Generalmente personajes de baja estatura política como el actual Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, tienen ciertas historias pasadas vinculadas con hechos de corrupción e inmoralidades. A Almagro se le acusa de ser un peón de Washington encargado de velar por los intereses hegemónicos del imperio del Norte en Nuestra […]
Generalmente personajes de baja estatura política como el actual Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, tienen ciertas historias pasadas vinculadas con hechos de corrupción e inmoralidades.
A Almagro se le acusa de ser un peón de Washington encargado de velar por los intereses hegemónicos del imperio del Norte en Nuestra América, e incluso se ha denunciado por analistas que tiene estrechos contactos con la estadounidense Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Por supuesto que la conducta injerencista y enfermiza del actual «jefe» de la OEA hacia los procesos y gobiernos populares en la Patria Grande, y su defensa a ultranza de la «restauración» del neoliberalismo salvaje en este hemisferio, corroboran tales acusaciones.
Sin embargo, de la trayectoria del excanciller y diplomático uruguayo poco se habla y casi nada ha trascendido a la palestra pública, aunque rumores entre bastidores refieren que en su carrera hay capítulos oscuros que lo implican en hechos de corrupción y otros indecorosos.
Los secreteos cuentan que Almagro estuvo envuelto en tráfico ilícito de las afamadas alfombras iraníes, orgullo de la cultura y el arte persas, cuando fungió como funcionario en la embajada de su país en Teherán.
Como se conoce, las alfombras de Irán son bien costosas porque, además de hermosas, son tejidas a mano y quienes las confeccionan, mujeres muy laboriosas, pueden tardar más de un año en terminarlas.
Según entendidos, históricamente los invasores, políticos y enemigos de Irán han dejado su huella negativa en esas obras de artes fabricadas desde hace más de dos milenios y medio, y que los mismos expertos coinciden en que están en peligro de desaparecer en el futuro por diversas razones.
Entre tales causas adversas figuran el tráfico ilegal de las alfombras, y las sanciones económicas que Estados Unidos le ha impuesto al gobierno y pueblo iraníes, las cuales han entorpecido su comercialización en los últimos años.
La industrialización de tapices en otras naciones del mundo, y de facto su venta a precios mucho más baratos, también ha dañado a la madre de todas las alfombras, las persas, entrelazadas a mano con un hilo resistente salido de la lana gruesa de las ovejas.
El autitulado «honesto» y «demócrata» Almagro debería esclarecer ese capítulo sombrío de su carrera, en momentos en que la corrupción, como un cáncer terminal, desangra a gobiernos e instituciones internacionales, de la que no escapa la OEA.
Cierto es que el actual secretario general de esa entidad hemisférica, con sede en Washington y financiada históricamente por Estados Unidos para subyugar a Nuestra América, es un defensor de regímenes corruptos como el de Michel Temer, en Brasil, y Mauricio Macri, en Argentina, entre otros.
Entonces a Almagro podría aplicársele ese refrán muy popular que reza lo siguiente: «dime con quién andas, y te diré quién eres».
Pero claro, hay que darle la oportunidad de demostrar que no fue un traficante de las famosas «alfombras de Aladino», ni tampoco protagonista de otros actos, también rumoreados entre bambalinas, y que dicen poco de su moralidad, y sí mucho de su reiterada conducta agresiva.
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