¿Se puede ser de izquierda haciendo causa común con el imperialismo? se pregunta Fonseca Terán en una reciente columna suya dirigida contra de «algunos izquierdistas de cafetería y cantina, minoritarios en el mundo pero bastante dañinos, que mientras se unen a las vociferaciones del imperialismo y la derecha contra nosotros, desde el extranjero nos acusan […]
¿Se puede ser de izquierda haciendo causa común con el imperialismo? se pregunta Fonseca Terán en una reciente columna suya dirigida contra de «algunos izquierdistas de cafetería y cantina, minoritarios en el mundo pero bastante dañinos, que mientras se unen a las vociferaciones del imperialismo y la derecha contra nosotros, desde el extranjero nos acusan de no ser un gobierno de izquierda».
Sin embargo, considerando la amplitud y variedad de corrientes que hoy día se identifican a sí mismas como de izquierda, esta pregunta primero necesita ser precisada. En efecto, si por izquierda entendemos solo a las fuerzas políticas que orientan día a día sus luchas teniendo como objetivo la superación del capitalismo en una perspectiva socialista, entonces la respuesta es, obviamente, negativa.
En cambio es claro que esa otra «izquierda», en gran parte agrupada en la «Internacional Socialista» de la que en las últimas cuatro décadas ha formado parte el FSLN junto a partidos como el Laborista de Israel, el PSOE de España, Acción Democrática de Venezuela o el Partido Radical de Chile, que solo se orienta a constituir una alternativa «antineoliberal» y «progresista» en el marco del capitalismo, suele efectivamente hacer causa común con el imperialismo.
Además, junto con la necesidad de precisar la pregunta se hace necesario incorporar también otra arista del problema no contenida en ella, para señalar que si bien no se puede ser parte de una izquierda anticapitalista, es decir revolucionaria, haciendo causa común con el imperialismo, sí es posible en cambio que una fuerza política adopte posiciones antiimperialistas sin ser necesariamente por ello de izquierda.
Este último ha sido el caso de los regímenes populistas que buscaban abrir paso en sus países a un desarrollo capitalista propio, independiente del imperialismo, o defender los intereses nacionales de sus países frente a la actuación agresiva del imperialismo y sus aliados en su región, como fue el régimen de Nasser en Egipto, o es actualmente el caso, por ejemplo, de los regímenes iraní o sirio.
En consecuencia, el mero antiimperialismo, sea que se traduzca efectivamente en los hechos o sea que constituya en gran parte un ingrediente discursivo puramente retórico, no basta para definir a un gobierno o a una fuerza política como de izquierda, y menos aun si a lo que aludimos con ello es a una izquierda de carácter clara y definidamente anticapitalista. Y en esto hay que dejar que sean los hechos los que hablen.
Lo realmente clave en esto es que, para toda izquierda genuinamente anticapitalista, el lugar central en sus definiciones programáticas y en su línea política, y por lo tanto en su actuación práctica cotidiana, lo ha de ocupar la lucha por abrir paso y hacer valer los derechos, intereses y aspiraciones de justicia y emancipación social del pueblo trabajador, transformando a éste en el real protagonista de esa lucha.
¿Cómo sintoniza esto con el pacto político Ortega-Alemán primero, la posterior derogación de la legislación de aborto terapeútico y luego la política económica de «consenso» con el gran empresariado nacional y extranjero, del que participan directamente muchos altos personeros del orteguismo, y finalmente la brutal represión desencadenada contra quienes salieron a protestar por infame el recorte a las pensiones?
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