Recomiendo:
0

Nuevas derechas: máscaras que ocultan al demonio

Fuentes: Rebelión

La “nueva derecha” reivindica abiertamente la jerarquía social como principio. En América Latina, este principio adquiere una carga aún más colonial: racismo contra pueblos originarios y afrodescendientes, desprecio de clase contra los sectores populares y urbanos, y una religiosidad ultraconservadora que justifica el orden como mandato divino.

En un artículo de 1986 titulado “El viraje conservador: señas y contraseñas” (https://t.ly/LQx3p), el reconocido sociólogo ecuatoriano Agustín Cueva (1937-1992) ya advertía sobre el ascenso de una “nueva derecha”, que buscaba sepultar toda memoria revolucionaria, desmontar el Estado de bienestar y reinstaurar la hegemonía capitalista bajo nuevas estrategias ideológicas y culturales. La “novedad” no residía en su programa económico —profundamente neoliberal y antipopular—, sino en su agresiva dimensión simbólica, racista y anticomunista, revestida de “modernidad democrática”.

Lo que Cueva anticipó con lucidez en los ochenta se ha actualizado con fuerza en América Latina en el siglo XXI. Las llamadas “nuevas derechas” en la región -presentes hoy en gobiernos como el de Javier Milei en Argentina o en los dispositivos de poder que operan en Ecuador, Paraguay o Perú- constituyen una reconfiguración de las élites tradicionales, los mismos grupos dominantes que han controlado históricamente la economía y el Estado. No hay nada nuevo en sus intereses: defienden la propiedad privada, la concentración de la riqueza, las herencias como mecanismo de reproducción de privilegios, el rechazo a cualquier redistribución. La acumulación de riqueza orienta su vida, sus actitudes cotidianas y el ejercicio del poder, como lo demuestran los estudios contenidos en el reciente libro “The Political Economy of Elites in Latin America” (2025), editado por Jan Ickler y Rebeca Ramos Padrón, en el cual consta un importante artículo de Jonathan Báez que esclarece cómo las guaridas fiscales (off-shore) han servido para que grupos familiares de Ecuador escondan ingresos y eludan impuestos (https://t.ly/gtikb).

Las nuevas derechas no solo buscan gobernar sino también imponer un sentido común autoritario, apelando al discurso y a la violencia simbólica e institucional. Para ello han generado una narrativa donde el enemigo es todo lo que huela a izquierda, progresismo o derechos sociales. Se erigen como víctimas de una conspiración del “marxismo cultural”, una categoría difusa pero eficaz para denigrar a feministas, ecologistas, indígenas, docentes, sindicalistas o intelectuales críticos. A partir de ahí, se autoproclaman portadoras de derechos inverosímiles: el “derecho a odiar”, el “derecho a insultar” y a ser violentos, siempre en nombre de una calculada “libertad de expresión” que no tiene límites para linchar a cualquiera.

En efecto, como lo vio Cueva al citar a Alain de Benoist, se asume que la desigualdad es “natural”, deseable incluso, y que toda idea de igualdad es una amenaza a la civilización. La “nueva derecha” reivindica abiertamente la jerarquía social como principio. En América Latina, este principio adquiere una carga aún más colonial: racismo contra pueblos originarios y afrodescendientes, desprecio de clase contra los sectores populares y urbanos, y una religiosidad ultraconservadora que justifica el orden como mandato divino. La familia tradicional, la propiedad y “Occidente” aparecen como trincheras frente a un supuesto avance “rojo”. También un reciente libro de Antonella Marty, titulado “La nueva derecha” (2025) enfatiza en estos temas.

Desde los gobiernos, estas derechas han impulsado una restauración autoritaria. No se contentan con ganar elecciones: necesitan aniquilar al adversario. Para ello utilizan el lawfare, una forma de guerra jurídica que criminaliza a exgobernantes progresistas, liderazgos sociales o militantes de izquierda. Además, se respaldan en la ofensiva mediática que llevan adelante las grandes corporaciones comunicacionales, que contribuyen a difundir discursos de odio, “fake news” y refuerzan estereotipos clasistas, racistas y antidemocráticos. Las redes sociales, como lo mostró en su momento la experiencia de Jair Bolsonaro en Brasil, se han convertido en plataformas de linchamiento digital.

En Argentina, el caso es paradigmático: las “nuevas derechas”, en respaldo al presidente Javier Milei, son las beneficiarias del programa de demolición del Estado, privatización acelerada y desmantelamiento de derechos sociales. También pretenden redefinir una nueva historia que ensalce a la dictadura militar de los setenta, al mismo tiempo que desacreditan la lucha por la memoria, verdad y justicia.

A todo esto se suma la violencia represiva contra protestas legítimas, en nombre de una “libertad” que solo es entendida como mercado sin regulación. Este proceso no es un fenómeno aislado. En toda la región se ha consagrado la articulación entre poder económico, medios de comunicación y plataformas digitales. De modo que logran imponer agendas, invisibilizar resistencias y fragmentar el debate público. En este “ecosistema del poder”, las nuevas derechas no necesitan consenso: les basta con polarizar, dividir, sembrar miedo. La “libertad” es convertida en mercancía; la “democracia”, en coartada para la exclusión.

Asumen ganar la batalla ideológica y destronar al “marxismo cultural” no porque tengan pensadores y pensamientos sólidos (Eugen von Bohm-Bawerk, Friedrich Hayek, Milton Friedman, Karl Popper, George Stigler, Ludwig von Mises, Murray Rothbard, todos macartistas y ajenos a las realidades latinoamericanas, es lo mejor que pueden exhibir, sin que ninguno pise los talones de Karl Marx), sino porque el control del poder asegura la manipulación sobre las masas, la imposición verbal, el irracionalismo sentimental, la persecución y el populismo. Es lo mismo que advirtió Cueva a mediados de los ochenta: las derechas triunfan no porque tengan la razón, sino porque logran imponer su “razón” como la única posible. La derechización de Occidente no era solo un giro ideológico sino un proceso de disciplinamiento global. El Cono Sur de América Latina experimentaba dictaduras militares terroristas, que querían extirpar el “comunismo” y quemaban libros para acabar con la cultura de izquierda. Pero la historia no se pudo detener, pese a que la región pasó a vivir una violencia añadida: se le exigía una democracia despolitizada, sin justicia social, sin soberanía, sin memoria. La democracia, bajo estas condiciones, devino en forma vacía, utilizada para legitimar la reproducción de las desigualdades.

Las derechas latinoamericanas reproducen lo que han sido: defensoras del privilegio, enemigas de la justicia social y custodias del orden desigual. En varios países han instalado gobiernos abiertamente oligárquicos y corruptos. De modo que hoy, igual que antes, sigue en disputa no solo el poder político, sino el sentido mismo de la historia. Las nuevas derechas llegan para clausurar toda idea emancipadora. Su proyecto no es el desarrollo, sino la restauración de un orden basado en el miedo, la represión y la obediencia, a fin de garantizar los negocios privados. El desafío para las fuerzas progresistas no es menor: deben disputar no solo el Estado, sino también la cultura, el lenguaje, la calle y la imaginación colectiva. De su lado está el movimiento de la historia, a pesar de los momentos de retroceso y de los peligros de la restauración lograda por las derechas viejas o nuevas.

Blog del autor: Historia y Presente
www.historiaypresente.com

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.