Traducido para Rebelión por Rodrigo Santamaría
Las acusaciones de Noah Cohen sacan a relucir cuestiones interesantes acerca de la defensa de los principios y del realismo. Centrándonos en este caso en particular, la defensa de los derechos de los palestinos. El tema fundamental tiene que ver con lo que pueden hacer los que se preocupan por los palestinos, que han sufrido mucho y se enfrentan con un futuro más miserable, a no ser que encontremos medios de revertir el proceso.
Entre las opciones bajo discusión están las soluciones de un estado y la opción binacional. Son muy diferentes. Hay muchas formas de multinacionalismo en el mundo: Suiza, Bélgica, España, etc. El concepto es un término encubierto para acuerdos que permiten la autonomía de grupos dentro de sociedades complejas, no necesariamente sólo para aquellos que quieren verse como «naciones». Esto es muy diferente de los sistemas de un estado, sin ningún tipo de autonomía para sus comunidades. En los Estados Unidos, por ejemplo, los latinos no tienen autonomía o control sobre el lenguaje o la educación en las áreas que se robaron mediante la violencia a México; nada parecido, por ejemplo, a la autonomía de Cataluña, por mencionar uno de los muchos casos de multinacionalismo.
Volvamos al tema que nos ocupa. Antes de 1948, el apoyo al binacionalismo era minoritario dentro del Sionismo. De 1967 a 1973 Israel tuvo una oportunidad real de instituir un asentamiento binacional en Cisjordania en el contexto del tratado de paz firmado con Egipto y Jordania, y por ende con el resto del mundo Árabe. No hubo interés en hacerlo. La OLP tampoco tuvo interés. La opinión influyente de los Estados Unidos estaba claramente en contra. Mis propios escritos sobre la materia fueron atacados desde todos los lados.
Después de la guerra de 1973, esa opción quedó totalmente cerrada. Los derechos nacionales de los palestinos fueron, por primera vez, expuestos claramente en la arena internacional. Una idea de asientamiento de dos estados se llevó al Consejo de Seguridad de la ONU en enero de 1976 y fue vetada por los Estados Unidos, algo que condenaron Siria, Jordania, Egipto y la OLP. Desde entonces ha habido un amplio consenso internacional a favor de los dos estados, bloqueado únicamente por Estados Unidos e Israel.
En contraste, no ha habido apoyos para una solución de un estado por parte de ninguna parte significante durante este periodo. Ni siquiera se ha considerado como opción. La OLP habló sobre un «laicismo democrático», pero de forma que se eliminaran todas las instituciones políticas, sociales y culturales judías dentro de la «nación árabe». Sólo con esta razón (hay muchas más), bastó para que la idea no tuviera impacto, excepto como arma para los defensores del no-diálogo de Estados Unidos e Israel. Estas materias se discutieron en los 70, hay una breve reseña en mi libro Hacia una nueva Guerra Fría (1982, pág. 430). Decir que la idea no tuvo apoyo en Israel es ser demasiado generoso. Se rechazó por unanimidad y con un fervor considerable, y se habría rechazado igual si las bases para un laicismo democrático hubieran sido más serias. Bajo la (inimaginable) circunstancia de que hubiera habido un desarrollo de la idea mediante apoyo internacional, Israel se habría opuesto por todos lo medios: eso incluye armas nucleares, que posee y puede usar.
Desde los 90, el «asentamiento de un estado» se ha convertido en un tópico de discusión en círculos de élite, tanto que el New York Times Magazine y el New York Review of Books han publicado grandes reportajes acerca de esta solución (no diré que a favor de la misma, por razones a las que luego volveremos). Lo mismo ha ocurrido en círculos similares. Es útil tener en mente que cuando la solución era realista y pudo haber evitado un montón de sangre y agonía, fue un anatema. ¿Por qué el cambio? La única explicación que he encontrado es la que aparece en mi entrevista con Shalom-Podur, que no repetiré. Pero dejemos esto de lado y volvamos a la situación actual.
Quizá hace falta aclarar el asunto desde otro punto. Los programas de acción a veces olvidan el «realismo» o «pragmatismo» porque parece que están en contra de «actuar según nuestros principios». Es un craso error. No hay nada de «principios» en rehusar atender a la realidad y las opciones que hay dentro de ella (incluyendo, por supuesto la opción de realizar cambios, si se puede realizar un plan de acción factible, como el caso claro de Vietnam, discutido en mis comentarios, que Cohen cita, pero que ha malinterpretado). Aquellos que ignoran la «realidad» y el «pragmatismo», por muy bienintencionados que sean, están simplemente ignorando las consecuencias de sus acciones. La delusión no es sólo un serio error intelectual, sino también un error dañino, con consecuencias humanas serias. Quiero ser muy claro en este punto.
Quiero repetirlo de forma más seria: debemos buscar algún tipo de programa de acción factible, libre de ilusiones vanas como «actuar según los principios» sin pensar en el «realismo» (esto es, sin preocuparse por el destino de la gente que está sufriendo).
Otra cosa es defender una solución de dos estados que es apoyada por la abrumadora mayoría (incluida la Autoridad Palestina) y sólo bloqueada por Estados Unidos e Israel (aunque aceptada por la amplia mayoría de la población estadounidense y por mayorías aceptables, quizá incluso mayores, dentro de Israel). Hay varias implementaciones de esta solución.
Una son los Acuerdos de Ginebra, que, como se dijo en la entrevista, «dan un programa detallado para un cambio de tierras uno a uno, con bastantes probabilidades de llevarse a la práctica». Las condiciones y los mapas ya están listos. Como Cohen no entra en estas materias, aparte de citar una fuente irrelevante, y no sugiere nada que sea mejor, no hay necesidad de continuar profundizando en la entrevista. Estas propuestas constituyen un base para negociaciones mucho mejor que las de Clinton-Barak en Camp David o las de Taba (aún peores). Por primera vez, se abre la puerta a un intercambio de tierras 1 a 1, lo cual es significativo, y rompería los programas de cantonización de propuestas anteriores. Todavía tiene puntos discutibles, pero la cuestión es si se puede tomar como una base seria para negociaciones, y si hay una alternativa que ofrezca más a los palestinos que esta.
Si hubiera tal alternativa, escuchémosla. Los que no quieren crear esa otra alternativa ni aceptar ésta están eligiendo, en efecto, tomar parte en un seminario académico entre intelectuales de Marte.
El apoyo para el consenso internacional es el verdadero activismo, no discutir en un debate académico. La razón es que, como se comentó en la entrevista, hay programas realistas de acción dispuestos. La tarea principal es traer las opiniones y actitudes de la gran mayoría de la población estadounidense a la arena política. Comparado con otras tareas a las que se han enfrentado los activistas, esto es, y ha sido, relativamente simple. Relativamente, pues estas tareas nunca son sencillas. Lo que ha faltado es involucración, no oportunidades. Aquellos que no quieren tomar partido son los que echan la culpa afuera, lo cual está pasando delante de nuestros ojos, de varias formas, todas ellas bastante claras. Si se consigue cambiar la política de Estados Unidos hacia el consenso internacional, el apoyo crecería también en Israel, casi automáticamente, como resultado de la relación de dependencia que Israel tomó conscientemente 30 años atrás. Habrá sin duda resistencia por parte de los colonos, que al menos según la opinión de los oficiales de seguridad israelíes más cualificados, no sería un problema demasiado difícil de solucionar, como se cita en la entrevista.
Otro segundo punto podría se el apoyo a un asentamiento binacional, quizá de una forma federalizada como se ha visto antes que existen en otras partes del mundo con éxito. Esta solución pasaría de la retórica a los hechos si fuera acompañada por un programa factible de acción. Ya hay tal programa, con dos pasos básicos. El primero es implementar un asentamiento de dos estados de acuerdo al consenso internacional, revirtiendo el ciclo creciente de hostilidad, odio, violencia, represión y desposesión. El segundo paso es avanzar a partir de ahí. Por razones que están claras para cualquiera familiar con la región, dos estados en Cisjordania tienen poco sentido, y ambas comunidades tienen buenas razones para buscar una integración mayor. Ese es un programa factible, pero sólo dividido en pasos. Aquellos que piensen distinto tienen la responsabilidad de formular un programa que implemente la solución de golpe (algo posible antes de mediados de los 70, pero no ahora).
Hasta que veamos ese programa, no hay nada que discutir.
Una tercera solución es apoyar un asentamiento sin estado, generalizando el multinacionalismo más allá de los límites del estado. Este acercamiento se basaría en el reconocimiento de que el sistema de naciones-estado ha sido uno de las creaciones más brutales y destructivas de Europa, impuesta por la fuerza en gran parte del resto del mundo, con consecuencias horribles durante siglos en Europa, y en el resto del mundo hasta ahora. Para la región, significaría reinstaurar algunos de los elementos más sensibles del sistema Otomano (aunque, obviamente, sin sus particularidades intolerables), incluyendo autonomía local y regional, eliminación de fronteras y tránsito libre, eliminar o minimizar las fuerzas militares, etc. Aplicado en otro sitio, como por ejemplo Norteamérica, implicaría, sólo por decir un ejemplo, revertir la política de militarización de Clinton post-NAFTA* en la frontera entre México y Estados Unidos, con un coste humano alto, y tratando con el hecho de que Estados Unidos está asentado en mitad de México, adquirido mediante una conquista brutal. Problemas similares aparecerían en todo el mundo.
[N. del T.: North American Free Trade Agreement, un acuerdo de libre comercio entre Canadá, Estados Unidos y México firmado en 1994. Más información en http://en.wikipedia.org/wiki/NAFTA]
Yo siempre he defendido esto en público, y de hecho he estado (quizá todavía estoy) bajo investigación por un supuesto crimen de «separatismo» por el sistema de seguridad turco, debido a mi intervención en la semioficial capital kurda, Diyarbakir, publicada después en Znet. También doy mi apoyo (implícito) a cosas como las que se dicen en el excelente libro de Charles Glass, Tribes with Flags.
¿Hay un programa factible para esto, que alcance el nivel de apoyo real a Palestina? Sí, dentro del apoyo a la propuesta más limitada de binacionalismo. La opción de no-estado es más razonable y probablemente más factible a largo plazo que una posición de un estado. Al menos esta aproximación reconoce las realidades de la región, y la importancia de algún tipo de autodeterminación y autonomía para su complejo sistema de grupos e intereses.
¿Cómo podemos ordenar estos objetivos en un orden de preferencia? A mi juicio, desde mi juventud hasta ahora, entre estas alternativas, la solución de no-estado es la mejor de lejos (no sólo en esta región), la de un estado binacional la segunda mejor, y la de dos estados la peor. No he mencionado la versión de un estado. Un sistema binacional es mucho más preferible para ellos si se consigue en varios pasos. Pero no necesitamos especular sobre eso. Hasta que la propuesta de un estado único inmediato se pueda calificar de «realista», y se acompañe de un programa de acción factible, estamos en un seminario marciano.
Como ya mencioné, creo saber por qué la propuesta se ha hecho más aceptable en los círculos intelectuales, cuando hace años era un anatema. Ahora la idea es bienvenida, demostrando la tolerancia de quienes la acogen, pero sin preocuparse de a dónde pueda llevar. Hay, sin embargo, aquellos que acogen esta propuesta como una petición inmediata, rechazando los pasos intermedios, y esperando que sea aceptada por todos. Citando la entrevista:
<>«Los sistemas de propaganda de Israel y de Estados Unidos darían la bienvenida con gusto a la propuesta si gana más que una atención marginal, y trabajaría para darle publicidad, interpretándola como otra demostración de la falta de voluntad de paz, y por tanto de que Estados Unidos-Israel no tiene más opción que reforzar su «seguridad» encerrando a los bárbaros palestinos en unas mazmorras en el Franja Oeste y tomar sus valiosas tierras y recursos.
Los elementos más extremos y violentos de Israel y de los Estados Unidos no esperarían un regalo mayor que dicha propuesta.»
Si la única alternativa abierta es la de un «asentamiento de un estado» sin fases preliminares, no nos debe quedar ninguna duda de que los extremistas de Israel y Estados Unidos estarán encantados de (con el apoyo abrumador de la opinión pública) imponer sus propios métodos brutales en los territorios ocupados. Ya que Cohen ignora estos asuntos totalmente, no hablaré más de ello, salvo decir que no alcanzaremos un nivel serio de implicación y apoyo a solucionar el problema si no se tratan estos temas con cuidado.
Lo mismo ocurre con el «derecho de retorno». Como afirmé en la entrevista, «Los refugiados palestinos no querrán abandonar su derecho de retorno». No es esa la cuestión (la desafortunada interpretación de Cohen omite esta afirmación crucial). Otra cuestión es si el derecho debe aplicarse o no. En este caso también, bajo las (inimaginables) circunstancias de que hubiera un apoyo para aplicarlo, Israel recurriría a todas sus armas para evitarlo. Aquellos que se preocupan por el destino de los refugiados no deben darles esperanzas que no se pueden conseguir. Y difícilmente alguien puede afirmar que darles esas esperanzas es un deber moral.
Lo mismo es cierto en otros casos. Los cherokees tienen el derecho de retorno a las tierras de las que les expulsaron, y «no querrán renunciar a él». Los 10-15 millones de kurdos de Turquía tienen el derecho de autogobierno sobre todo el Kurdistán, y «no querrán renunciar» a él. Suponed que alguien muestra a los cherokees o a los kurdos turcos la esperanza de que esos derechos se conseguirán si rechazan cualquier acuerdo que mitigue de alguna forma sus pésimas condiciones. Tal persona se creerá el «defensor de los cherokees» o de los kurdos, y por tanto que actúa «según los mejores principios»; pero estará totalmente equivocado.
He estado asumiendo hasta ahora que la discusión gira entorno a la gente que se preocupa de la gente involucrada directamente en el problema y en su futuro (en este caso los palestinos). Hay, por supuesto, otra posibilidad. Podemos asumir el seminario académico de Marte. Podemos discutir sobre el «realismo» y la factibilidad (y las consecuencias de nuestras acciones sobre las víctimas) o divagar sobre los que es «justo» en un universo inexistente. Pero si los participantes de este ejercicio deciden volver a la tierra, y preocuparse y compadecerse por las víctimas, tendrán la tarea de explicarnos cómo hacer ahora para llegar a su mundo ideal. Si tienen alguna idea, la escucharemos para poder analizarla, y si es razonable, llevarla a cabo. Aquellos que están convencidos de sus propuestas harán cualquier cosa para conseguirlas, pero por el momento el asunto es totalmente académico, ya que no hay propuestas sólidas de acción a parte de las ya mencionadas, todas ellas divididas en pasos. O al menos yo no he visto ninguna. Por las razones que he explicado, creo que los que hacen esas afirmaciones sin comprometerse realmente sirven más a la causa de los extremistas de Israel y Estados Unidos, y traen más daño a los palestinos.
Me parece que no queda nada sustancial en las acusaciones de Cohen sin responder. Para ilustrar lo indefinido de su protesta, simplemente tomaré la primera acusación, obviando la retórica que le precede:
«En general, el argumento descansa en dos pilares:
1) La historia de la ocupación colonial y expansión de Israel debe separarse de otras historias coloniales, ya que es un caso especial y debe darse atención especial a los colonos sionistas, ya que son un grupo históricamente vulnerable.
2) Ya que este «grupo históricamente vulnerable» tiene poder militar masivo, armas nucleares y apoyo militar y económico estadounidense; pedir el fin de su régimen colonial es poco real; tan sólo daña a los colonizados, y los esfuerzos deberían redirigirse a actividades más útiles.
El primer pilar es un intento de encontrar argumentos relacionados con la justicia, el segundo es un intento de buscar argumentos que hablen de realismo.»
El pilar 1) es una invención, a no ser que Cohen se refiera a un «caso especial» al igual que cada uno de los demás casos de colonialismo es un caso especial. El resto del punto 1) podemos ignorarlo
En el pilar 2), Cohen se cita a sí mismo, no a mí. La referencia al «apoyo militar y económico de los Estados Unidos» es su invención: en la entrevista a la que se refiere, y en todo lo que he escrito y dicho acerca del tema durante décadas, he dejado claro que terminar con ese apoyo debería ser nuestro objetivo (no reforzarlo adoptando afirmaciones bienvenidas por los ultraextremistas, como expliqué). Suponiendo que la acusación de «realismo» fuera cierta, la acepto, y la recomendaría a cualquiera que espere algo útil en este mundo, y que tenga en cuenta las circunstancias y consecuencias reales de sus acciones sobre las víctimas.
El resto continúa en la misma línea. Si algún lector piensa que algún punto debe discutirse más en profundidad, estaré encantado de considerarlo.