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La amenaza de la extrema derecha en América Latina

Fuentes: Le Monde diplomatique

El súper año electoral 2024 se caracterizó por tres acontecimientos interconectados: la derrota de los partidos gobernantes; el éxito de la ultraderecha, y la erosión de la democracia liberal. Todos estos acontecimientos han caracterizado a la mayor parte del siglo XXI, lo que significa que 2024 no fue realmente un año de transformación, sino que, más bien, dio otro fuerte impulso a tres acontecimientos en curso, que se seguirán sintiendo en los años venideros.

Si bien los avances son globales, existen importantes variaciones nacionales y regionales. En América Latina, las particularidades de sus tendencias influyen en gran parte sobre las posibilidades de aprender del resto del mundo. La región siempre ha sido complicada para los gobernantes elegidos democráticamente, al tiempo que el retroceso democrático y el resurgimiento autoritario también tienen una larga historia.

Podría decirse que lo que es nuevo en la región es el ascenso de la extrema derecha. Es aquí donde lo regional y lo global se superponen, en el sentido de que la llamada cuarta ola de populismo latinoamericano se superpone con la cuarta ola de extrema derecha global en políticos como Jair Bolsonaro, Nayib Bukele, José Antonio Kast y Javier Milei. En consecuencia, gran parte del debate sobre el ascenso de la ultraderecha latinoamericana, y en particular su amenaza a la democracia liberal, se basa en las experiencias en Europa, donde la extrema derecha tiene una historia más larga y ha sido estudiada más extensamente. Algo similar ocurrió durante el ascenso de Donald Trump en Estados Unidos.

En pocas palabras, la extrema derecha en Europa ha aumentado su participación de forma lenta pero constante desde la década de 1990, beneficiándose principalmente de una mayor politización de la inmigración (y de la integración europea) y, no sin relación con aquello, de la creciente insatisfacción política. Mientras que la extrema derecha era políticamente marginal a fines del siglo XX, se ha vuelto ampliamente aceptada y normalizada a principios del siglo XXI, hasta el punto de ser un socio de gobierno aceptable en la mayoría de los países de la Unión Europea. Sus posturas sobre la inmigración se han vuelto tan dominantes que otros partidos las defienden como “sentido común”. En el único país donde la extrema derecha gobierna en solitario, Hungría, el primer ministro Viktor Orban ha transformado el país de una democracia liberal a una autocracia electoral. En otros países, los partidos de ultraderecha tuvieron que compartir el Gobierno con otros espacios, lo que generalmente ayudó a atenuar las medidas más antiliberales y, en particular, antidemocráticas, incluso cuando los otros partidos eran también de (extrema) derecha o iliberales.

El monismo de la ultraderecha Norte-Sur

Ahora bien, para comprender el auge de la extrema derecha en América Latina debemos abordar las similitudes y diferencias entre la ultraderecha europea y la latinoamericana. En Europa, el nativismo, una forma xenófoba de nacionalismo, define a la extrema derecha. Por lo tanto, su principal fuente de apoyo electoral es la oposición a la inmigración. Si bien se ha posicionado sobre otras cuestiones, como el cambio climático y la integración europea, su impacto ha sido mucho más modesto. Aun así, la mayoría de los académicos coinciden en que el nativismo no es un factor determinante para la extrema derecha en América Latina. De manera similar, el populismo, considerado un elemento clave en la derecha europea, se cree que es mucho menos central en Latinoamérica. De hecho, según un nuevo estudio realizado por André Borges y Lisa Zanotti (1), los dos subtipos más comunes de ultraderecha en América Latina son los “fundamentalistas autoritarios” y los de “mano dura”: los primeros se centran en el conservadurismo religioso; los segundos, en políticas de ley y orden. Además, casi todos estos partidos y políticos apoyan el neoliberalismo, es decir, la mercantilización y la privatización, mientras que sus pares europeos apoyan políticas chauvinistas del bienestar, es decir, un Estado de Bienestar fuerte que se limita a los miembros de “la propia nación”.

Lo que une a la extrema derecha en Europa y América Latina es una especie de “monismo”, que ve a la sociedad en última instancia como homogénea y considera a los “Otros” como ilegítimos. El monismo es lo opuesto al pluralismo, que es la esencia de la democracia liberal. En Europa, estos “Otros” se definen ante todo en términos étnicos y raciales (“inmigrantes” y “minorías étnicas”), mientras que en América Latina los “Otros” se definen más en términos políticos y sexuales (“comunistas” y comunidades LGBTQI+). En ambos casos, el “Otro” es visto como ilegítimo y amenazante, y la extrema derecha cree que no merece representación democrática ni protección liberal.

Una minoría ruidosa

Es importante no malinterpretar el aumento del apoyo electoral a los partidos y políticos de extrema derecha como un aumento del apoyo popular a sus posiciones centrales. Así como la oposición a la inmigración no ha aumentado en Europa, el rechazo a los derechos de la comunidad LGBTQI+ y la desigualdad de género no ha aumentado en América Latina. En todo caso, los apoyos han crecido un poco, sobre todo porque mueren más personas mayores con miradas excluyentes, y más jóvenes inclusivistas se unen al electorado. En realidad, la extrema derecha no es tanto la voz de la mayoría silenciosa, como dice ser, sino la de una minoría ruidosa.

Si hay algo que deberíamos haber aprendido en las últimas décadas es que copiar las propuestas de la extrema derecha no la debilita electoralmente, sólo la fortalece políticamente. Esto se puede ver mejor con respecto a la cuestión de la inmigración en Europa, donde todos, desde el primer ministro británico de centroizquierda, Keir Starmer, hasta la presidenta de centroderecha de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, han adoptado políticas antiinmigración de extrema derecha –personificadas por la primera ministra italiana, Giorgia Meloni–, y a pesar de ello, la extrema derecha está más fuerte que nunca. De manera similar, el caso de la Hungría de Viktor Orban muestra que complacer a la extrema derecha para mantenerla “dentro de la familia democrática” tampoco funciona. No sólo no logró detener el retroceso democrático en Hungría, sino que parece haber empoderado a políticos antiliberales similares dentro de la Unión Europea, desde Polonia hasta Eslovenia.

Los dos subtipos más comunes de ultraderecha en América Latina son los “fundamentalistas autoritarios” y los de “mano dura”.

Así, aunque la extrema derecha latinoamericana no es idéntica a sus pares europeos, especialmente en términos de un nativismo más periférico, comparten un núcleo ideológico monista y una política reaccionaria. Esto explica por qué también se consideran aliados políticos entre sí, como podemos ver en las numerosas conexiones internacionales de extrema derecha entre, por ejemplo, Bolsonaro y Trump o Milei y Meloni. Por lo tanto, podemos esperar que constituyan una amenaza muy similar a la democracia liberal, en términos de debilitamiento de sus instituciones (por ejemplo, el periodismo y los medios independientes) y sus valores (por ejemplo, el pluralismo y la tolerancia). Que la postura acomodaticia no funciona es una lección tanto para la derecha como para la izquierda democráticas.

Para la izquierda democrática es crucial establecer su propia agenda política, basándose en el amplio apoyo popular a su programa central, y no caer en el mito de que la extrema derecha representa a la mayoría silenciosa. Incluso los recientes avances en materia de igualdad de género y derechos de la comunidad LGBTQI+ gozan de un sólido apoyo popular a pesar de la fuerte reacción de la extrema derecha, a menudo apoyada implícitamente en los círculos dominantes. Además, la mayor parte de su base de apoyo histórica se ocupa principalmente de cuestiones socioeconómicas, incluida la desigualdad económica, el desempleo y el subempleo. En todo caso, debe fortalecer y respetar las instituciones y valores de la democracia liberal.

Para la derecha democrática también es necesario mantener una visión realista de la fuerza de la extrema derecha. Es importante destacar que la ultraderecha nunca ha llegado al poder por sí sola: siempre ha dependido de la colaboración de sectores de la derecha dominante. Así ocurrió con Adolf Hitler a principios del siglo XX y con Bolsonaro y Trump a principios del siglo XXI. Al igual que en Europa, en ambos períodos históricos la derecha dominante latinoamericana entró en una coalición oportunista con la extrema derecha, asumiendo que podría usarla para aumentar su propio poder, sólo para ver cómo la coalición es dominada, cada vez más, por el sector opuesto. Si quieren florecer y proteger la democracia liberal, las élites democráticas de derecha deberían darse cuenta de que sus objetivos a largo plazo se logran mejor mediante una coalición con la igualmente pluralista izquierda democrática antes que con la extrema derecha monista.

Obviamente, las élites políticas están impulsadas al menos en igual medida por preocupaciones electorales e ideológicas. Por lo tanto, es crucial que los votantes los motiven a hacer lo correcto. Esto significa no sólo que los votantes dejen de optar por la extrema derecha, sino que también castiguen a otros partidos por colaborar con ella, ya sea porque adoptan sus políticas o porque entablan alianzas explícitas. De manera similar, los medios de comunicación no sólo deben responsabilizar a todos los políticos, especialmente cuando desafían las normas de la democracia liberal, sino que también deben evitar normalizar a los líderes de extrema derecha. Una conducta en su propio interés, ya que la historia reciente ha demostrado que la mayor amenaza para la independencia de los medios en regímenes más o menos democráticos ha provenido de los mismos gobiernos que insisten en defender.

Nota:

1. André Borges y Lisa Zanotti, “Authoritarian, But Not Nativist: Classifying Far-Right Parties in Latin America”, Sage Journals, 2024 (https://doi.org/10.1177/00323217241301317).

Cas Mudde es profesor de Asuntos Internacionales de la UGAF Stanley Wade Shelton y profesor de investigación distinguido en la Universidad de Georgia.

Fuente: https://www.eldiplo.org/seccion-desalineados/la-amenaza-de-la-extrema-derecha-en-america-latina/