Yo no sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui A ya dios que será divino, yo me muero como viví. Silvio Rodríguez. Josué Leiva quien era un joven miembro fundador del grupo revolucionario los necios en Honduras desde hace quince años, ha muerto de un ataque al Corazón a sus […]
A ya dios que será divino, yo me muero como viví.
Silvio Rodríguez.
Josué Leiva quien era un joven miembro fundador del grupo revolucionario los necios en Honduras desde hace quince años, ha muerto de un ataque al Corazón a sus treinta años de existencia.
En estos días pareciera que es una moda que se muera la gente buena. Uno podría advertir que la muerte le tiene pánico a la podredumbre de la condición humana y escoge a los buenos para humanizar piadosamente sus veladas intenciones. Hace poco murió un gran poeta en Honduras, hoy se nos va un joven combativo, un muchacho miembro fundador de los necios, un grupo de juventud rebelde en nuestro país.
Hablar de los necios en la actualidad en los círculos de la derecha y de la izquierda es comidilla diaria tanto para reconocer su aporte al proceso político como para denostarlo injustamente y conferirle un contenido peyorativo a su protagonismo en la lucha contra el Golpe de Estado en Honduras. No obstante, hablar de los necios es internarse al campo de la juventud iconoclasta e inconformista, de esa juventud que no por moda ni por coyuntura oportunista han adoptado un papel contracultural en Honduras, en tiempos en que la utopía histórica estaba desdibujada por el triunfalismo del capitalismo mundial. Cuando los vacios de la intrascendencia sociopolítica, conducían a las personas a olvidarse de los proyectos históricos y apostarle al consumismo y a las razones de la vida individual.
Allí caminaban los jóvenes necios por las calles de Tegucigalpa, entre ellos Josué Leiva que era el encargado de la publicidad del grupo, con su inocencia y su ingenuidad a cuestas repartiendo sus periódicos quincenales con contenidos alternativos a las mentiras que nos vendían diariamente los diarios oficiales. Muchos se burlaban de sus posiciones, porque la juventud es una sola y no vale la pena gastarla en compromisos políticos que no conducen más que al limbo gramatical de dogmas e ideologías.
Pero ni sus compañeros ni Josué era un dogmatico. Su risa siempre desbordante en un cuerpo de 1,85 metros era una muestra clara de que los dogmas descansaban en paz y que la alegría sigue siendo revolucionaria como el amor y la paz; y lo que privaba sobre cualquier cuadratura de pensamiento era la apertura a las verdades imprescriptibles y a los análisis de coyuntura que nunca dejan de aparecer cuando de salvar la dignidad del ser humano se trate. Ese es quizás el único dogma: La salvación y la liberación del ser humano. Si existen diversos caminos todos nos deben de conducir a ese fin, y eso lo han entendido estos jóvenes.
El grupo de necios ha captado dentro de sus filas a jóvenes inquietos, a quienes introducen en el estudio serio del marxismo con sus diferentes consecuencias socio históricas, para poder proyectar con la efectividad de la reflexión y el método, análisis de coyuntura políticos coherentes que sirvan como instrumentos o aportaciones modestas en la clarificación de la realidad social y en las decisiones del frente nacional de resistencia.
La vida de Josué solo ha durado 30 años. El corazón frágil como un gorrioncito traicionó su robusto cuerpo de gigante, ese corazón que siempre estuvo a la izquierda de los herejes y de los apostatas de la infamia humana y que no deja de apostarle al ciclo natural de la vida; esta muerte inesperada ha golpeado duramente a su familia comprometida y al grupo de muchachos que hoy lloran su adiós. Pero de la muerte y sus misterios solo Josué sabe, porque él aceptó desde un principio que su vida estaba al servicio de los demás y de su cautivo país, y su coherencia revolucionaria juvenil está más que probada. Por eso no es raro que desde algún lugar de la eternidad este joven necio que creció en las notas musicales de Silvio y se espantó de una realidad que no se la quería heredar a nadie nos diga: Yo me muero como viví.
Milson Salgado es escritor hondureño
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