Recomiendo:
0

América Latina se enfrenta a doctrinas opuestas: entre el dominio hemisférico y la rebeldía multipolar

Fuentes: Rebelión

En el escenario internacional actual, América Latina vuelve a ser un territorio en disputa. Dos grandes potencias, Estados Unidos y la República Popular China, intentan proyectar sobre la región visiones opuestas de lo que el mundo debería ser. Washington, a través de su Estrategia de Seguridad Nacional de 2025, recientemente publicada el pasado mes de noviembre, reafirma la idea de que el hemisferio occidental es una extensión directa de su propia seguridad interna, una especie de “espacio vital” donde ningún otro actor debería tener presencia significativa. Pekín, por el contrario, presenta a América Latina como un socio natural del Sur Global, un actor político clave en la construcción de un orden multipolar y más inclusivo.

El contraste entre ambas doctrinas es profundo. Para Estados Unidos, la región es esencialmente un amortiguador geopolítico: una barrera migratoria, un frente contra el crimen transnacional, un territorio repleto de recursos estratégicos y, en este momento histórico, un espacio donde se debe frenar cualquier avance chino. En esta lógica, América Latina no es un socio, sino un problema de seguridad que debe ser gestionado y disciplinado para impedir que se convierta en plataforma de influencia de terceros.

Esa visión revive, con una agresividad renovada, la vieja Doctrina Monroe, una fórmula anacrónica e incompatible con el siglo XXI, inaceptable para cualquier pueblo que valore su dignidad y su soberanía. No se habla de igualdad, ni de proyectos compartidos, ni mucho menos de una visión latinoamericana del desarrollo. La prioridad de Washington es mantener el hemisferio como zona de control exclusivo y moldear las agendas de los gobiernos de la región en función de sus necesidades estratégicas, no de las nuestras.

Por su parte, China, en el Documento sobre la Política de China hacia América Latina y el Caribe publicado este 10 de diciembre, y en evidente respuesta a la ofensiva estratégica de Estados Unidos en el hemisferio, articula un relato radicalmente distinto: una propuesta centrada en la cooperación Sur–Sur, el respeto soberano y el ascenso conjunto de los países en desarrollo, basado siempre en aquel principio de la construcción de una comunidad de destino compartido para la humanidad. En la narrativa china, los latinoamericanos dejan de ser una periferia administrada por poderes externos y pasan a ser actores plenos y legítimos de la gobernanza global.

Su lenguaje, lejos del matonismo y la imposición que caracterizan a Washington, se sostiene en principios de igualdad soberana, no injerencia, reconocimiento cultural, integración productiva y ampliación real de la representación internacional. Para muchos países de la región, la combinación de financiamiento ágil, infraestructura moderna, transferencia tecnológica y ausencia de condicionalidades políticas resulta no solo atractiva, sino una ruptura necesaria con décadas de restricciones, paternalismos e imposiciones provenientes del Norte Global.

Pero ninguna potencia actúa por altruismo. Detrás del discurso de Washington hay un intento evidente de restaurar su primacía hemisférica en un momento en que enfrenta desafíos globales en múltiples frentes. En el caso de China, más que una política de bloques o una estrategia para confrontar a Occidente, lo que subyace es un proyecto geoeconómico orientado a diversificar rutas comerciales, garantizar estabilidad para su propio desarrollo y construir asociaciones mutuamente beneficiosas sin pretender imponer modelos ajenos.

Pekín no busca replicar patrones hegemónicos ni dominar espacios políticos, sino demostrar que existen formas alternativas de vinculación internacional basadas en la soberanía y el respeto a través de la cooperación desideologizada. La pregunta central, entonces, no es cuál de las dos narrativas resulta más seductora, sino cuál de ellas amplía efectivamente los márgenes de autonomía, dignidad y desarrollo real para América Latina.

Desde una perspectiva latinoamericana y del Sur Global, la región no debería aceptar que su papel se reduzca al de un territorio a ser contenido por una potencia o integrado sin condiciones por otra. La apuesta estratégica debe ser distinta: construir autonomía. Una autonomía que no significa aislamiento, sino capacidad de negociación; no significa neutralidad pasiva, sino diversificación activa; no significa rechazar a uno u otro socio, sino establecer las reglas del vínculo con ambos.

América Latina posee recursos naturales críticos, posiciones geográficas privilegiadas, una enorme masa demográfica y un capital cultural que le han permitido históricamente incidir en debates globales. Sin embargo, su principal debilidad sigue siendo interna: la falta de integración, la dependencia tecnológica, la fragmentación regional y la incapacidad de generar un proyecto común. Si la región no fortalece su capacidad colectiva, cualquier interacción con grandes potencias, sean estadounidenses, chinas o cualquier otras, terminará reproduciendo relaciones de dependencia que nadie desea.

Lo que América Latina necesita no es escoger entre Washington y Pekín, sino definir con claridad qué espera de cada uno. Debe exigir transparencia, transferencia tecnológica real, participación local en cadenas de valor, respeto a la soberanía y beneficios concretos para sus sociedades. Debe negociar con ambos desde una posición de firmeza y no desde la necesidad. Y, sobre todo, debe evitar caer en la ilusión de que la multipolaridad garantiza automáticamente justicia o equilibrio: los equilibrios se construyen, no se reciben.

Hoy, la región tiene una oportunidad histórica. Por primera vez en décadas, el mundo no está regido por un solo poder dominante, y la competencia entre potencias abre espacios para quienes sepan maniobrar con inteligencia. América Latina puede convertirse en un actor relevante del Sur Global o volver a ser una periferia disputada sin peso en la toma de decisiones globales. La diferencia dependerá de la capacidad de sus élites políticas para actuar y pensar con cabeza propia.

Entre una hegemonía que intenta reafirmarse mediante presiones, condicionamientos y sanciones, y una multipolaridad en construcción que propone relaciones basadas en el respeto, la no injerencia y la cooperación de beneficio mutuo, América Latina tiene la responsabilidad histórica de optar por algo distinto: su propia autonomía. La región debe afirmarse como sujeto político y no como territorio administrado desde afuera. Elegirse a sí misma es el único camino digno. Porque si no lo hace ahora, si no define sus propias reglas y prioridades, otros seguirán decidiendo en su nombre, como tantas veces en el pasado.

Mauricio Ramírez Núñez. Académico.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.