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François Hollande, socialdemócrata

Fuentes: Rebelión

Que el Presidente francés Hollande haya sepultado todas sus promesas preelectorales (bastante brumosas, por cierto) no tiene que asombrar a nadie. La hipocresía y la mentira está en el ADN de todos los políticos al servicio del sistema capitalista imperante. Además, este caso particular es la conclusión lógica y coherente de un proceso que comenzó […]

Que el Presidente francés Hollande haya sepultado todas sus promesas preelectorales (bastante brumosas, por cierto) no tiene que asombrar a nadie. La hipocresía y la mentira está en el ADN de todos los políticos al servicio del sistema capitalista imperante. Además, este caso particular es la conclusión lógica y coherente de un proceso que comenzó en 2011 con la elección del candidato presidencial del Partido Socialista, como veremos más adelante. Hollande ha anunciado la adopción de una «política de la oferta». Dicha política está inspirada , aunque el «profesor» Hollande no lo dijo, en la teoría de Juan Bautista Say (1803), según la cual la oferta genera la demanda, de modo que siempre habría equivalencia entre la oferta y la demanda. En el plano teórico ya Marx se ocupó de demoler en términos poco amables («tedioso Say», «desdichado individuo», «farsante») la teoría de Say, retomada por Ricardo. Escribía Marx que «este es el parloteo infantil de un Say, pero no es digno de Ricardo». (Marx, Teoría sobre la plusvalía (Tomo IV de El Capital) escrito entre 1862 y 1863), Capítulo XVII, párrafos 7 a 14. Tomo 2, páginas 426 a 451 de la edición de 1975 de Editorial Cartago, Buenos Aires). Marx explicaba que la teoría de Say podría hipotéticamente funcionar en una economía de trueque, pero ni siquiera en una economía mercantil simple y menos aún en una economía capitalista de mercado, donde el capitalista produce mercancías, no para cambiarlas por otras mercancías sino para transformarlas en dinero, en capital monetario y de ese modo realizar la ganancia que le queda después de pagar a sus proveedores y a los bancos que le prestaron capital, ganancia que puede destinar a atesorar, a especular, a mantener un tren de vida entre elevado y exuberante, etc. El capitalista, para transformar la mercancía en dinero necesita vender su producción y a veces ocurre que no la puede vender, al menos totalmente, porque no hay demanda suficiente a causa del estancamiento o disminución del poder adquisitivo de los consumidores de las clases populares. Y entonces los stocks de mercancía quedan acumulados o se venden por debajo del costo. Ese es el momento de las crisis periódicas del sistema, resultado de que entre la producción y el consumo, entre la oferta y la demanda, se interpone la apropiación capitalista de la plusvalía. De modo que la ley de Say nunca funcionó ni puede funcionar. Además de los hechos, después de Marx refutaron a Say muchos otros economistas, entre ellos Keynes, quien postulaba como forma de salir de la crisis la estimulación de la demanda. Las ideas de Keynes funcionaron durante un corto período cuando las condiciones económicas objetivas lo permitieron (el Estado de bienestar) pero en las condiciones actuales de crisis profunda e irreversible del sistema dichas ideas son imposibles de llevar a la práctica.

La «política de la oferta» de Hollande se concreta en regalos fiscales gigantescos a los capitalistas: el CICE (Crédito de impuesto competitividad empleo) y la supresión del aporte patronal a las cargas sociales en 2017. El CICE tiene por objeto financiar por anticipado programas de las empresas destinados a mejorar su competitividad mediante innovaciones, formación del personal, etc., el reclutamiento de nuevo personal y la reconstitución de sus activos financieros. Todo lo cual, según la versión oficial, permitirá relanzar la economía y crear muchos empleos. Pero los patrones no asumen obligación concreta alguna como contrapartida de los regalos que reciben y lo que ahorren en tasas e impuestos y ganen en subvenciones les servirá para aumentar su margen de ganancias. Nada autoriza a suponer que aumentará la demanda global porque el ingreso real de los asalariados tiende a disminuir con la congelación (y aun disminución) de los salarios reales directos e indirectos (objetivo gubernamental proclamado: disminución de los costos laborales), los aumentos de los impuestos al consumo y también a causa de la alta tasa de desocupación (en torno al 11% actualmente). Como ha dicho el mismo Hollande, la redistribución de los ingresos «vendrá DESPUÉS». Esta «política de la oferta» (regalos a la patronal y virtual congelación de los salarios reales pese a un considerable aumento de la productividad que en Francia se multiplicó por cinco en 30 años) se viene practicando en dicho país desde hace más de 30 años. Es decir, hace tiempo que en Francia – con gobiernos «socialistas» o de derecha- aumenta la explotación de los asalariados y se ensancha la brecha entre ricos y pobres. La «política de la oferta» se acentuó con Sarkozy y ahora llega a su climax con Hollande. Esto no ocurre por azar: las políticas antisociales son toleradas más pasivamente por la población con un gobierno de «izquierda» que con un gobierno de derecha, pues el mito de gobiernos de «izquierda» y de derecha todavía funciona con las mayorías, las que pese a la evidencia, siempre esperan algo mejor de un gobierno de «izquierda». Pero en la realidad no siempre es así.

En Francia, fue durante el gobierno del Primer Ministro «socialista» Jospin (1997-2002) que se privatizaron más servicios públicos e industrias clave. Con escasa o nula reacción popular. Es decir, los gobiernos de «izquierda» gozan de más legitimidad para llevar a cabo una política antipopular. Decíamos antes que esta forma particularmente brutal en que Hollande adoptó una política ultraliberal es la conclusión lógica y coherente de un proceso que comenzó en 2011 con la elección del candidato presidencial del Partido Socialista. En efecto, antes de las elecciones primarias abiertas en el Partido Socialista los sondeos de opinión daban ganador a Strauss Kahn, de tendencia francamente liberal en economía, en segundo lugar a Martine Aubry, tibiamente centro-izquierda con el antecedente de haber promovido como Ministro las 35 horas semanales y lejos, en tercer lugar, a Hollande, Secretario General del PS, de tendencia protoliberal y de escasa personalidad, apropiado para servir de bisagra entre las distintas corrientes del PS. Hollande fue durante varios años alcalde de Tulle, una pequeña ciudad de 14000 habitantes. A la medida de sus calidades de estadista. Ahora su figura se ha vuelto patética con el vodevil de sus visitas nocturnas en «scooter» a su amiguita. Hasta el punto que una agencia de automóviles publicó un anuncio ofreciéndole autos con vidrios polarizados. Cuando Strauss Kahn quedó fuera de carrera a causa de su incontrolable sexualidad, los sondeos le dieron el primer lugar a Hollande y el segundo a Martine Aubry. Finalmente Hollande ganó las primarias socialistas con el 56 por ciento de los votos. Objetivamente Martine Aubry era mejor candidata que Hollande. Tenía experiencia gubernamental como Ministro y como Alcalde durante muchos años de la ciudad de Lille (225000 habitantes), donde realizó una gestión correcta. Pero la mayoría de los electores socialistas (clase media) prefirió a un liberal como Strauss Kahn y cuando éste quedó «offside», optó por un individuo de perfiles políticos borrosos y de pobre personalidad y no por Martine Aubry, quien para algunos «camaradas» socialistas era demasiado izquierdista. Dicho de otra manera el voto de la mayoría en las elecciones primarias del PS refleja la tendencia mayoritaria de las clases medias a favor de preservar el statu quo o sea, el orden establecido. Y así conservar los pequeños privilegios que les proporciona el sistema: un nivel de vida un poco más alto que el de la mayoría de los trabajadores manuales, el que le permite asistir a actividades culturales, comer de tanto en tanto en un restaurante (más bien modesto) ir de vacaciones, etc. Y poder formular críticas intrascendentes a la gestión gubernamental en público o en tertulias sociales, sin temor a ser apaleados o terminar en prisión. O sea, «vivir en democracia».

Desgraciadamente, la preferencia por el orden establecido y el temor a las consecuencias de un cambio radical es un fenómeno mundial que abarca a las mayorías y atraviesa a todas las clases sociales. E incluye a una buena parte de quienes no tienen privilegio alguno, viven en la precariedad y sin perspectivas de un futuro mejor. Hollande dice que es socialdemócrata y tiene razón. La socialdemocracia hace decenios que es un simple reaseguro del sistema, como lo muestra su práctica gubernamental en distintos países del mundo. Y sus alianzas para gobernar con la derecha tradicional. En Alemania (donde el «milagro» se basa en la no existencia de un salario mínimo -aunque ahora se promete establecer uno más adelante- y en salarios ínfimos de 450 euros mensuales pagados sobre todo a los trabajadores provenientes de Europa oriental) la actual alianza del PSD con la derecha fue aprobada por el voto directo de la gran mayoría de sus afiliados. En Italia el Partido Demócrata (resultado de la fusión, hace algunos años, de lo que quedaba de los Partidos Comunista (desde 1991 Partido Democrático de Izquierda) Socialista y Demócrata Cristiano) formó Gobierno a principios de 2013 en alianza con el partido de Berlusconi, cuyo núcleo, Forza Italia, es de tintes fascistizantes. En noviembre de 2013 Berlusconi rompió la coalición pero su propio partido se quebró y una parte del mismo quedó en el Gobierno con el nombre de Nuovo Centrodestra. En España el pueblo español, votando mayoritariamente una vez al PSOE y otra al Partido Popular, pasan alternativamente de la sartén al fuego. Las grandes movilizaciones de los «indignados» no impidió el triunfo electoral del Partido Popular en las últimas elecciones. Se cumplió una vez más el principio del «péndulo» electoral. Los socialdemócratas hace ya tiempo que han renunciado incluso a un modesto reformismo que, por otro lado, no tiene posibilidades de concreción en las actuales condiciones de crisis profunda del capitalismo el que sólo puede sobrevivir acentuando hasta el extremo la explotación de los asalariados y dejando al borde del camino a una parte de la población.

Cuando las mayorías sufran condiciones de vida más allá de lo soportable y una parte de ellas pierdan hasta sus mínimos privilegios de la vida cotidiana, queda por saber qué ocurrirá. Puede formularse la hipótesis de que si no aparece una sólida y creíble alternativa de cambio radical anticapitalista, terminará por imponerse, con el consenso de las mayorías, alguna forma autoritaria de inspiración fascista. El tradicional péndulo electoral entre «izquierda» socialdemócrata y derecha tradicional puede alterarse a favor de la extrema derecha. Dicho de otra manera, la dictadura del gran capital puede terminar despojándose de sus últimos ropajes pseudo democráticos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.