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Irán, las centrales nucleares y la izquierda

Fuentes: Rebelión

La postura de las fuerzas progresistas europeas a favor del programa nuclear de Irán, es otra muestra de su absurda postura de colocarse en la posición contraria a la de EEUU e Israel de forma mecánica, al tiempo que luchan por desmantelar las centrales nucleares de su sus propios países. A los peligros que comporta […]

La postura de las fuerzas progresistas europeas a favor del programa nuclear de Irán, es otra muestra de su absurda postura de colocarse en la posición contraria a la de EEUU e Israel de forma mecánica, al tiempo que luchan por desmantelar las centrales nucleares de su sus propios países. A los peligros que comporta el uso de esta energía, se añaden la emisión de radiactividad, asó como la gestión de los residuos, que para desparecer necesitan miles de años.

Hace tres años en el libro Irak, Afganistán e Irán: 40 respuestas al conflicto de Oriente Próximo (Lengua de Trapo) que escribí junto con Martha Zein, recordamos el peligro que suponía, para el pueblo y la zona, el proyecto nuclear de Irán, aunque fuera sólo para uso civil y pacífico.

El terremoto de Japón pone de relieve los riesgos de esta energía y el desastre que puede provocar, incluso en un país tan preparado para esos temblores como Japón. Irán, después de Japón, es el segundo país del mundo en movimientos sísmicos. Cada año suceden unos 4.000 temblores de diferentes grados de Richter, y dejan un promedio de 1.000 muertos al mes y miles de edificios y casas derrumbadas. El régimen de Irán no invierte en la seguridad de los ciudadanos ni exige la construcción de viviendas antisísmicas en las zonas de riesgo. Millones de personas aún habitan en infraviviendas y casas de adobe, a pesar de que caminan sobre un mar de oro negro. La tragedia de Bam (2003) puede repetirse en cualquier momento. Aquel seísmo, de 6,2 grados Richter mató a unas 50.000 personas, dejó heridas a 40.000 y a otras 80.000 sin hogar. El régimen, temeroso a que la tragedia se convirtiera en una protesta política, impidió la llegada de las personas solidarias a la zona e incluso, desde su fanatismo religioso, impidió que los perros de los equipos de rescate extranjeros buscaran a los supervivientes. Bam no está lejos de la central nuclear de Bushehr. ¿Se imaginan un desastre nuclear en un Irán cuyas infraestructuras y sistema de gestión de desastres no son nada comparables con los de Japón? Los sismólogos prevén un gran temblor de tierra para los próximos 10 años en Teherán, ciudad con 12 millones de habitantes.

Cualquier país tiene derecho de diversificar sus fuentes de energía, sobre todo cuando la era del petróleo comienza su declive. Este problema también acucia a Irán. Se estima que las actuales reservas del petróleo iraní son de 133 gigabarrels. Si se mantiene el índice de bombeo actual, 1,5-1,8 gigabarrels por año, los pozos se secarán en los próximos 80-90 años. Por otro lado, las centrales hidroeléctricas están descartadas en un país tan seco como Irán.

Irán hoy produce un 30 por ciento menos de petróleo que antes de la revolución del 1979, mientras que el consumo interno ha aumentado 8% anualmente. La política petrolera del gobierno sigue dando más importancia a las exportaciones que a la demanda interna (el 68% del presupuesto del Estado procede de la renta del petróleo), de modo que los ciudadanos iraníes no viven de sus propios recursos. Irán importa gasóleo por valor de 4.000 millones de dólares anuales.

Una central nuclear para la producción de electricidad costaría a Irán una quinta parte de los 40.000 millones de dólares que tendría que invertir si tuviera que reparar y ampliar la capacidad de su industria petrolera, obsoleta, sin contar con los costes medioambientales y la cuantía que tendría que desembolsar para proteger estas centrales nucleares en una región tan conflictiva como Oriente medio.

¡No se preocupen por la contaminación que origina el petróleo! Sólo en la capital, Teherán, se registran unos niveles de CO2, 50 veces más que una gran ciudad europea, causada por la antigüedad de los vehículos de transporte, y que mata a unos 22.000 ciudadanos por enfermedades derivadas de la contaminación, y que a menudo obliga al gobierno pedir a los ciudadanos a que no salgan a la calle.

Más allá de las críticas procedentes de las acusaciones de EEUU y sus aliados, parte de la comunidad científica del país cuestiona la rentabilidad de estas instalaciones nucleares. Para ellos, en este lugar del mundo precisamente la energía no es ni será (durante décadas) un problema.

Después de Rusia, Irán es la segunda reserva del gas del planeta con 26.602 mil millones de metros cuadrados y posee el 15,6% de la totalidad de gas. Si se mantuvieran los niveles de extracción actuales, esta situación podría durar otros 319 años más. Siendo, además, la segunda reserva de petróleo del mundo, sin contar las bolsas del Mar Caspio, y con los niveles actuales de extracción, Irán podrá obtener oro negro sin problemas durante los próximos 70 años.

Ante la escasez de minas del Uranio en el mundo, y la feroz competencia de las grandes potencias para obtenerlo, los márgenes de funcionamiento de una central nuclear en un Irán perseguido, se reducen drásticamente, haciendo que la simple extracción y depuración de un kilo de uranio cueste a las arcas iraníes unos 78 euros, es decir, 3 veces más que su precio en el mercado internacional, controlado por las potencias nucleares.

El nivel de industrialización de un país y el bienestar de sus ciudadanos no depende de la energía nuclear. Ejemplos: Austria, Dinamarca, Noruega, Nueva Zelanda o Australia. Frente a ellos, países como Pakistán o India, son poseedores de dichas instalaciones y sin embargo, el nivel de pobreza es ingente y el retraso de su desarrollo industrial evidente.

Tampoco la tecnología de enriquecimiento de uranio ayuda al desarrollo del resto de las industrias. Los cientos de millones que los diferentes gobiernos iraníes han derrochado en esta industria desde la era del Sha hasta ahora se podrían haber invertido en la construcción de refinerías de gasóleo, algo mucho más rentable si se tiene en cuenta que su consumo es de 66 millones de litros diarios, de los que hoy el 40 por ciento debe de importarse, lo que supone para las arcas públicas iraníes la pérdida de unos 3.000 millones de dólares al año.

El experto iraní Kamran Behnia, afirma que el rendimiento de las centrales térmicas en Irán es aproximadamente del 37%, mientras que una central de gas de ciclo combinado, CGCC, (que utiliza como combustible gas natural y genera electricidad a partir de una turbina de gas y otra de vapor) alcanza un rendimiento del 55%. A su juicio, el CGCC es el sistema más eficiente y limpio para producir electricidad a partir de los citados combustibles.

El coste de la construcción de una central nuclear en Irán es de 1.500 millones de dólares, tres veces más que una moderna de gas de igual potencia.

Con renovar sus centrales de electricidad, podrá producir energía equivalente a la de 20 centrales nucleares parecidas a la de Bushehr, con un coste considerablemente inferior.

Construyendo una central de gas en las orillas del Golfo Pérsico, y utilizando el agua del mar, podrá producir electricidad, depurar el agua dulce para el riego de miles de hectáreas de tierras de cultivo y utilizar la sal conseguida para fabricar miles de productos químicos.

Una postura responsable, basada en los derechos humanos universales -en este caso de gozar de bienestar y de seguridad-, evitará tales posicionamientos peligrosos de quienes usan dos varas de medir, al servicio de sus planteamientos políticos arbitrarios.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

rCR