«Santo Domingo: ataúd de la OEA;/ aquí está ya la autopsia de la sucia…/ la higiénica asquerosa,/ celestina sin pueblo que vende nuestros pueblos»… Es la primera estrofa de La isla ofendida, poema escrito por Manuel del Cabral e incluido en un libro con el mismo nombre, publicado en 1965. A 52 años de la […]
«Santo Domingo: ataúd de la OEA;/ aquí está ya la autopsia de la sucia…/ la higiénica asquerosa,/ celestina sin pueblo que vende nuestros pueblos»… Es la primera estrofa de La isla ofendida, poema escrito por Manuel del Cabral e incluido en un libro con el mismo nombre, publicado en 1965.
A 52 años de la aparatosa y abusiva intervención militar estadounidense que dio origen a los versos citados, Santo Domingo sigue siendo la isla ofendida. Comparten su territorio República Dominicana, país que fue escenario de la infame operación, y el Haití ocupado.
La conmemoración es uno de los motivos para hablar del Comando Sur, de los agresores con banda presidencial (y Nobel de la Paz en algún caso), de los serviles que ejecutan (a veces con torpeza y siempre con ridícula genuflexión) las órdenes redactadas en inglés, y, por supuesto, de la propia muerta.
«Los huesos de la/O/de la/E/y de la/A/ recorren los palacios sinvergüenzas,/se disfrazan de libertad,/ hacen discursos con palabras arrodilladas,/mientras tanto,/ legalizadas ametralladoras,/balas sin pasaporte que ponen gringo el aire,/balas con leyes de sonido rubio,/balas extrañas,/siguen,/siguen,/violando mi pequeña geografía», dice el poeta, advirtiendo que hay garras detrás de aquel fantasma.
La Organización de Estados Americanos, OEA, el 6 de mayo de 1965, realizó la X Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores y, a requerimiento de Estados Unidos, dispuso crear la llamada Fuerza Interamericana de Paz (FIP).
México, Chile, Ecuador, Perú y Uruguay, votaron en contra de la formación de esa fuerza interventora creada para cubrir el rostro de los invasores. Venezuela se abstuvo, y los demás gobiernos votaron a favor.
La OEA que dio nombre a la FIP, había expulsado a Cuba de su seno en enero de 1961. ¿Hay que decir, acaso, que los señores cancilleres actuaron por encargo de Estados Unidos?
Nombrar a esta otra isla ofendida se torna inevitable…
Y también destacar que son del mismo origen las gestiones del genuflexo Luis Almagro y la infame declaración de Kurt Tidd, jefe del Comando Sur, quien hace tres semanas dijo que «La creciente crisis humanitaria en Venezuela podría acabar exigiendo una respuesta a nivel regional».
Almagro tiene en las manos la llamada Carta Democrática de la OEA (aprobada en septiembre del año 2001) y Tidd la jefatura del organismo llamado a dirigir las operaciones yanquis en América Latina y el Caribe.
Esos dos servidores, junto al secretario de Estado Rex Tillerson (quien habla de transición en Venezuela como si tuviera facultad para impartir órdenes allí), son los llamados a impulsar la aplicación de la política imperialista en Venezuela.
En el año 2009, la OEA dejó sin efecto la suspensión de Cuba, y el año pasado pidió disculpas a República Dominicana. Con estas acciones no se lava el rostro, es una higiénica asquerosa, como dice el poeta.
El coro de presidente de derecha (Michel Temer, Mauricio Macri y Juan Manuel Santos, para solo citar algunos), cumple el encargo del poder que lo sustenta.
Como si no fueran las bases militares yanquis en Colombia enorme afrenta, manifiestan preocupación ante el fortalecimiento de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana.
Es América entera la ofendida…
La derecha continental mueve sus peones y gestiona con descaro el apoyo logístico y militar yanqui.
Los opositores venezolanos que hoy se abrazan con Marco Rubio y con el mismo Donald Trump, prestarían sus nombres sin reparo para dar apariencia legal a una intervención yanqui, como lo hicieron en República Dominicana en 1965 Donald Reid Cabral, Bartolomé Benoit, Antonio Imbert Barrera y Elías Wessin y Wessin.
Hay que responderles con muestras contundentes de repudio.
Para preservar el avance político y ampliar las conquistas a favor de las mayorías, es preciso alimentar en los pueblos el ánimo de resistir y la postura antiimperialista.
En 1895, al manifestar su disposición a morir por la libertad, José Martí fundamentó su actitud diciendo que con la independencia de Cuba sería posible evitar «que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América». Hoy sobran razones para alzar la bandera del antiimperialismo… La ofensa a la dignidad de los pueblos es, por definición, imperdonable.
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