La VII Cumbre Presidencial que se efectuará en Panamá los días 10 y 11 de abril, esta vez con participación de Cuba, debería corroborar el histórico rechazo que ha hecho el continente a las amenazas de EE.UU. contra Venezuela. Esa Cumbre es la mejor oportunidad para que el presidente Barack Obama conozca de labios de […]
La VII Cumbre Presidencial que se efectuará en Panamá los días 10 y 11 de abril, esta vez con participación de Cuba, debería corroborar el histórico rechazo que ha hecho el continente a las amenazas de EE.UU. contra Venezuela. Esa Cumbre es la mejor oportunidad para que el presidente Barack Obama conozca de labios de los mandatarios de América Latina y el Caribe la indignación que provocan sus desplantes de matón de barrio.
Obama se pasó de la raya al firmar el 9 de marzo un decreto ejecutivo que declara que Venezuela «constituye una infrecuente y extraordinaria amenaza a la seguridad nacional y a la política exterior de Estados Unidos», por lo cual declara «la emergencia nacional para tratar con esa amenaza». Declaraciones de corte similar han conducido a EE.UU. por un callejón que desemboca en invasiones, bombardeos, golpes de Estado, asesinatos políticos, etc., habituales en el comportamiento del imperio. El propio Obama -paradojalmente Premio Nobel de la Paz- se ha destacado en la utilización de la fuerza militar para imponer los intereses norteamericanos en el mundo. Siria y Ucrania son ejemplos recientes, como ayer fueron Vietnam, Iraq, Libia y Afganistán, Cuba, Chile, Granada, Nicaragua, Panamá, Ecuador, Bolivia, Honduras y Paraguay, por mencionar sólo ejemplos contemporáneos.
Casi siempre la intervención yanqui fue precedida por declaraciones como la de Obama contra Venezuela. Los zarpazos yanquis se descargaron luego de provocaciones de enorme magnitud -como la del Golfo de Tonkín, en los años 90, o la falsa existencia de «armas de destrucción masiva» en Iraq-. EE.UU. no vaciló tampoco en usar los autoatentados contra sus propias embajadas y empresas. Utilizó el terrorismo en todas sus formas. Creó y equipó grupos paramilitares, secuestró, torturó y asesinó. Nada en el instrumental del crimen es ajeno al imperialismo norteamericano. En ese sentido, Venezuela debe estar muy alerta a estas provocaciones. Una tarea difícil, porque tiene una extensa frontera con Colombia, permeable a las incursiones de sicarios y mercenarios paramilitares.
Las fabulosas reservas de petróleo, gas, hierro y agua y otras riquezas naturales, convierten a Venezuela en una presa estratégica para EE.UU. Ya a comienzos del siglo pasado el presidente Theodore Roosevelt -el del garrote y la zanahoria- consideró la intervención militar de Venezuela. El país caribeño estaba «agotando la paciencia de EE.UU.». (Se refería a las medidas nacionalistas del presidente Cipriano Castro). Una flota norteamericana apoyó el golpe de Estado de Juan Vicente Gómez, que instauró una prolongada dictadura (1908-1935), abriendo las puertas a las compañías petroleras norteamericanas y europeas.(1)
EE.UU. también fue aliado de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1952-1958) y no estuvo ajeno al intento de derrocar al presidente Hugo Chávez, el 11 de abril de 2002. El motivo del injerencismo norteamericano en Venezuela ha sido y es -y seguramente seguirá siéndolo-, el petróleo. No hay otra razón para que Obama declare a Venezuela una amenaza a la seguridad nacional de EE.UU. La pretendida defensa de los derechos humanos de opositores -procesados por los tribunales por llamar a derrocar al gobierno legítimo-, es pura faramalla, una mentira que debe avergonzar al presidente de la primera potencia mundial. Los políticos venezolanos a los que protege Obama participaban en los preparativos de un golpe que fue desarticulado en febrero. La agresividad de Obama contra Venezuela se ha estrellado con la nueva realidad que viven América Latina y el Caribe. Ya no somos el «patio trasero» de Washington. Esto es fruto en gran medida del incansable trabajo de unidad e integración continental que desarrolló el presidente Chávez. Así también de la presencia inconmovible de la Revolución Cubana, que ha salido vencedora de todos los intentos yanquis por sojuzgar a la isla.
Demostración de esta nueva realidad es la resolución de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) que rechazó el decreto ejecutivo de Obama señalando que constituye «una amenaza injerencista a la soberanía y al principio de no intervención». En el mismo sentido se han pronunciado los países que integran la Alianza Bolivariana por los Pueblos de Nuestra América y el Movimiento de Países no Alineados. Organizaciones políticas y sociales de todo el continente han denunciado las amenazas de Obama contra Venezuela. No obstante, las internacionales socialdemócrata y democratacristiana son los peones de Obama. En Chile apoyaron el golpe de 2002 contra Chávez, y continúan conspirando contra la soberanía de Venezuela. Son los enanos malvados y corruptos al servicio de Obama. Han sido derrotados en 18 elecciones por el chavismo en Venezuela y pronto también serán sombras del pasado en Chile.
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(1) Steve Ellner, El fenómeno Chávez sus orígenes y su impacto, Centro de Estudios Rómulo Gallegos, Caracas, 2014.
Editorial de «Punto Final», Santiago de Chile, edición Nº 824, 20 de marzo 2015
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