Desafiando a la pandemia y ante la falta de soluciones por parte del gobierno, miles de peruanos huyen de Lima a pie, por la Carretera Central, en busca de comida en sus pueblos de la zona andina central. Es el éxodo de los olvidados, los excluidos, los pobres extremos, en plena cuarentena. Regresan a sus pueblos como pueden.
En Lima quedaron varados por el estado de emergencia. Sin ahorros, con hambre y miedo al COVID-19 buscan retornar a sus regiones, recorriendo cientos de kilómetros. Exigen un trato igualitario y digno como el que sí le brinda el gobierno a los peruanos que retornan del extranjero.
Madres con sus hijos, ancianos, trabajadores informales, campesinos comparten el mismo recorrido largo, agotador; pasan noche sobre cartones al costado de la ruta. Las escenas en la carretera central se repiten en otras que van hacia el sur y hacia el norte del país.
Con 70 por ciento de los trabajadores en la informalidad, sin derechos laborales y la mayoría con ingresos precarios, y empresas dando licencias sin paga, la larga inactividad ha llevado a una buena parte de la población al límite de su resistencia.
Millones piden ayuda para sobrevivir. El gobierno ha dispuesto la entrega de un bono equivalente a unos 220 dólares para tres millones de familias pobres urbanas y un millón de hogares rurales, pero es insuficiente en el monto y en la cobertura, y todavía no se termina de entregar.
El presidente Martín Vizcarra anunció que este bono se ampliará hasta llegar a 6.800.000 familias, el 75 por ciento de hogares del país. Reconoció la lentitud en su reparto. “Hay que ser autocríticos, tenemos que ser más rápidos. El hambre no espera”, dijo. Se reparte alimentos, pero la entrega es lenta y desorganizada
En Lima, la capital de la que escapan con desesperación, se concentra la mayor parte de casos de coronavirus en el país, pero ellos no huyen del virus, sino del hambre. Después de 40 días de cuarentena, sin trabajo y con sus pocos recursos agotados, tratan con desesperación de regresar a sus casas.
El débil sistema de salud está al límite. Perú, víctima de sucesivos gobiernos corruptos y con ajutes neoliberales, es uno de los países de la región con la más baja inversión en salud, con menos del cinco por ciento de su PBI al año, y eso está pasando factura en esta crisis sanitaria. Hay hospitales desbordados, enfermos que han muerto esperando atención. En las carreteras, sigue el éxodo del hambre.
Además de los caminantes en las carreteras, otros centenares duermen en las calles de la ciudad, frente a estaciones de autobuses o el aeropuerto esperando que salga ese bus o ese vuelo humanitario que las autoridades les han ofrecido, pero que no llega. Se han dado choques entre estos angustiados pobladores y la policía cuando ésta les bloquea el camino para que no sigan su viaje.
La ministra del Ambiente, Fabiola Muñoz, encargada por el gobierno para tratar este asunto señaló que no se puede permitir una salida desordenada porque estos grupos grandes son caldo de cultivo de contagios y se puede generar un problema en las zonas a las que se dirigen.
El gobierno no les comida ni abrigo, pero intenta empadronarlos, hacerles pruebas rápidas del coronavirus para ver si están infectados. Si se han contagiado son llevados a un centro de salud, y los que dan negativo son llevados a su destino en transporte puesto por el Estado y cuando lleguen deben estar dos semanas en aislamiento porque hay la posibilidad que tengan el virus a pesar del resultado negativo de la prueba rápida, señala Muñoz..
Con los contagios en alza, la cuarentena, que comenzó el 16 de marzo, fue prorrogada hasta el 10 de mayo. Pero el aislamiento ha tenido importantes fisuras, por desorganización, falta de respuesta rápida del gobierno y también por la necesidad de muchos que sobreviven del día a día y se ven obligados a buscar algún ingreso, aún a costa de su salud..
Mariana Álvarez Orellana. Antropóloga, docente e investigadora peruana, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)