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250 millones de menores viven esclavizados

El más horrendo crimen de la humanidad

Fuentes: Rebelión

«Era remolcador de carretilla, es un trabajo muy duro. Está en pendiente y la carretilla pesa toneladas. Subes, descargas y bajas muy rápido, pues para cobrar nuestra paga hemos de llegar a la cantidad ordenada».Esta es parte de la historia de un pequeño de 14 años, obrero de una mina, que se vio obligado a […]

«Era remolcador de carretilla, es un trabajo muy duro. Está en pendiente y la carretilla pesa toneladas. Subes, descargas y bajas muy rápido, pues para cobrar nuestra paga hemos de llegar a la cantidad ordenada».

Esta es parte de la historia de un pequeño de 14 años, obrero de una mina, que se vio obligado a dejar su empleo debido a un accidente.

Aunque muy dolorosa, no es la más dramática, porque él es uno entre los más de 250 millones de menores que en todo el orbe viven esclavizados, como resultado de la pobreza, de las políticas del comercio mundial, de los conflictos armados, de la negligencia de los gobiernos, de la disolución familiar…

Las minas y canteras de África, Asia y Latinoamérica sepultan a miles de criaturas que dejan allí sus vidas por el calor, la humedad y las amenazas de derrumbes.

Solamente en Asia está el 60 por ciento de los niños esclavos del planeta, que por ejemplo en Pakistán pasan horas y días tejiendo alfombras en posturas que les dejan enanos, deformados y con problemas respiratorios por inhalación de polvo de fibra y algodón.

En Nepal, India, Tailandia y otros países asiáticos una cifra superior al millón de chicos tiene vínculo con la prostitución, y algunos medios de prensa de esas naciones muestran testimonios de muchas niñas violadas, lo que supone que el capítulo de la explotación sexual sea de los más terribles y extendidos.

Serían interminables las listas de formas de explotación infantil, y de países que las admiten: los picapedreros de Bangladesh, en fábricas de vidrio con temperaturas de 50 grados e intensos ruidos; las tres mil 500 familias que viven en los basureros de Manila, compitiendo por encontrar lo mejor entre los desechos…

Qué decir de los 450 mil infantes de la guerra que empuñan las armas que les quitan sus propias vidas.

Este fenómeno es antiquísimo, pero en realidad el empleo de mano de obra infantil comenzó a verse como un problema con la revolución industrial en la Inglaterra del siglo XVIII, cuando los dueños de las fábricas de algodón recogían niños desde cinco años en los orfanatos o se los compraban a gente pobre.

Largas y extenuantes jornadas de trabajo conllevaron a la aparición de leyes en defensa de los menores, muy poco cumplidas, y la realidad actual continúa desafiando esa esperanza.

Cierto es que ha ido en aumento la conciencia de la comunidad mundial en torno al tema, pero la Convención de la Organización Internacional del Trabajo de 1999 no encuentra aún expresión concreta en la mayoría de los países.

Por suerte ya se escuchan las voces de los propios niños que por ejemplo en la India, Pakistán, Filipinas y otros países se manifiestan exigiendo el fin de su esclavitud, y también son muchos pero no suficientes los adultos apegados al empeño de eliminar esta barbarie en pleno siglo XXI.

Sin embargo, es tal la complejidad del problema, que para lograrlo, los gobiernos deberán hacer serias transformaciones en los presupuestos, en los sistemas educacionales, en los programas de alivio a la pobreza, e incluso en las prácticas culturales.

Un estudio de investigación conjunto entre el fondo de las Naciones Unidas para la Infancia y la Familia (UNICEF) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), acerca del despido de menores en la industria textil de Bangladesh en la década de los 90 del pasado siglo, demostró que este es asunto muy complejo.

Resulta que, de los 55 mil niños estimados que perdieron sus trabajos, ninguno volvió a la escuela; la mitad buscó empleo otra vez, y los acogió el sector informal, la mayoría en labores domésticas en condiciones peores a las anteriores.

Estudios recientes evidencian que ellos mismos prefieren alternar el trabajo y la escuela para así ayudar a la subsistencia de sus familias.

La indiferencia y la conformidad en torno a este mal tienen que desaparecer. La solución está en ir a sus verdaderas raíces y en que los seres honestos de este mundo lo combatan enérgicamente porque en realidad lo perciban como el más horrendo crimen de la humanidad.