecidos, en Uruguay la norma ha sido quedarse callado.

El excoronel Guillermo Cedrés, presidente del Centro Militar de Uruguay -una institución que reúne a varios de los militares retirados-, hizo un resumen de esos 40 años de penumbras en una frase:

«Conmigo y con el 99% de la fuerza no van a averiguar nada porque no sabemos», dijo pocas horas antes de una marcha para recordar a los desparecidos en julio de 2015.

Y agregó: «Acá se produjo, lamentablemente, una guerra muy fea, muy atroz. Y que a veces las personas, por intereses personales, piensan solamente eso y no piensan que el funcionamiento de un país es bastante más que eso».

O sea, caminar en tinieblas.

Recién en 2005, 20 años después del final del gobierno militar, se logró crear el Grupo de Investigación en Antropología Forense (GIAF), similar al renombrado equipo forense argentino EAAF, para comenzar a buscar los cuerpos.

En diez años – con suerte y ardua excavación centímetro a centímetro en 15 grandes predios, sobre todo militares-, han encontrado a Fernando Miranda Pérez y Ubagesner Chaves Sosa en 2005; a Julio Castro Pérez en 2011 y a Ricardo Alfonso Blanco Valiente al año siguiente.

«Sin que te den un dato es como si tiraran una moneda en la maleza: ¿cómo haces para encontrarla? Eso te sobrepasa», dice Ignacio mientras aspira un cigarrillo y mira el patio del batallón 14 del ejército uruguayo, donde fueron hallados dos de los grupos de restos óseos.

El robo

En Montevideo el otoño se precipita sobre la ciudad en forma de aguacero. Son las seis de la tarde del primer día de abril y una multitud se aglomera en el número 1600 de la avenida Paysandú, cerca de la sede del laboratorio del GIAF.

La razón: una semana antes, alguien ingresó a las oficinas del GIAF y se robó los discos duros, carpetas que contenían información sobre las labores de excavación y otros datos clave para la labor del equipo. Los desconocidos no causaron destrozos: sólo se llevaron materiales de trabajo.

Pero el detalle que sacó de quicio a los antropólogos fue un mapa de la capital uruguaya colgado en la pared donde, con círculos, los ladrones marcaron los puntos de las viviendas de los investigadores.

Y lo dejaron como recuerdo.

«Cuando hacés un trabajo como éste, sabés que hay riesgo, pero cuando te mandan un mensaje que involucra a tu familia, ahí ya no te sentís cómodo», le explica a BBC Mundo la antropóloga Alicia Lusiardo, antropóloga del GIAF.

«¡No tenemos miedo, estamos presentes!» grita la multitud que marcha ese viernes bajo la lluvia durante dos kilómetros hasta la plaza de la Libertad.

Alicia habla despacio, en orden, es cálida y sus palabras silban a un ritmo parecido a la música. Ella hace parte del grupo de arqueólogos que, con la ayuda del EAAF argentino, inició la tarea de búsqueda de desaparecidos en el país más pequeño de Sudamérica.

«Durante 20 años no se hizo mucho, muchos pensabas que al comparar la cantidad de desaparecidos en Uruguay con los de Chile (unos 3.000) o los de Argentina (hasta 30.000) no eran muchos. Pero ese no es el caso, teníamos que hacer algo aunque fuera solo uno».

La izquierda de Vásquez

Solo con la llegada de Tabaré Vásquez a la presidencia del país en 2005, los procesos dormidos en el país comenzaron a ponerse en marcha.

Pero en un principio hubo miedo, silencio. Era jugar de visitante en una dinámica política donde no había lugar para el juicio y castigo de los culpables de aquellos años.

En Uruguay la mayoría de las denuncias, relatos, llamadas anónimas, panfletos con información del paradero de los desparecidos conducen a los mismos espacios: los batallones del ejército.

«A diferencia de lo que pasó en Argentina, en Uruguay a los desaparecidos los enterraron en campos militares, donde nos toca lidiar con otros tipos de terreno, un poco salvaje y dificultoso», dijo Alicia.

Excavan en los fondos de batallones, el patio trasero ganado por la maleza donde, muy cerca, se sienten los disparos de los nuevos militares en formación.

Y cada búsqueda dentro de un predio castrense para Ignacio es una especie de tortura. Allí sólo han permitido el ingreso de los antropólogos mediante órdenes judiciales; él ahora acompaña como vocero de la agrupación Familiares de Desaparecidos.

Desaparecidos en Uruguay Desde 1973 hasta 1985

192

desaparecidos fueron reportados por los organismos de Derechos Humanos

  • 4 fueron hallados en los últimos 10 años.

  • 20 años pasaron desde el fin del gobierno de facto hasta que se encontró el primer cuerpo de un desaparecido (2005).

Fuente: GIAF

«Cada vez que camino por un predio militar siento que piso los restos de mi hermano».

Blanco Valiente

Desde el borde de un agujero rectangular de piedras y tierra, Ignacio Errandonea mira el fondo, ahora cubierto de maleza. El rectángulo es una fosa excavada en marzo de 2012 en terrenos del Batallón 14 de Infantería Paracaidista, en el departamento de Canelones, vecino a Montevideo.

Las coordenadas conseguidas en una denuncia anónima estaban en lo cierto. En esa fosa fue hallado el cuerpo de Ricardo Blanco Valiente, un militante de la izquierda uruguaya que fue desaparecido el 15 de enero de 1978.

Ignacio vivió de cerca aquel proceso porque pensó que podría tratarse de su hermano. ¿Cómo no anhelarlo? Pero no: tras meses de sondeos y excavaciones, de retirar la tierra colorada que sostiene esta zona del oriente de Montevideo, se hallaron los restos de Blanco Valiente. Un poco antes, y un poco más cerca del campo de tiro, habían salido a la luz los de Julio Castro, otro militante.

«Vos mirás acá alrededor y pensás que tu hermano puede estar en cualquier lado».

«Cuando ves este campo te das cuenta de la magnitud del trabajo que tenés por delante y te sentís insignificante… sentís que no podés con todo», dice Ignacio en el filo de la fosa, mientras se fumaba otro cigarrillo.

El humo se filtra por su bigote espeso mientras se queda mirando en dirección al batallón.

«Fíjate que en mi caso es una vida: yo tenía 22 años cuando desapareció mi hermano y ahora tengo 62. Toda una vida dedicada a buscarlo«.

El hueso

La excavación para la extracción de ambos cuerpos terminó en 2012 y la hierba comenzó a cubrir el fondo del lugar.

No ha habido más cuerpos ni huesos desde entonces, aunque el proceso de indagar en la historia que inició Uruguay ya no tiene retorno y los antropólogos siguen sondeando, evaluando, preparando pala y cucharín ante cada dato viable que reciben.

Y no se rinden.

«Cuando los criminales saben que no hay castigo, elevan cada vez más su nivel de brutalidad. Por eso hay que buscarlos», explicó Luisardo.

Cada pedazo de hueso es un camino.

«El hueso es la última parte del ser humano en degradarse, la última opción de decir la verdad. Tiene una relevancia importantísima, es el último grito de verdad«, dice Luisardo.

Aunque haya que sacar 18 mil toneladas de escombros para hallar un fragmento.

Fuente: http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-37423970