Tal vez el documento más amenazador de nuestra época es la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos difundida en septiembre de 2002. Su implementación en Irak ha costado ya incontables vidas y conmovido hasta sus cimientos el sistema internacional. Una de las consecuencias de la guerra contra el terrorismo es la resurrección de la […]
Tal vez el documento más amenazador de nuestra época es la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos difundida en septiembre de 2002. Su implementación en Irak ha costado ya incontables vidas y conmovido hasta sus cimientos el sistema internacional. Una de las consecuencias de la guerra contra el terrorismo es la resurrección de la guerra fría, con más participantes que nunca en el club nuclear. También se han ampliado los escenarios factibles de es-tallar en diferentes partes del globo.
Como explicó Colin Powell, el documento indica que Washington «tiene derecho soberano al uso de la fuerza para defenderse» de países que poseen armas de destrucción masiva y que cooperan con terroristas, la excusa oficial para invadir Irak.
La obvia razón para invadir Irak sigue siendo eludida de manera conspicua: la necesidad de establecer las primeras bases militares seguras de Estados Unidos en el centro de los más grandes recursos energéticos del mundo.
A medida que se fueron derrumbando los antiguos pretextos, el presidente Bush y sus colegas comenzaron a revisar la doctrina para poder apelar al uso de la fuerza aun cuando un país carezca de armas de destrucción masiva o de programas para desarrollarlas. La «intención y capacidad» para hacerlo es más que suficiente.
Pero es que prácticamente cada país del mundo tiene la capacidad. Y la intención depende siempre del criterio del espectador. La doctrina oficial, entonces, es que cualquiera puede ser atacado.
En septiembre del 2003, Bush aseguró a los estadunidenses que «el mundo está ahora más seguro debido a que la coalición puso fin a un régimen iraquí que tenía vínculos con terroristas mientras fabricaba armas de destrucción masiva». Los asesores del presidente saben cómo convertir la mentira en verdad, si se la reitera con insistencia.
La guerra en Irak incitó al terrorismo a escala mundial. En noviembre del 2003, el experto en Medio Oriente Fawaz Gerges señaló que «resulta realmente increíble cómo la guerra ha revivido la atracción de una guerra santa islámica a nivel global que había declinado luego del 11 de septiembre de 2001″. Por primera vez, Irak se convirtió en un «santuario de los terroristas», y sufrió los primeros ataques suicidas desde el siglo XIII, cuando actuaban los asesinos.
El reclutamiento para la red Al Qaeda ha aumentado. «Cada uso de la fuerza es otra pequeña victoria para Osama Bin Laden», que «está ganando», escribe el periodista británico Jason Burke en Al Qaeda, su estudio de los diferentes grupos de islamitas radicales. Para esos grupos, Bin Laden es apenas algo más que un símbolo. Y tal vez se transforme en un personaje más peligroso luego que lo maten, pues se convertirá en un mártir que podría inspirar a otros a unirse a la causa.
Burke señala que están surgiendo «nuevos cuadros de terroristas», enrolados en lo que consideran es «una lucha cósmica entre el bien y el mal», visión compartida por Bin Laden y Bush.
La reacción más atinada frente al terrorismo tiene dos flancos de ataque: una en relación a los terroristas y la otra con respecto a su apoyo potencial. Los terroristas se consideran una vanguardia, que intenta movilizar a otros. La labor policial, una respuesta apropiada, ha sido exitosa a escala mundial. Más importante, sin embargo, es la amplia base de simpatizantes que los te-rroristas intentan alcanzar, incluidos mu-chos que los odian y los temen, pero, sin embargo, los consideran como luchadores de una noble causa.
Podemos ayudar a la vanguardia terrorista a movilizar esa reserva de apoyo me-diante la violencia. O también podemos enfrentar la «miríada de quejas», muchas de ellas legítimas, que son «la causa principal de la moderna militancia islámica», escribe Burke. Ese esfuerzo básico puede reducir de manera significativa la amenaza del terrorismo, y debe ser tomado de manera independiente de su objetivo.
Acciones violentas provocan reacciones factibles de causar catástrofes. Expertos estadunidenses calculan que los gastos militares en Rusia se han triplicado durante la era Bush-Putin. Esa, en buena medida, es una respuesta a la belicosidad del gobierno de Bush. En ambos bandos, las ojivas nucleares continúan en estado de alerta máxima. Pero el sistema de control de los rusos podría haberse deteriorado.
Los peligros se acrecientan con la amenaza y el uso de la fuerza. Como se había anticipado, los planes militares estadunidenses han provocado también la reacción de China. El gobierno de Pekín ha anunciado planes para «transformar su ejército en una fuerza de alta capacidad tecnológica capaz de proyectar su poder a nivel global para 2010», informó el mes anterior Jehangir Pocha, corresponsal del diario Boston Globe. Los chinos, añadió, «están remplazando su arsenal nuclear de unos 20 misiles balísticos intercontinentales de la época de los años 70 con 60 nuevos misiles de ojiva nuclear múltiple capaces de llegar a Estados Unidos».
Es posible que las acciones de China causen efecto de onda expansiva a través de India, Pakistán y más allá. El desarrollo nuclear en Irán, y en Corea del Norte, también en parte respuesta a las amenazas de Estados Unidos, es muy ominoso. Lo im-pensable se convierte en posibilidad cierta.
En 2003, en la Asamblea General de Naciones Unidas, Estados Unidos votó sin respaldo alguno contra la implementación del Tratado de Prohibición de Pruebas Atómicas, y acompañado de su nuevo aliado, India, contra medidas para eliminar las armas nucleares. Estados Unidos también votó solo contra «el respeto a las normas del medio ambiente» en acuerdos de desarme y de control de armamentos, y acompañado apenas de Israel y Micronesia en contra de pasos para evitar la proliferación nuclear en Medio Oriente, pretexto que utilizó para invadir a Irak.
Los presidentes suelen tener «doctrinas», pero Bush es el primero que tiene también «visiones», posiblemente debido a que sus asesores recuerdan que su padre era criticado por «carecer de una visión». La más exaltada de esas, conjurada luego que todos los pretextos para la invasión a Irak fueron abandonados, era la de llevar la democracia a Irak y Medio Oriente. Para noviembre de 2003, esa visión fue considerada el motivo real para iniciar la guerra.
La evidencia de fe en esa visión consta de poco más que declaraciones virtuosas. Tomar esas declaraciones en serio implica presumir que nuestros líderes son unos re-domados mentirosos. Mientras movilizan los países para la guerra, declaran que las razones son totalmente diferentes. Una norma de salud mental es mostrarse escépticos acerca de lo que inventan para remplazar pretextos que se han derrumbado.
* Noam Chomsky es profesor de lingüística en el Instituto de Tecnología de Massachusetts en Cambridge y autor del libro, de reciente publicación, Hegemony or Survival: America’s Quest for Global Dominance.