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¿Dónde empieza España?

Fuentes: Cuarto Poder

La tragedia de Ceuta del pasado 6 de febrero oculta la normalidad de un país, España, en el que casi todos los días hay deportaciones de inmigrantes, en el que los CIEs son peores que las cárceles y en el que ser negro le vuelve a uno sospechoso de no ser más que humano; es […]

La tragedia de Ceuta del pasado 6 de febrero oculta la normalidad de un país, España, en el que casi todos los días hay deportaciones de inmigrantes, en el que los CIEs son peores que las cárceles y en el que ser negro le vuelve a uno sospechoso de no ser más que humano; es decir, de no estar protegido por ninguna de las fuerzas que respaldan un pasaporte europeo: un ejército, una moneda, un Estado soberano. Los que son sólo humanos pueden ser tratados como perros. Por eso procuran esconderse, salir más bien de noche y evitar a la policía.

Pero la escena de Ceuta tiene algo ejemplar. Es como una autodenuncia demagógica, la hipérbole inventada por algún altermundista radical para exponer la inhumanidad de las leyes de extranjería y manchar el buen nombre de la Guardia Civil. Parece mentira. No puede ser real. Es una caricatura, una exageración, un panfleto. Propaganda subversiva. Expresa con tanta exactitud el «espíritu» de la política migratoria de la UE que se diría, en efecto, «una escena», una escenografía teatral montada con actores para denunciar la crueldad de nuestro gobierno. Sólo a la bruja Avería se le podría ocurrir una barbaridad semejante.

Y sin embargo ocurrió, como demuestran las imágenes y las propias declaraciones del ministro: la Guardia Civil disparó botes de humo y balas de goma a un grupo de seres humanos que se ahogaba en el mar. Podemos ampliar el cuadro y ver el espigón que separa Ceuta de Marruecos con su valla de 6 metros de altura y señalar la «ilegalidad» de los nadadores; podemos responsabilizar a las autoridades marroquíes; podemos citar acuerdos, subrayar dificultades, invertir la relación de fuerzas y hablar de «brutal presión migratoria» o del «salto a Europa» -con un racismo apenas camuflado-. Pero nada que hubiera ocurrido antes y nada que pudiera llegar a ocurrir después justifica o atenúa la actuación de la Guardia Civil. Si hay una orden que no se debe dar y una orden que se debe desobedecer (como hemos exigido siempre a los funcionarios de las dictaduras) es la de disparar a hombres desarmados, hundidos en el agua, que piden auxilio u hospitalidad. Hay obediencias que lo dicen todo sobre el mundo en el que vivimos. Cada vez más también en otros sitios, pero la diferencia entre democracia y dictadura se desdibuja claramente en nuestras fronteras. ¿Se puede defender dictatorialmente, y marcar contra los DDHH, el borde irrebasable de la «democracia española»?

El ministro Jorge Fernández Díaz admitió que los muertos «buscaban una vida mejor», pero justificó la actuación de la Guardia Civil, que sólo abusaría de los extranjeros. También reprochó a los países del norte de la UE su «hipocresía»: España les hace el trabajo sucio. ¿Cuál es la solución? Que el trabajo sucio lo hagan en Marruecos, en Argelia, en Libia, en Egipto. Es una cuestión de imagen. Todos los días España encierra o deporta inmigrantes en silencio, sin una foto o un murmullo; pero en la frontera africana cobran cuerpo y hacen ruido. Los que entran por ahí son muy pocos y desde luego muchos menos de los que salen ya por todas partes -de vuelta a casa o en dirección a otros países donde realmente se puede encontrar «una vida mejor»-. España es un poco Egipto -un lugar de paso- y para que no se egipcianice del todo hay que obligar a Egipto a hacer mejor su papel: reprimir los flujos migratorios y detener, torturar o matar a los hombres y mujeres que «buscan una vida mejor» para que no tenga que hacerlo nuestra Guardia Civil. Recordaremos que uno de los motivos fundamentales por los que la UE apoyaba a los dictadores contra los que se levantaron los pueblos árabes en 2011 -financiando su maquinaria represiva- tenía que ver justamente con la política migratoria. Es decir, con la persecución de los seres humanos, que hoy continúa a todo vapor.

¿Las democracias tienen bordes? ¿Qué es una frontera? ¿Dónde empieza y qué es España? Como sabemos, de los 250 inmigrantes que trataron de alcanzar la playa de Ceuta, quince murieron. De los restantes sólo 23 lograron pisar la arena. Pero, según el ministro del interior, «no llegaron a entrar en territorio español», y no porque Fernández Díaz cuestione la «españolidad» de Ceuta, sino porque, a su juicio, «España es un concepto jurídico» y los humanos reprimidos no llegaron a «rebasar el control policial».

Podría alegrarnos el corazón escuchar a un «patriota español» del PP renunciar a una España territorial en favor de una España ciudadana, idéntica a su Constitución, a la declaración universal de DDHH y a los acuerdos internacionales. Pero no. Este «concepto» de frontera es lo que con razón Marco Aime ha llamado «tribalismo jurídico». Tribalismo que es, cada vez más, «clasismo jurídico». ¿Dónde empieza España? Detrás del cordón policial. Pero ese cordón policial se contrae de manera centrípeta, con intensidad creciente, sobre los intereses de una minoría. Como consecuencia de las políticas económicas, cada vez más españoles se ven sometidos al paro, la emigración, la vulnerabilidad educativa y sanitaria; y frente a la resistencia de buena parte de la población, cada vez son más necesarias las medidas policiales de excepción. Detrás del cordón policial está España: un rey y dos partidos en los que cada vez cree menos gente, unos cuantos bancos, una cuantas compañías de electricidad. Fuera del cordón policial o, si se prefiere, fuera de España, están -precisamente- los españoles. En torno a 400.000 han abandonado desde 2008 el territorio buscando, como Aiman, Mamadou o Adama, «una vida mejor». Los que se han quedado, ¿se sienten realmente protegidos por sus leyes, sus instituciones y su policía? Mucho me temo que cada vez más españoles se sienten inmigrantes en su propio país. Como Aiman, Adama y Mamadou. La España «jurídica» se está quedando sin territorio y sin población; vivimos casi todos ya de este lado del cordón policial. Como Mamadou, Aiman y Adama.

Santiago Alba Rico. Filósofo y columnista. Su último libro publicado es ¿Podemos seguir siendo de izquierdas? (Panfleto en sí menor) (Pol-len Edicions, Barcelona, 2014).

Fuente: http://www.cuartopoder.es/tribuna/donde-empieza-espana/5513