Tras el 11-s y más concretamente después de la invasión norteamericana de Afganistán, buena parte del mundo occidental «descubrió» la existencia de las nuevas repúblicas de Asia Central, surgidas tras ele colapso de la Unión Soviética. Más recientemente, los acontecimientos en Kirguizitán y Uzbekistán han vuelto a poner sobre la mesa de actualidad esta región […]
Tras el 11-s y más concretamente después de la invasión norteamericana de Afganistán, buena parte del mundo occidental «descubrió» la existencia de las nuevas repúblicas de Asia Central, surgidas tras ele colapso de la Unión Soviética. Más recientemente, los acontecimientos en Kirguizitán y Uzbekistán han vuelto a poner sobre la mesa de actualidad esta región del mundo.
De nuevo, las teorías sobre el «Gran Juego» cobran protagonismo. Si no se puede acotar a una determinada zona del planeta, hoy en día todos estamos inmersos de una u otra manera en el tablero mundial de ese juego, sí es cierto que los nuevos estados de Asia Central han configurado uno de los espacios con mayor protagonismo dentro de la nueva geopolítica internacional.
Salvando las distancias y las diferencias de cada uno de estos estados, una serie de claves comunes conforman el complejo escenario de Asia Central. En primer lugar, los cambios políticos e institucionales tras la desaparición de la Unión Soviética han dado paso a unas estructuras políticas rígidas y personalistas. En segundo lugar, las élites dominantes han sido incapaces de mantener los niveles de vida y las atenciones sociales de la época soviética, al tiempo que incrementaban los índices de corrupción y amiguismo. También la dependencia en uno o dos productos (algodón o fuentes energéticas) ha incentivado la posibilidad de crisis económicas y conflictos. Además, las desconfianzas mutuas entre los diferentes estados también han aumentado los roces y enfrentamientos en aspectos como fronteras, distribución del agua…
Otros ejes comunes en este contexto han sido el ascenso de organizaciones políticas de ámbito religioso, los problemas relacionados con el tráfico de drogas, el incremento de una población joven que ve truncadas sus expectativas en salud, educación o trabajo, y finalmente la presencia de actores extranjeros que buscan sus propios intereses (control de fuentes energéticas o aspectos geoestratégicos).
Crisis
Con este contexto, la potencialidad para desencadenar crisis de diversa índole es más que manifiesta. Además, en muchas ocasiones, la interrelación entre los factores mencionados anteriormente, ayuda todavía más a acercarse a esta compleja situación.
A finales de los años noventa, la población en Asia central se situaba en torno a los 50 millones de habitantes, y más de la mitad de ella se sitúa por debajo de los treinta años. Esta franja de la población es la que más se está resintiendo de los cambios políticos económicos y políticos de los últimos años, rompiéndose todos los parámetros de avances sociales que se dieron en los años de dominio soviético. En estos momentos, la educación ha dejado de ser gratuita, además el acceso a estudios superiores está rodeado de importantes medidas de corrupción , lo que unido a las barreras creadas entre las diferencias culturales, de género, lingüísticas o entre zonas rurales y urbanas, han hecho que el fracaso escolar alcance cifras nunca vistas en la región.
Paralelamente, esta nueva situación ha ayudado al incremento de la violencia callejera y el desempleo, lo que unido al consumo y tráfico de drogas y alcohol, y al aumento de la prostitución y del SIDA, haya conducido a este estrato de población a adoptar posturas derrotistas, a emigrar, o bien a sumarse a opciones políticas como las que representan algunas organizaciones islamistas.
Económicamente, los países de Asia central están fuertemente atados a la dependencia que supone la explotación de algodón o de los importantes recursos energéticos que se encuentran en sus territorios, fundamentalmente gas y petróleo. Las recientes crisis en torno a los cultivos de algodón (el oro blanco de la región) y el conjunto de intereses por hacerse con el control del gas y el petróleo (potencias extranjeras, corrupción…) han ayudado también ha aumentar las bolsas de desempleados, creando un nuevo frente de rechazo interna en cada estado de la región.
Islam
Otra de las características de esta zona la encontramos en el papel que ha desempeñado el Islam. Si bien es cierto que las realidades en tormo a este factor difieren de una república a otra, se hace necesario exponer algunos aspectos comunes que faciliten la comprensión del papel que el Islam juega en este tablero, al tiempo que nos permite huir de ciertos tópicos empleados por algunos analistas, probablemente por su desconocimiento de esta realidad.
La mayoría de los musulmanes de la región pertenecen a la escuela Hanafi (madhhab), una de las tendencias más tolerantes del mismo. Sin embargo, hoy en día la diversidad ideológica se ha incrementado. Por un lado nos encontramos con el llamado «Islam tradicional», de orientación conservadora, pero que se ha sabido adaptar a las realidades y costumbres locales. Fruto de ello han logrado perdurar su papel en la vida social de los estados centroasiáticos hasta la actualidad. También, dentro de estas variantes estarían las corrientes sufís (sobre todo en Uzbekistán y Tayikistán) y los llamados Davatchi (los que llaman al Islam) y los tabligh, aunque su presencia no está muy extendida.
Por otra parte estarían los llamados grupos políticos en torno a organizaciones o pensamiento islamista. Destacan tres, el Partido del Renacimiento Islámico (PRI) de Tayikistán, el Movimiento Islámico de Uzbekistán (MIU), y Hizb ut-Tahrir (partido de la Liberación). A ellos habría que sumar la presencia de figuras religiosas no ortodoxas, y algunas tendencias wahhabíes o neo-wahabbíes (conviene remarcar que en asia central, en muchas ocasiones el termino Wahhabí, no está ligado a su origen saudí, sino a la presencia de extranjeros en esas organizaciones).
Mientras que el PRI, tras su participación en la guerra civil de Tayikistán adoptó una tendencia institucionalista, formando parte en la política actual del país y en sus instituciones, el MIU se configuró más como un movimiento guerrillero armado, y tras sus lazos con la red de al-Qaeda en Afganistán, seguido de la represión de los EEUU, su implantación entre la población de la región es muy insignificante, a pesar de que desde algunas fuentes, tal vez por desconocimiento o dejándose llevar por la estela mediática del grupo, lo presenten como uno de los principales actores.
Sin embargo, este papel le está reservado al Hizb ut-Tahrir. Esta organización, que aboga por la creación de un califato, es la que mejor organizada está entre la población local, con redes sociales y presencia en importantes medios religiosos de las repúblicas. Además defiende la lucha «intelectual en lugar de la violencia» para la consecución de sus objetivos. De sus filas, algo que no se produce normalmente, han salido otras dos organizaciones, el movimiento Akramiyyah (en torno al cual están los últimos acontecimientos de Uzbekistán) y Hizb-an Nusra (Partido de la Victoria), el grupo de Tashkent que en 1999 optó por una radicalización de sus acciones.
Un ejemplo de su actividad está en la desarrollada en el valle de Fhergana, donde desde una pequeña comunidad islamista en Andizan, se han ido creando pequeñas industrias y empresas agrícolas, que siguiendo un programa socio-económico han logrado contrarrestar las dificultades económicas de la población y cubrir el vacío que el estado permite en la zona.
Ante esta realidad los gobiernos de Asia Central han optado en ocasiones por métodos diferentes, desde la represión en Uzbekistán, hasta la permisividad en Tayikistán. No obstante, los cinco gobiernos persiguen el control de las organizaciones islamistas, al tiempo que utilizan el Islam para la promoción personal de sus dirigentes. El control difiere también entre los diferentes estados (leyes muy severas en Uzbekistán y Turkmenistán, y más relajada en Tayikistán o Kirguizistán).
Otra característica común dentro de esa política de control, es la creación de agencias locales para dirigir los asuntos religiosos y controlar las estructuras de las estructuras religiosas. Con esta s fórmulas se busca controlar la religión, al tiempo que se la intenta colocar al lado de los gobiernos locales. No obstante esta política, a tenor de los recientes acontecimientos se está demostrando que está abocada al fracaso.
«…STÁN, EL PAÍS DE…»
Los kazajos, Kazajstán: Tras el acceso a la independencia en 1991, numerosas compañías petrolíferas internacionales han buscado el control de las fuentes energéticas del país. Sin embargo, la población no se beneficia de las posibilidades que esos recursos deberían darles, la anticuada infraestructura dificulta la exportación del gas y petróleo. El país tiene unas altas tasas de desempleo, inflación y pobreza, al tiempo que la prostitución y el SIDA avanzan entre los jóvenes. La contaminación es otro punto de preocupación de esta república. En aspectos políticos, la llamada lucha contra «el terror» tiene un cooperante en el gobierno local. El pasado año más de sesenta personas fueron detenidas por su presunta pertenencia a Hizb ut-Tahrir, al tiempo que se prohibían varias organizaciones políticas.
Los kirguizes, Kirguizistán: Considerado uno de los estados más pobres de la antigua Unión Soviética, las reservas de petróleo pueden valer para el consumo local pero su explotación no es fácil. Los problemas con los vecinos (fronteras, agua) han sido fuente común de enfrentamientos. Tras el 11-s ha permitido el uso de una base a norteamericanos y de otra a los rusos. Este equilibrio político no ha garantizado la estabilidad al país, y hace unos meses una revuelta sacudió las estructuras políticas del mismo. Los oscuros intereses que se encuentran tras la misma (al hilo de la ola de «revoluciones coloristas» patrocinadas por EEUU) han dado paso a un acuerdo político entre los dos principales dirigentes opositores de cara a compartir el poder. La situación económica es muy preocupante en las regiones del sur del país, donde las tasas de paro son muy elevadas.
Los tayikos, Tayikistán: Tras la cruenta guerra civil (1992-97), el país se está recuperando lentamente, y depende en buena amenidad de la asistencia de Moscú, quien aprovecha esta dependencia para asegurar su presencia en la zona (la base militar de Dushanbe). La escasez de recursos energéticos le hace dependiente de sus vecinos y su difícil situación económica le dificulta el pago de los mismos. A ello se le añade la cercanía a Afganistán y ser el primer paso de la ruta del narcotráfico hacia Rusia y Occidente.
Los turkmenos, Turkmenistán: Considerado como el quinto país del mundo con mayores reservas de gas, es también rico en otros minerales y petróleo. Las dificultades para exportar todo ello le hacen que no se beneficie como debiera de esa privilegiada situación. El régimen político es de «partido único», destacando el culto a la personalidad de su presidente Saparmyrat Niyazov. Últimamente ha desarrollado algunas leyes que permiten infringir los derechos humanos y las libertades civiles Es también el país más homogéneo étnicamente hablando, lo que le resta algunas focos de tensión, que sí permanecen entre algunas tribus locales. Las élites locales se aprovechan de la explotación de los recursos para mantenerse en el poder, al tiempo que se enriquecen.
Los uzbecos, Uzbekistán: el país más poblado de Asia Central ha sido sacudido recientemente por la revuelta de Andizan. Denunciado por Naciones Unidas por el «uso sistemático» de la tortura y por el alto número de prisioneros, es al mismo tiempo el estado que tiene en su seno la mayor organización de fuerzas islamistas. Esto ha motivado que el gobierno incremente las medidas represivas contra esos grupos, en ocasiones de manera indiscriminada. El equilibrio del gobierno en materia de política exterior (mantiene apoyos de EEUU y Rusia) puede acabar volviéndose en su contra.
Valle de Fhergana: está región que se divide entre varias de las repúblicas, es la zona más poblada y una de las más ricas en agricultura y recursos energéticos. Al mismo tiempo es el epicentro de las organizaciones islamistas y de su compleja red de instituciones sociales y religiosas. Su orografía la hace de difícil acceso, al tiempo que permite las filtraciones entre las fronteras «oficiales» establecidas. Sirva como ejemplo la actitud del gobierno uzbeco, quien para acceder al valle mantiene un puesto de control que se asemeja a una frontera entre dos países. Con ello intenta aislar el valle del resto del país, controlando con ello el auge de organizaciones como Hizb ut-Tahrir.
Actores internacionales: Tras el fin del proyecto soviético, las potencias internacionales pusieron sus ojos en esta región. Intereses como el control del gas y del petróleo, así como su importancia geoestratégica motivaron desde el primer momento los movimientos interesados. En un primer momento, actores como Turquí e Irán pretendieron aprovechar los lazos culturales e históricos para asentarse en la zona, pero el impulso de otros agentes, como EEUU, Rusia o China, les hicieron fracasar. Washington busca el control de las reservas energéticas, al tiempo que «amenazar» con su presencia a China y Rusia, y obstaculizar el papel de éstos en la región. Beijing continúa con su ayuda a los gobiernos locales para que éstos rompan con la esfera económica de Moscú o EEUU y caigan en la suya propia. Moscú no puede permitir ser desplazado de su posición, hegemónica en un tiempo, por los mismos motivos. Y más recientemente, Japón también ha entrado en la escena para defender sus interese
s regionales.