Recomiendo:
1

No vienen solo por Venezuela, vienen por todos nosotros

Fuentes: Rebelión

En un mapa sobre los intereses geopolíticos y geoeconómicos si EE. UU enfocará su agenda en seguridad y control estratégico (bases, rutas de narcotráfico), Colombia sería el primer objetivo junto a Perú y Brasil, con la justificación de garantizar su seguridad nacional, combatir el narcotráfico y mejorar la cooperación militar. Para China que concentra su interés en recursos naturales y proyectos de inversión seria Brasil, Perú y Bolivia por minería, hidroeléctricas y petróleo y; para Europa su interés de conservación, regulación ambiental, bonos de carbono y derechos indígenas, la conduciría a Brasil, Colombia y Perú. Para ninguno de los tres Venezuela ocupa el lugar central de atención de sus agendas, pero tiene petróleo y amazonia y es el más vulnerable de todos ante la opinión global.

Venezuela es la puerta de entrada a la amazonia por el océano atlántico. Un territorio geoestratégico clave por tres razones que se cruzan: petróleo, amazonia y geopolítica hemisférica. Ha sido objetivo de intervención política, por ser el opositor directo a la hegemonía de EE UU en el continente, que con la doctrina Monroe considera su protectorado, donde ha formado a las élites para conservar esta relación subalterna, sometida. Chávez derrotó temporalmente la narrativa gringa y eso no se lo perdona el poder, por eso con algunos de sus aliados han promovido sanciones económicas, aislamiento diplomático e incluso discutido abiertamente la posibilidad de intervención militar, Trump lo planteó en 2019 y John Bolton en sus memorias habla de “planes sobre la mesa” que incluyen en Colombia a la ultraderecha para hacer el enlace con grupos de desestabilización legal e ilegal, civiles y armados y sostener el discurso oficial estadounidense de “restaurar la democracia”.

 Sin embargo, en clave geopolítica el trasfondo no es la “democracia” sino el control de recursos estratégicos. Venezuela posee las mayores reservas probadas de petróleo del mundo (más de 300.000 millones de barriles, principalmente en la Franja del Orinoco) y durante décadas suministró crudo pesado que Chávez suspendió y que hoy vuelve a ser “su” alternativa frente a la dependencia del Medio Oriente, donde su socio Israel, el genocida sionista, no logra su objetivo de destrucción; es también un recurso crítico en el contexto de crisis energética global y una pieza en el tablero frente a la creciente presencia de China y Rusia como aliados petroleros de Caracas, que han apostado con inversiones de miles de millones en petróleo, minería, armas y deuda venezolana, incluido el envió tropas y asesores militares de Moscú. De ahí el afán por debilitar esta alianza a la que se suma Irán y de mantener el hemisferio bajo su órbita como su patio trasero, su despensa y laboratorio.

     En su agenda EE UU pone de parapeto perseguir el narcotráfico (que está más adentro de EE UU que afuera), pero lo esencial que es invisible a los ojos (decía el principito) no está ahí. Se trata de que geoestratégicamente, Venezuela es la puerta norte de la Amazonía, que tiene minerales críticos como coltán, oro, cobre, aluminio, níquel, estaño, diamantes, zinc, petróleo, gas; agua dulce, maderas, y biodiversidad única, que la convierten en el botín codiciado más rico del planeta. Dicho de otra manera: derrocar al gobierno de gobierno en Venezuela, deponer a su presidente estigmatizado, ridiculizado y listo para ser destrozado les resulta creíble, para “lograr” un cambio de régimen político y reconfigurar el control del petróleo y de una porción estratégica de la Amazonía en la disputa global entre EE UU, China y Rusia y por esa vía lograr la meta de apropiación total de la amazonia.

     La línea roja que esta trazada por el derecho de libre autodeterminación de los pueblos y que EE UU omite con el despliegue militar por el caribe, a la luz del estatuto de Roma es “delito de agresión”, que con la lesa humanidad, el genocidio y los crímenes de guerra son delitos internacionales, imprescriptibles, que desde ya requieren intervención de corte penal internacional (CPI), en tanto no existe ningún indicio de legitimidad para amenazar y acosar militarmente a un pueblo (que ya está suficientemente afectado por la polarización y el bloqueo comercial, de alimentos y medicinas) y no hay garantías creíbles de la existencia de riesgos a la seguridad nacional por narcotráfico y en cambio sí la intención probada de planear derrocar un gobierno y apropiarse del poder y las riquezas.

      Una intervención ilegal como la pretendida empeoraría la crisis venezolana, desestabilizaría a la región en especial a Colombia, Brasil y Guyana inicialmente y seguiría su curso sobre Perú y Brasil, acelerando la depredación amazónica y e iniciando una guerra asimétrica con múltiples actores como 4 millones de milicianos en armas, colectivos, ejércitos regulares, insurgencias (ELN y disidencias FARC) en las fronteras y la franja amazónica; sabotaje a oleoductos, trasnacionales, vías y redes eléctricas, escaladas fronterizas y urbanas con choques en Arauca/Santander (Colombia), Roraima/Amazonas (Brasil) y zona del Esequibo (Guyana), con riesgo de “incidentes” entre fuerzas regulares y no estatales. Y de manera latente y pausada, la siempre esperada aparición de potencias no proamericanas (Rusia con asesores, defensa antiaérea), Irán (cooperación técnica, drones/ logística), China (cobro de deudas y protección de inversiones), que aumentarían el costo y la duración del conflicto, que podría superar dos décadas y dejar las consecuencias previsibles de desestabilización de toda américa latina, desplazamiento masivo, asesinatos por miles, nuevas olas migratorias superiores a las ya existentes de más de 7 millones de venezolanos en la diáspora, presión sobre Colombia, Brasil, el resto del sur y el Caribe, crisis por  desabastecimiento, colapso de servicios, expansión de minería ilegal, trata de personas en corredores amazónicos y vulneración intensiva de derechos humanos con ejecuciones sumarias, minas y trampas, torturas, detenciones arbitrarias.

      Las razones iniciales para la invasión EE UU las ha probado en el siglo XXI sobre la base de falsedades, operaciones de falsa bandera, atentados de motivación para indignar a la población, propaganda de guerra sucia y psicológica. Ha ocurrido en Afganistán con la excusa de responder a un ataque terrorista, Irak acusada falsamente de tener armas de destrucción masiva, Libia con la excusa de proteger civiles y Siria para derrocar un tirano y apoyar a los rebeldes. El hilo conductor es que todas se convirtieron en conflictos prolongados y altamente destructivos donde las motivaciones geopolíticas de largo plazo (recursos, influencia regional, eliminación de adversarios) superaron cualquier otro objetivo y reconfiguraron el mapa geopolítico de Medio Oriente y Asia Central donde derrocaron regímenes y desmantelaron los frágiles equilibrios sociales e institucionales con catastróficas consecuencias humanitarias, muertes, hambrunas, empobrecimiento, desplazamientos, heridos, desaparecidos, destrucción de infraestructuras, saqueo y colapso de estructuras económicas y gubernamentales. El costo humano fue devastador. En Irak entre 280.000 y 315.000 asesinados, millones desplazados al exterior y 1.2 millones desplazados internos. En Siria de 350.000 a 600.000 asesinados, 6.8 millones de refugiados fuera del país, 7 millones de desplazados internos y más de la mitad de la población forzada a huir de sus hogares. En Afganistán más de 300.000 asesinados, 3.5 millones de desplazados internos y 23 millones con hambre aguda. En Libia miles de muertes y cientos de miles de desplazados dentro del país o en huida a través del Mediterráneo.

      La destrucción llevó al colapso a las cuatro naciones invadidas. Irak totalmente devastada, ciudades como Mosul, Ramadi o Faluya reducidas a escombros, necesitarán 88 mil millones de dólares solo para la reconstrucción inicial. Siria destrozada por cuadriculas, los sitios patrimoniales en pedazos en Alepo, Palmira y otras ciudades, colapso gubernamental, fragmentación social, destrucción del monopolio estatal de la fuerza, vacío de poder, territorios convertidos en disputa para tráfico de personas y armas. El Legado es de caos que quieren repetir en América latina con el aplauso de las ultraderechas que piden invadir, matar, destruir, saquear, olvidan que lo que ocurra traerá barbarie. En 20 años de invasión en ninguno de los cuatro países EE UU pudo imponer “su democracia” prometida, ni los derechos ofrecidos. El patrón común fue que las intervenciones militares y los conflictos prolongados no lograron sus objetivos declarados, pero sí consiguieron con precisión el desmantelamiento de Estados-nación enteros, la violación masiva e indiscriminada de derechos, la pérdida total de distinción entre civiles y combatientes (todos eran objetivos militares) y la “comunidad internacional” fue manipulada por el mismo invasor. América latina tiene la obligación moral de movilizarse con una sola bandera contra el invasor con la responsabilidad histórica de crear un marco de respeto por la autodeterminación de los pueblos y la conservación de la hermandad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.