La relaciones que se dan al interior de una sociedad con respecto al poder son bastante complejas, por lo requieren de un estudio constante y particular de los eventos y acontecimientos de cambian su perfil día con día. Aunque el compromiso militante es de vital importancia para el fortalecimiento de una idea, o una posición […]
La relaciones que se dan al interior de una sociedad con respecto al poder son bastante complejas, por lo requieren de un estudio constante y particular de los eventos y acontecimientos de cambian su perfil día con día. Aunque el compromiso militante es de vital importancia para el fortalecimiento de una idea, o una posición ideológica, es necesario estructurar el pensamiento, establecer líneas coherentes de acción que lleven a objetivos y metas previamente determinados, y condicionados por los intereses particulares de la clase predominante en un partido político, que a su vez es la expresión mayor de organización de un grupo hegemónico.
Mientras más bajas son las posibilidades de aprehensión de la realidad entre las masas, o las bases, más factible son la fanatización y la manipulación, lo que prolonga el proceso del paso de reemplazo de una fuerza por otra en el control del poder, entendiendo que el mismo no es aquello que resulta de un proceso electoral, sino la construcción permanente de relaciones políticas que permitan la consolidación de un modelo político y socioeconómico especifico. Es importante entender que los planteamientos del partido son fundamentalmente la expresión de la clase predominante en el mismo, pero que, además, están condicionados por otros factores determinantes como la educación, la cultura, el desarrollo de los medios de producción y la relación que existe con los mismos; esto nos lleva a concluir que la forma en que se aborda el problema de la implementación de un plan de trabajo, debe ser hecho «a la medida», adaptado a la realidad de cada sociedad.
Es justamente en la conjunción de la teoría con la práctica, donde se producen las tendencias internas de una agrupación política, ya que se presume que, en general, los individuos se asocian en un partido político porque han definido un conjunto mínimo de ideales y objetivos. Estas tendencias son la expresión de la forma que interpretan grupos de miembros la forma en que debe llevarse adelante la construcción ideológica y el trabajo político, normalmente conservando el principio de que tanto las masas como los cuadros, deben en todo momento luchar por la consolidación del partido como tal. En este sentido, las tendencias internas ayudan a la cohesión partidaria, y brindan un espectro favorable al desarrollo ideológico, que se debe consolidar con la práctica cotidiana hasta llegar a formar la identidad de clase.
Sería un error serio, encasillar las clases en dos sectores antagónicos; aunque el método dialectico hace más evidente la división de la sociedad de acuerdo a las posiciones frente al trabajo, y la enajenación de este; la realidad nos demuestra que existen muchos factores que determinan la consciencia de clase de los individuos o grupos de individuos. Además, los intereses económicos multiplican su naturaleza, de tal forma que hoy, especialmente en las sociedades menos desarrolladas, encontramos un desarrollo bajo de los medios de producción, con múltiples tipos de relaciones productivas. Las relaciones capitalistas en nuestros países han creado un estancamiento en nuestro desarrollo productivo, así como en el desarrollo tecnológico de nuestras sociedades, lo que implícitamente quiere decir que no podemos definir las relaciones de producción a partir de un molde, ni reducir la complejidad de las mismas.
De hecho, hoy encontramos una fuerte contradicción entre el capital especulativo y la producción nacional, fenómeno que se reproduce en todos los países del planeta. La especulación financiera limita, por su propia naturaleza, la productividad, y el desarrollo de empresas que buscan mantener su crecimiento con el respaldo real del trabajo y sus productos. Esto produce naturalmente una segmentación, y una diferenciación de las relaciones de estos grupos frente al poder. Aunque ambas aspiran a hegemonizar la sociedad bajo sus propios conceptos, igual que el pueblo organizado, el desarrollo del modelo neoliberal hace prever que el capital financiero, la especulación capitalista seguirá desarrollando características propias como clase dominante, mientras su contra parte tenderá a debilitarse y a buscar nuevas formas de asociación con el trabajo.
Estas condiciones obligan, en consecuencia, movimientos que tienden a unificar posiciones frente al control financiero especulativo promovido por el modelo neoliberal, que genera condiciones de caos y de pauperización, así como la decadencia del Estado y la condición de vida de sus ciudadanos. La propuesta de Ciudades Estado, controladas por la inversión, es la mejor muestra de la tendencia a destruir el control del estado sobre la producción de riqueza, aunque se le otorga la potestad, y la obligación de lidiar con la miseria que se ha producido en las grandes mayorías. En este sentido podemos hablar de una asignación geográfica a los privilegios.
De todo este planteamiento encontramos que es el pueblo el que tiene más dificultades para incidir en las transformaciones que se requieren para su propio progreso, ya que, además de ser víctima de las calamidades que le ocasiona el sistema, ha estado sometido por décadas a una campaña de enajenación manipulada por las clase dominantes, con un momento de mayor incidencia con la expansión tecnológica, específicamente en las comunicaciones. En algún momento de los últimos 30 años llegamos a un momento en que era impensable que los pueblos renegaran de un sistema que les había presentado las maravillas del consumo; que llego incluso a presentarle estereotipos de éxito o fracaso relacionados con patrones y capacidad de comprar.
Es el declive, el fracaso del sistema mismo el que brinda coyunturas específicas que, de ser adecuadamente aprovechadas pueden llevar a cambios estructurales en nuestras sociedades. Sin embargo, el pueblo no se organiza por inercia, está condicionado a hacer exactamente lo opuesto. Por esa razón, al menos una de las tendencias de cualquier partido político revolucionario, debería construir su plan de trabajo alrededor de tres objetivos: a) Organizar al pueblo alrededor de un programa de acción política destinado a la toma del poder; b) Construir un cuerpo de ideas que sean comunes a los intereses de quienes participan en el partido; y, c) Preparar un Plan Mínimo de Gobierno que contemple las acciones inmediatas que emprenderá para cumplir con sus metas y objetivos. Todo esto se dice muy fácilmente, la práctica es otra cosa; sin embargo, estas tres tareas son fundamentales. En ningún momento este planteamiento pretende eliminar la parte formativa, pues es la que nos proporciona la posibilidad de un salto cualitativo. La movilización, por otra parte, va de la mano con la organización.
En suma, la toma del poder es un paso hacia el reemplazo hegemónico de la clase predominante en el partido político; el mismo debe considerar todas las relaciones posibles con individuos y grupos con los que comparte objetivos y metas; y se debe construir un esquema teórico-práctico que permita llevar a cabo las transformaciones que se propone. La tarea fundamental es organizar al pueblo para que este emprenda el camino hacia el poder, y la transformación estructural de la sociedad. Esa debe ser la tendencia predominante dentro del partido, capaz, incluyente, ideológicamente fuerte, basada en la construcción permanente de ideas, y en el debate amplio de las mismas.
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