Las revueltas populares en Chile, Colombia, Haití y Ecuador, así como el golpe de Estado en Bolivia han llamado la atención de toda Nuestra América y no pasan desapercibidas en el mundo, muchos se preguntan si esto es el nuevo nacimiento de algo o si es la prolongación de un conflicto añejo; hemos encontrado en […]
Las revueltas populares en Chile, Colombia, Haití y Ecuador, así como el golpe de Estado en Bolivia han llamado la atención de toda Nuestra América y no pasan desapercibidas en el mundo, muchos se preguntan si esto es el nuevo nacimiento de algo o si es la prolongación de un conflicto añejo; hemos encontrado en las últimas semanas todo tipo de opiniones, desde las fuerzas que se identifican con la izquierda hay entusiasmo por las movilizaciones e indignación por el golpe de Estado en Bolivia, mientras que las fuerzas reaccionarias celebran esto último y debaten sobre la necesidad de combatir las movilizaciones o tratar de encaminarlas. Por nuestra parte, expondremos algunas valoraciones con la intención de clarificar algunos elementos presentes en las mismas y que percibimos subestimados por otras opiniones.
I. Neoliberalismo y alternativas en América Latina
Los años noventa del siglo pasado fueron los años dorados de la oligarquía neoliberal quienes (victoriosos ante la desaparición de la Unión Soviética y acreditados filosóficamente por Fukuyama y económicamente por Von Hayek) nos impusieron sin contrapeso en América Latina a personajes políticos repugnantes como Salinas de Gortari, Menem, Frei y Fujimori entre otros. La transferencia y concentración de riqueza pública a manos privadas y la socialización de las quiebras bancarias en los últimos 35 años suman cantidades casi incalculables y deudas a la hacienda pública imposibles de amortizar, la frivolidad y la jactancia de los magnates surgidos en esa época de la mano de las cifras que muestran retrocesos sociales apocalípticos de dan fe de la profunda decadencia del ciclo neoliberal.
Sin embargo, en el primer decenio del presente siglo hubo dos sucesos que marcaron síntomas claros de un agotamiento del modelo neoliberal, el triunfo electoral del Coronel Hugo Chávez Frías en Venezuela, y las revueltas populares en Argentina (que obligaron a la renuncia del presidente Fernando de la Rúa). A lo antes mencionado se sumó lo que posteriormente fue catalogado como el ciclo progresista latinoamericano (los contundentes triunfos electorales del PT en Brasil, el Partido Socialista en Chile, el Frente Amplio en Uruguay, el FSLN en Nicaragua, la llamada Revolución ciudadana en Ecuador y el MAS en Bolivia, por mencionar algunos).
Este llamado progresismo latinoamericano ha enarbolado la bandera anti-neoliberal, sin embargo ha preferido no definir qué significa esto con exactitud, y ha desestimado la necesidad de explicarlo en el marco del capitalismo y del orden imperialista mundial, aprovechando sin embargo el rechazo popular que dicha política económica fue acumulando en la región por los claros estragos que ha dejado en la economía popular. Dichos partidos y fuerzas políticas anti-neoliberales, marcaron distancia ideológica de la insurrección latinoamericana que les precedió, y en medio de un lenguaje que a veces mezcla el liberalismo político con la socialdemocracia e incluso con algunas posiciones del cristianismo progresista, ha logrado despertar simpatía, admiración y entusiasmar a sus seguidores, pero tampoco quiso responder si su propuesta implicaba una nueva estrategia en la liberación latinoamericana ; o bien, se trataba de una resistencia temporal a la estrategia imperialista renunciando al mismo tiempo a una verdadera lucha por tomar el poder en toda la extensión de la palabra, en favor de las clases explotadas. Así pues, podríamos decir, que en el mejor de los casos, este «nuevo progresismo» en el plano económico ha pretendido rescatar algunas de las tesis desarrollistas de los años cincuenta.
Tal como lo hemos mencionado, dentro de dichas fuerzas llamadas progresistas existen distintos grados de aspiraciones transformadoras, siendo las de Venezuela y Bolivia un tanto más profundas, sin embargo, en la mayoría de los casos, dicho progresismo fue incapaz de cuestionar la economía de mercado, aceptando en lo general como dogma rector el consenso de Washington, prorrogando de esta manera el ciclo neoliberal, acordando (para mantenerse en el poder) con la burguesía el control clientelar de un amplio sector del estado, administrando el descontento popular con programas sociales desmovilizantes y altísimas dosis de alienación posmoderna; se negó la lucha de clases, y se diseminó la confusión en la izquierda.
Es inequívoco, el neoliberalismo esta tan agotado como lo está el desarrollismo y esta situación nos ha llevado a un nuevo período de revueltas populares, golpes y contragolpes de estado. Estamos entonces en un punto en que ya no se pueden privatizar más riquezas sin instaurar una dictadura pero tampoco hay forma de quitarle algo de verdadero valor a la plutocracia sin hacer una revolución.
II. El conflicto actual, entre lo real y lo aparente
En la América Latina de hoy, vemos un conflicto político entre fuerzas que identificamos como de «derecha», y otras que se asumen como «progresistas», sin embargo también podemos decir sin temor a equivocarnos que dentro de cada una de esas caracterizaciones existen límites y graduaciones. En general; por un lado, hay algunas agrupaciones políticas que son la representantes directas de grupos oligárquicos estrechamente relacionados a organismos financieros internacionales y a la política del Estado Norteamericano y por el otro lado hay agrupaciones que en apariencia no representan claramente a un sector en específico pero que tiene capacidad política de negociar con distintas fuerzas de índole contraria bajo el manto de una especie de nacionalismo con tintes sociales.
Si caracterizamos extremos, podríamos decir que por método hemos de marginar tanto a Cuba como a Estados Unidos por estar en los extremos y por representar un conflicto de una índole mayor. Por eso mismo, analizaremos estos casos más adelante. Por otra parte, el otro factor que debemos marginar es Colombia, pues en este caso, la prolongación del conflicto armado por la toma y conservación del poder, ha parecido mantenerse en sus términos clásicos, y por tanto, la insurgencia Colombiana sí forma parte de la historia de la insurgencia latinoamericana, así como el Estado Colombiano liderado por Uribe-Santos-Duque, sí son la típica forma oligárquico-imperialista, de carácter claramente genocida, que dirigidos desde Washington, llevan a cabo un plan de aniquilamiento de la insurgencia.
De este modo podríamos decir que en el extremo izquierdo de este conflicto se encuentra Hugo Chávez y Evo Morales, y en el extremo derecho se encuentran Bolsonaro y Alvaro Uribe. Aparentemente todo esto se da en medio de un clima de tensa competencia por medios democrático electorales, combinados con las argucias jurídicas que siempre son manejables por las oligarquías, pero que estrictamente no rebasa los límites de la política para entrar en los terrenos de la guerra. En este punto, el vigente golpe de Estado en Bolivia, ha mostrado una escalada más en dicha tensión.
¿Pero cómo interpretar esta situación? ¿Cómo un progreso de la política latinoamericana que nos ha hecho ser más razonables y pacíficos? ¿Cómo la consolidación de la democracia y por tanto la demostración de que todo conflicto es resoluble por medio de elecciones «libres» tal como lo habían dicho los norteamericanos durante la guerra fría?
Es probable que no seamos los únicos en notar que algo aquí no termina de estar completo, y nos lleva a pensar aquella frase inicial del 18 Brumario de Luis Bonaparte en donde Marx decía que los sucesos suelen suceder dos veces, una vez como realidad y otra como farsa. Y es que por más de derecha que sea Bolsonaro, él no es Pinochet y por más radical que haya parecido en su momento Hugo Chávez, dista mucho de Fidel Castro. La confusión es tan profunda que incluso hay personas que siendo la misma persona no representan lo mismo que ellos mismos representaron en años anteriores. El Daniel Ortega que gana las últimas elecciones es muy diferente del que tomó el poder en 1979 con la insurrección liderada por el FSLN, el José Mujica que se convierte en presidente de Uruguay no es el Pepe Mujica del MLN-Tupamaros, y el Salvador Sánchez Cerén, que gana las elecciones por el FMLN en El Salvador, no representaba al FMLN que disputó el poder en los años ochenta. Por momentos pareciese que vemos el partido de fútbol entre dos equipos que usan la misma camiseta pero son en esencia, otro equipo, y por tanto el espectador tiene la sensación de que hay algo de falsedad en el juego.
De tal modo parece que ni las siglas de las agrupaciones políticas ni los nombres de sus protagonistas son suficientes para interpretar los límites y alcances de un momento histórico, como tampoco tendría sentido debatir acerca de las intenciones que esas fuerzas o personajes han tenido en cada coyuntura, pues eso es algo que no se puede saber con exactitud, y por tanto es necesario marginar.
Digamos que a estas alturas podríamos preguntarnos si esta historia que estamos viviendo es en toda la extensión del concepto una historia verdadera, o si simplemente es la escenificación de algo que en realidad no es, o bien, si las fuerzas cuyo carácter político es más determinante han permanecido detrás de la cortina durante varios años, pues la exigencia del juego no hace necesaria su presencia directa.
Es por lo anterior que no debemos olvidar que sí hubo un enfrentamiento claro y directo entre dos proyectos completamente antagónicos para América Latina, el representado por Washington, la OTAN, el imperialismo, y por otro lado, el proyecto de la segunda y definitiva independencia de América, el de la Segunda Declaración de la Habana, el de la tesis del Ché de que en América Latina no habría verdadera independencia sin Revolución Socialista [1]. Ambos frentes se confrontaron y desangraron mutuamente durante más de veinte años, y aparecieron en escena las personas que estaban dispuestas a transformar radicalmente la historia de América sacrificando su propia vida, y también quienes estuvieron dispuestos a detener esas fuerzas revolucionarias sacrificando su propio nombre en la Historia, aceptando hacer lo que fuera necesario para evitar el triunfo del comunismo en América Latina.
Las fuerzas revolucionarias en general fueron derrotadas y Cuba fue obligada a replegarse, y se ha tenido que concentrar en salvar su posición, en tratar de no perder lo ganado. La derrota de la Revolución Latinoamericana conllevó un feroz aniquilamiento de las fuerzas más decididas a llevarla a cabo, ya sea porque cayeron en combate, o bien porque al ser derrotados fueron cazados y perseguidos hasta el grado de exterminio por las fuerzas victoriosas del imperialismo, quien no dudó en aplastar con la mayor crueldad a los vencidos.
La derrota de la Revolución por tanto hace parecer a la social democracia como la única opción de cambio hacia la izquierda posible, y en el otro extremo hace innecesaria la presentación de personajes que abiertamente hablen y practiquen en términos militares el combate contra un enemigo de Estado.
Precisamente los combates callejeros en Ecuador, el nuevo alzamiento armado de una parte de las FARC-EP, por un lado, así como el ascenso de Bolsonaro y Duque, nos recuerda que en ambos bandos existen esos personajes y esas fuerzas que aunque fuera de foco, son los potenciales protagonistas de otro nivel de la política.
Prosiguiendo con nuestro ejemplo futbolístico, en ausencia del cuadro titular de un equipo, el adversario, de algún modo ha sacado a su banca al terreno de juego, ocultando con ello el verdadero estado de sus titulares.
Podríamos decir que sí hay un nuevo orden político y unas nuevas reglas de la lucha política en América Latina, sólo si admitimos que en efecto uno de los bandos está cien por ciento aniquilado y que por lo tanto ya no actúa como factor en la realidad. La hipótesis alternativa es que ese comportamiento actual de la política latinoamericana es transitorio en la medida en que uno de los bandos está imposibilitado para combatir por un tiempo, pero que es un bando en reconstrucción y que por lo tanto la verdadera realidad política se mostrará cuando vuelva al terreno de juego, y que por ahora los verdaderos estadistas del imperialismo, se han encargado de evitar que dichas fuerzas encuentren las condiciones de su recomposición.
III. El entramado económico
Por ahora en el plano económico parece haber un gran problema para los dos equipos que están actualmente en la cancha, y eso puede explicar porque ambos equipos se declaran a sí mismos vencedores y escriben columnas por aquí y por allá explicando que su contraparte está acabada. La derecha pone el triunfo de Bolsonaro y la crisis en Venezuela como el signo inequívoco que la izquierda populista latinoamericana está acabada, mientras que la «izquierda» pone el triunfo electoral de López Obrador y la crisis en Argentina y Ecuador, así como el alzamiento popular en Chile y Colombia como el signo inequívoco del fracaso de la derecha.
Pero ¿Qué le depara a América Latina de forma tendencial en el próximo medio siglo o cuando menos en las próximas tres décadas? ¿Es posible que este conflicto se prolongue de la misma forma?
Por ahora podemos apreciar que económicamente ambos bandos tienen un serio problema;
Por un lado, la derecha que reivindica el neoliberalismo friedmaniano está desfasada, pues ese ya ni siquiera es el discurso y la línea actual de Washington ( Trump- Pence), y además, en la etapa previa al «ciclo progresista», prácticamente ya había privatizado todo, dejando para una etapa final sólo lo más sensibles y riesgoso, lo que explica en parte su colapso y el ascenso de los movimientos populares que se multiplicaron por América Latina en los primeros años del siglo actual, y que a su vez propiciaron el triunfo de los llamados partidos progresistas. Por lo tanto, al retomar el control del gobierno, no pueden sino retomar la agenda donde ésta se había quedado, y por ende es retomar el riesgo de la insurrección popular, y al no poder aplicar abiertamente una dictadura, tendera a perder popularidad y perder finalmente el control y con ello el poder.
Por otro lado; los partidos de Izquierda o progresistas por su parte, sólo han podido hacer algunas reformas sin alterar de fondo la fisonomía económica dependiente clásica de América Latina, en todo caso han podido administrar con mayor o menor tibieza sus efectos más devastadores y han podido también aplicar algunas medias redistributivas, todo esto, cuidando el no provocar un conflicto mayor con Washington, por lo que se han abstenido de golpear severamente sus intereses en la región. Ni siquiera Venezuela ha desafiado frontalmente la política petrolera norteamericana, ni ha promovido alguna insurrección en la región (Cabe destacar su papel en la guerra en Colombia, siempre fue a favor de la negociación, y nunca se ha planteado ser un aliado de la insurgencia como tal, en todo caso, ha sido partidaria de que la insurgencia se desarme y combata en el plano electoral). Pero, ¿Qué nueva reforma o qué nuevo plan puede ofrecer sin confrontarse a las fuerzas ocultas del imperialismo, es decir, sin forzar que los titulares salten a la cancha y sin llamar en su auxilio a fuerzas que ellos mismos han dado por caducas y superadas?
IV. Las posibilidades del momento
Ahora, aunque nos gustaría hablar de un gran triunfo de las fuerzas revolucionarias o de aquellas a las que se ha llamado «anti hegemónicas» en América Latina, la realidad es que dicha victoria está muy lejos de concretarse; en este momento, simplemente podemos celebrar el despertar popular continental (particularmente en Chile), es decir, podemos celebrar que el ánimo de lucha está encendido y que el bloque hegemónico de poder en la región compuesto principalmente por la combinación de imperialismo, oligarquía conservadora y fuerzas armadas reaccionarias, enfrentan más dificultades de las que quisieran para dominar tranquilamente, y que nuevas generaciones se están forjando en la lucha callejera para encontrar el rumbo que los explotados requerimos.
Sin embargo, si advertimos que es apresurado ser triunfalistas, es porque, parafraseando al Ché, no debemos subestimar al imperialismo «ni un tantito así» y no podemos perder de vista que mientras del lado de las fuerzas populares apenas estamos retomando aliento, el imperialismo ha asestado un golpe severo en Bolivia, país en donde el proceso estaba aparentemente más consolidado, y ha retomado condiciones favorables a su causa en Brasil y Uruguay. No podemos bajar los brazos, pues ni Piñera, ni Duque, ni el traidor Lenín Moreno han caído, y de ningún modo se encuentran resignados a ser derrotados.
Las movilizaciones actuales, si logran mantener su curso, e incluso escalar un poco más, podrán debilitar algunas ramas del Estado, y complicar su dominación, pero aún no se encuentran en posición de derrotarlo estratégicamente; es decir, de arrebatar el poder al bloque hegemónico, pasando claramente a la ofensiva.
Según nuestra lectura el neoliberalismo está agotado en gran medida, y esto no se debe sólo a la irrupción de los movimientos populares latinoamericanos, sino que tiene que ver con la competencia de Estados Unidos con China por el control de la economía mundial. Por esto mismo es que no debemos estar tan confiados de que será la «izquierda» quien coseche los frutos de dicho agotamiento, sino que es muy probable que el imperialismo mismo encuentre una nueva combinación estratégica para mantener adelante sus objetivos; tan es así, que tanto el discurso de Trump al igual que el de Bolsonaro, se deslindan del clásico discurso neoliberal tal como fue generalizado en la década de los noventa del siglo XX. Dicho de otro modo, el neoliberalismo también puede ser sustituido por la derecha, pues si bien el neoliberalismo es necesariamente capitalista, el capitalismo y el imperialismo no son necesariamente neoliberales.
También en las fuerzas del imperialismo hay relevos de grupos y de generaciones, y nos equivocaríamos si los consideramos inmutables, por ello no es extraño que nuevos partidos políticos de derecha estén sustituyendo a los clásicos.
En el plano del horizonte de nuestras aspiraciones y nuestras enemistades, no podemos descuidar ni la estrategia imperialista ni la estrategia revolucionaria, y es por ello que no podemos dejar de ver cada una de las cosas que suceden en América Latina sin analizar lo que esto pueda significar o impactar en la estrategia de Washington, ni tampoco dejar de ver todo lo que significa a nuestro favor, el socialismo en Cuba, los estrategas norteamericanos no lo pierden de vista, y nosotros no podemos hacerlo tampoco.
Nos parece que una de las lecciones que ha dejado todo este ciclo de gobiernos progresistas y golpes de Estado «blandos», es que se mantiene el principio geopolítico de que Estados Unidos sólo está dispuesto a respaldar el funcionamiento «democrático» si sus fuerzas son quienes saquen principal ventaja de ello. Por lo tanto, consideramos que uno de los logros que tiene el movimiento popular actual en América Latina, es el de volver a retomar la calle como escenario de su lucha, sobreponiéndose, sobre todo en el caso de Chile, a la posibilidad de que las fuerzas que diciéndose de izquierda han alternado sin mayor bullicio con las fuerzas reaccionarias, pretendan canalizar la energía popular en su beneficio.
Lo anterior no implica renunciar a ninguna conquista democrática, sino entender que esas conquistas por sí mismas no pueden llevarnos a la victoria, y que la movilización, activa, radical y organizada, es un salto cualitativo al cual no debemos renunciar, pues si algo nuevo nacerá para nuestra causa, será precisamente de dichas experiencias y de las lecciones que las clases explotadas y organizadas saquen de su accionar.
Andrés Ávila Armella. Secretario General del Partido Comunista de México (PCdeM). Sociólogo y Dr. En Estudios Latinoamericanos por la UNAM en donde labora como docente, además de miembro activo del Sindicato Independiente de Trabajadoras y Trabajadores de la UNAM SITTAUNAM. Eduardo Victoria Baeza. Sindicalista, corresponsal Radio Centenario de Uruguay, Comisión internacional PCdeM.
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