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Desde Perú: Sobre Mario Vargas Llosa

Extravíos de un profeta desmemoriado

Fuentes: Le Monde Diplomatique

En el reciente artículo «Razones para una alianza», publicado en el diario El País de España, nuestro gran escritor Mario Vargas Llosa ha instado a las agrupaciones políticas, sin éxito de convocatoria, a formar una alianza contra el candidato Ollanta Humala. Esgrime no razones nuevas y fundamentadas sino las mismas mentiras de las que se […]

En el reciente artículo «Razones para una alianza», publicado en el diario El País de España, nuestro gran escritor Mario Vargas Llosa ha instado a las agrupaciones políticas, sin éxito de convocatoria, a formar una alianza contra el candidato Ollanta Humala. Esgrime no razones nuevas y fundamentadas sino las mismas mentiras de las que se vale la prensa sucia, con el objetivo de confundir, engañar y sobresaltar a los electores peruanos residentes en el extranjero, y a los lectores y gobiernos de la Comunidad Europea. No es la primera vez que nuestro escritor acomete, con la mentira de sus verdades, contra las alternativas populares del Tercer Mundo. Ya Gunter Grass le llamó la atención en su momento. No se le conoce, en los últimos treinta años, un gesto de compromiso con las causas más nobles. Su piedra de toque nunca ha sido la piedra de David.

Es penoso que los juicios de Vargas Llosa se parezcan cada vez más a los de ese dúo volante que siempre se hace presente en los países donde se realizan elecciones, Carlos Montaner y Andrés Oppenheimer, pájaros agoreros y migratorios, afines a las organizaciones ultraconservadoras de Miami, que pían (y espían) nuestros cielos intentando provocar miedo, mediante presagios de derrotas y catástrofes que no se producen. Se equivocan con puntualidad. Qué clase de analistas son que nunca aciertan. Así ocurrió en las elecciones de Hugo Chávez, Lula da Silva, Evo Morales. También el fino novelista deslizó las peores profecías y escribió duros epítetos (siempre adereza con agravios sus notas) contra el actual presidente de Bolivia en su condición de candidato. Por falta de argumentos serios terminó enredándose en la sencillez de su «peinado de campanero» e intentó destejer sin lograrlo la simpatía de su «chompa a rayas». A Chávez no lo deja en paz por enarbolar las banderas de Bolívar, haber alfabetizado y poblado de modernas clínicas los lugares donde, hasta hace poco, la salud fue más mortal. Lo ataca por defender la soberanía de su país y buscar una salida continental a los problemas de nuestros países. Mario no suele apoyar las medidas progresistas por más que vengan desde las democracias representativas, como las de Evo Morales y Hugo Chávez, en cambio estuvo mudo frente a los retrocesos democráticos en la era de Aznar en España, en la que incluso el mandatario se vio envuelto en acusaciones de la intentona golpista en Venezuela y fue el único gobernante en adelantarse a reconocer los resultados fraudulentos de Fujimori en su tercera reelección. El escritor defiende las fórmulas neoliberales, quizá se sentiría mejor si gobernase en Venezuela Carlos Andrés Pérez, supuesto demócrata que ya dejó la cárcel y que, seguramente, llegado el caso, aconsejaría votar por él a los venezolanos, también «tapándose la nariz» con tal de que no ganara Chávez. Algo tan fácil de repetirse como el abrazo imposible de la Venus de Milo.

Artículo tramposo y contradictorio el de Mario. El clan Humala «aboga -ha dicho- por los fusilamientos masivos -entre ellos de homosexuales-…», endilga al candidato una grave frase proferida por su madre, ante la pregunta maliciosa de un reportero sobre la violación perpetrada por un criminal en Lima: «Debería fusilarse a los violadores y homosexuales». Ollanta Humala ha aclarado hasta la saciedad que él no ha dicho eso. Mario, sin embargo, no lo cuenta, la repite a sabiendas y la usa contra él. Yo como lector y elector me siento engañado, estafado. No recuerda que él cobró distancia de su hijo Álvaro frente a las acusaciones a Toledo, y a nadie se le ocurrió atribuir los ataques al «clan Vargas Llosa». Entre las agrupaciones que marginan a los homosexuales están el Opus Dei, institución a la que está ligado el partido de la candidata Lourdes Flores, y el PP de España, tan gratos a Mario. No olvidemos también que algunos portavoces del Opus Dei defendían, no hace mucho, el restablecimiento de la pena de muerte en el Perú.

Tramposa su nota cuando condena a un candidato que aún no ha gobernado y absuelve al otro que por sus obras lo conocemos. Vaticina que el primero «traerá las peores plagas», «gobernará a latigazos», «convertirá en un cuartel la sociedad peruana», «un baño de despotismo, botas y chovinismo patriotero», «maloliente corrupción de un sistema dictatorial». Le faltó citar como los peores ejemplos de chovinismo patriotero a Bush y a Aznar, a los que favorece con sus opiniones.

Escribe Eduardo Galeano que «el patriotismo, hoy por hoy, es un privilegio de las naciones dominantes. Cuando lo practican las naciones dominadas se hace sospechoso de populismo o terrorismo…». Variados son los conceptos de patria. Para Martí patria es humanidad; para algunos escritores la patria es la palabra; para Bolívar y los bolivarianos el concepto de patria se extiende a todo el continente. El poeta palestino Mahmud Darwish, nominado al Premio Nobel y uno de los poetas más leídos del mundo árabe, nos cuenta: «Cuando era niño, en Enen Birwa, una pequeña aldea de Palestina, conocí un diccionario de palabras feas: ‘ejército’, ‘frontera’ y sobre todo ‘refugiado’. Había perdido lo que mi padre me había dicho lo que era la patria: ‘¿Qué es la patria?: una casa, un caballo y un olivo’. Nada más, no banderas, no himnos, no fusiles». Pero hay en nuestros países quienes consideran que la patria es el dinero.

Al segundo candidato, Alan García, lo reconoce Vargas Llosa como una fuerza democrática con la que, venciendo escrúpulos, hay que gobernar conformando una alianza en las elecciones y votar por aquel «tapándose las narices». Ofensas aparte, propone borrón y cuenta nueva. Se niega a recordar los años de la administración de García cerrando los ojos de la memoria y del olfato, de este modo queda impedido de percibir el olor a sangre y destierra al olvido las violaciones a los derechos humanos durante su mandato, recogidas en el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Sin embargo «recuerda» cuando se trata de Humala algo que supuestamente va a ocurrir y «olvida» lo que todos nosotros recordamos. Para colmo llama desmemoriados casi al 31% de los votantes, que no olvida lo pasado y que pide cambios aferrándose a una esperanza. Nota contradictoria la suya porque reconoce él mismo la necesidad de «un programa radical y realista para llevar a cabo las reformas que vayan cerrando los abismos que separan a los peruanos». Si hasta pareciese a ratos que impostara en la suya la voz del candidato Humala: «…mientras no haya una reforma profunda en todos los ámbitos de la vida social (educación, salud, acceso a la propiedad, a los créditos, al mercado de trabajo) todo crecimiento económico -como el de estos últimos cinco años- sólo alcanzará a beneficiar a sectores reducidos de la población…». Pareciese también que hubiera leído su programa. Mario es de los intelectuales que habla de cambios, pero cuando está frente a ellos, o los ve venir, se irrita o se asusta.

Acusa a Humala de querer proyectar leyes de excepción para los periodistas si este saliera elegido presidente, cuando el candidato se ha cansado de expresar que respetará la libertad de prensa. La verdad es que no la respetan en el Perú los propios dueños de algunos medios de comunicación. El caso de César Hildebrandt, despedido intempestivamente del Canal 2, es ilustrativo. Antes, por ejercer también su programa con independencia y valentía, fue echado repetidas veces.

También retrotrae los tiempos del general nacionalista Juan Velasco Alvarado para denostarlo con ese mismo tono despectivo: «Velasco y la pandilla de militares que destrozaron el Perú entre l968 y l980». Velasco gobernó hasta 1975 y murió en el 77. Si bien es cierto que durante su gestión no existió democracia representativa y cometió graves errores como la expropiación de la prensa, es innegable que nunca antes el pueblo había accedido a derechos tan elementales que democratizaron el país. Vargas Llosa no menciona esos derechos, los oculta. Nunca más se venderían las tierras con familias enteras de indígenas, gracias a la Ley de la Reforma Agraria; las trabajadoras domésticas podrían asistir a sus centros de estudios; la Ley de Educación, en la que participaron los más brillantes intelectuales, reivindicó la lengua quechua y garantizó su enseñanza y su uso en los medios de comunicación; se derogó la ley que prohibía visitar los países socialistas, la que amenazaba con prisión a quienes la desobedecieran; se establecieron relaciones con todos los países del mundo; se instituyó la comunidad industrial; al fin pudimos ver El acorazado Potemkin o Morir en Madrid, antes prohibidas o exhibidas clandestinamente; se nacionalizó el petróleo; se veló por los derechos laborales de los que dependen la estabilidad en el trabajo y del país; se liberó a los presos políticos y a quienes intervinieron en las guerrillas, que quedaron así incorporados a la vida civil; Se fundó el Instituto Nacional de Cultura; se estimuló la creación del arte popular mediante exposiciones con proyección nacional e internacional; se instituyeron los elencos artísticos; los intelectuales tuvieron acceso a los organismos del Estado. Léase los comentarios sobre el proceso de Velasco en el informe de la Comisión de la Verdad. ¿Por qué, me digo yo, se callan en todos los idiomas los que participaron en el proyecto de Velasco? ¿Qué se ficieron sus más entusiastas colaboradores?. Por respeto a la historia del Perú, ¿por qué no hablar de los aciertos y de los errores de Velasco? «¿No ha de haber un espíritu valiente?», inquiere a través de los siglos Don Francisco de Quevedo.

El aludido artículo ha servido, en mi caso, de piedra de toque para decidir mi intención de voto. Iré a las urnas de la segunda vuelta acompañando a los marginados en su camino de esperanza. Votaré con ellos por Humala. Si defrauda y traiciona que el pueblo lo demande. Prefiero equivocarme con los desposeídos que ser reclutado por quien finalmente acabó convertido en defensor de la guerra de Irak y apologista de la posiciones de los tres jinetes de la invasión, destrucción y ocupación del país de las mil y una noches.

Arturo Corcuera es escritor peruano, «Premio Nacional de Literatura» Premio «Casa de las Américas»