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Defiende el argumento socialista a favor de una Escocia independiente

Separarse es bueno

Fuentes: Red Pepper

Traducido para Rebelión por Christine Lewis Carroll

Hasta el referéndum programado para el otoño de 2014, la independencia de Escocia será el foco de atención de la política británica. Durante los dos años que restan hasta entonces, los medios de comunicación se inundarán de políticos partidarios de la unidad y nacionalistas que defenderán, o no, la supervivencia de una unión política que dura ya más de 300 años.

Es muy probable que tanto los diputados de Westminster [sede del Parlamento británico] como los de Holyrood [sede del Parlamento escocés] dominen ese debate. En los estudios de grabación de todo el país, el dirigente parlamentario del SNP [Partido nacionalista escocés] Alex Salmond se batirá con sus adversarios, partidarios de mantener la unión. Sin embargo, lo que faltará seguro en los argumentos de estos políticos centristas será cualquier perspectiva socialista sobre los méritos, o no, de una independencia escocesa.

Hay un argumento socialista a favor de que Escocia sea un país independiente. El problema es que no hay muchos socialistas fuera de Escocia que lo conozcan. Y durante mucho tiempo tampoco se ha conocido dentro del país. Salvo excepciones notables como Tom Nairn, que publicó una colección enriquecedora de ensayos que pronosticó la separación de Gran Bretaña en 1977 y que ha perseverado en la articulación de un argumento de izquierdas a favor de la independencia escocesa, la mayoría de la izquierda escocesa despachó inicialmente el brote nacionalista de los años 70 como la antítesis de lo que representaba el socialismo.

El nacionalismo sustituyó la identidad nacional por la lucha de clases. Si la historia de la sociedad que existió hasta ese momento hubiese sido realmente la de la lucha de clases, entonces sólo los reaccionarios hubieran sancionado la ruptura de la unidad obrera a lo largo de las islas. Se dio por perdido al SNP como los tartan Tories [conservadores de tartán] y al Partido nazi escocés. Habían colaborado en la caída del gobierno de Callaghan [laborista] en 1979 y habían abierto la puerta al Thatcherismo.

La izquierda se lo piensa

Dieciocho años de Thatcher y Major hicieron que muchos sectores dentro de la izquierda escocesa se lo pensaran mejor. En cuatro elecciones generales consecutivas Escocia había votado laborista mientras el extremismo conservador nos ahogaba. Votar a los laboristas ya no era suficiente. Necesitábamos protección institucional contra las tendencias conservadoras de los votantes del sur. Necesitábamos un parlamento escocés como amortiguador contra los gobiernos de Westminster a los que nunca habíamos votado.

Algunos sectores del Laborismo pensaron que un parlamento escocés con las competencias cedidas dentro del Reino Unido mataría la versión del SNP del nacionalismo. En cambio, la campaña por la devolution [más parecida a la autonomía que a la independencia] encendió un debate dentro de la política escocesa de donde emergió una izquierda nacionalista dentro y fuera del Partido Laborista. El ex comunista Jimmy Reid y el diputado del Partido Laborista fueron sólo dos de los socialistas más conocidos que emprendieron viajes políticos hacia el nacionalismo cívico de un SNP renovado y por aquel entonces socialdemócrata.

Otros, como Tommy Sheridan expulsado del Partido Laborista, ayudarían a fundar el SSP [Partido socialista escocés], cuyo objetivo primordial fue establecer una república escocesa socialista. Al hacer esto, ayudaron a recuperar la memoria de una izquierda nacionalista perdida que incluyó a personas como John Maclean y James Connolly. El nacionalismo ya no era tóxico para muchos sectores de la izquierda escocesa. La ruptura de Gran Bretaña se empezó a ver como algo progresista.

También es cierto que no toda la izquierda escocesa estaba, ni está, convencida de esto. El Partido Comunista de Gran Bretaña sigue aferrado a su visión del British Road to Socialism [camino británico hacia el socialismo]. La izquierda dentro del Partido Laborista insiste en que todavía puede resucitar al Partido Laborista de 1945 del desastre neoliberal de New Labour. Gran parte de la izquierda activista que queda dentro de los sindicatos recula instintivamente ante una causa que no sólo rompería Gran Bretaña, sino también sus propias organizaciones.

Argumentan que Escocia es demasiado pequeña e insignificante para desafiar el poder global del capital. Mantienen que la división real dentro de la política es entre la derecha y la izquierda más que entre Escocia y el resto de Gran Bretaña. Ven una separación por parte de Escocia como una traición a la solidaridad y unidad obreras a lo largo de las islas. Insisten en que sólo las instituciones británicas, como un parlamento autonómico con mayores poderes económicos y fiscales, podrían desafiar el capitalismo del siglo XXI.

Al posar como internacionalistas, ignoran la perspicacia del difunto Jimmy Reid quien afirmó que sin nacionalismo no puede haber internacionalismo. Consumidos por su odio a la versión escocesa del nacionalismo, no ven las implicaciones debilitantes del propio nacionalismo británico. Se aferran desesperadamente al Partido Laborista británico que les ha conducido por la senda parlamentaria que se desvía del socialismo. Están atrapados dentro y supeditados al Estado británico que ni comprenden del todo ni saben cómo reformar.

El precio de la unidad

Se paga un precio por pertenecer a Gran Bretaña. Un escaño permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU tiene como precio las costosas armas nucleares emplazadas en las riberas del río Clyde. Después de Estados Unidos y China, Gran Bretaña es el tercer país con más gasto militar del mundo, casi 40 billones de libras sólo en 2011. Gran Bretaña es un Estado bélico que se ha involucrado en 22 guerras y conflictos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Los gobiernos británicos se gastaron 1,2 trillones de libras en el rescate de un sector bancario y financiero sin regulación que ellos mismos habían creado en la City de Londres.

Está claro que ese precio lo pagó la clase trabajadora a lo largo de Gran Bretaña en la forma de recortes en gastos sociales, privatizaciones, desregulaciones y leyes antisindicales más duras que cualquier estado miembro de la Unión Europea. También se paga bajo la versión deformada de democracia en Gran Bretaña. El término democracia parlamentaria disfraza más de lo que revela. Seguimos siendo súbditos de un monarca hereditario que es también comandante en jefe de nuestras fuerzas armadas. La soberanía o el poder político del Estado se confiere a la ‘corona en el parlamento’ y no al pueblo. La Cámara de los Lores no se elige y está llena de gente interesada y agradecida. Tenemos un sistema electoral que apuntala un sistema de partidos políticos que consiste en dos partidos y medio [Conservador, Laborista y Liberal Demócrata] y que ofrece a los electores poca elección democrática real.

¿Vale la pena luchar por esto? ¿O podría la independencia escocesa abrir nuevas posibilidades para el avance socialista no sólo en Escocia sino también en las otras naciones de Gran Bretaña? Los temas que están actualmente excluidos por la política británica volverían a emerger por lo menos como discutibles. Se volvería a oír de la posibilidad de una república. Habría que retirar los misiles Trident del río Clyde y seguramente descartarlos por razones de coste. Las salvajes leyes antisindicalistas de los Tories se impondrían al norte de la frontera y se socavarían en el sur.

La autonomía ha protegido siempre a Escocia contra los intentos de los Tories de privatizar el NHS [sistema nacional de salud] y de destruir el sistema de educación comprensiva [un sistema que no selecciona a los alumnos en base a sus rendimientos o aptitudes académicos]. La independencia dejaría fuera las actuales reformas del Estado de bienestar que amenazan a los vulnerables y a los pobres. Abriría también la posibilidad de un futuro productivo escocés que no dependiera de la construcción de los gigantescos portaaviones para la Marina Real, cuya misión es llover muerte y destrucción sobre los trabajadores al otro lado del mundo.

El capitalista no tiene país y está en ninguna parte y en todas partes al mismo tiempo. El capitalismo no es ni escocés ni británico. Es global. Influir en él o controlarlo requerirá la cooperación transfronteriza de movimientos obreros nacionales. Estos movimientos obreros, a cada lado de la frontera entre Escocia y el resto del Reino Unido, estarán bien situados para demostrar cómo la acción coordinada puede y debe ocurrir.

En realidad la elección es muy sencilla. Seguir como antes dentro de un Estado anticuado y reaccionario que subyuga legalmente a los sindicatos y que no tiene espacio político para el socialismo. O empezar a separar ese Estado en nombre del progreso y el avance social y al hacerlo, liberar la energía y potencial por toda Gran Bretaña de una izquierda que ha estado en retirada durante demasiado tiempo.

John McAllion es miembro del SSP, ex diputado en Westminster por el Partido Laborista y ex diputado en el Parlamento escocés.

http://www.redpepper.org.uk/breaking-up-is-good-to-do/