La jugada negociadora puesta en marcha por la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton ha sido la mejor forma encontrada por las fuerzas más derechistas y retrogradas de Washington para tratar de mantener las políticas hegemónicas y de fuerzas impuestas durante décadas en su llamado «traspatio» latinoamericano. Reconocer autoridad moral a un régimen golpista que […]
La jugada negociadora puesta en marcha por la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton ha sido la mejor forma encontrada por las fuerzas más derechistas y retrogradas de Washington para tratar de mantener las políticas hegemónicas y de fuerzas impuestas durante décadas en su llamado «traspatio» latinoamericano.
Reconocer autoridad moral a un régimen golpista que derroca al presidente constitucional Manuel Zelaya, arremete con fuerza contra la población desarmada y secuestra a dirigentes populares, es la misma copia al original que cuando Estados Unidos apoyó y dirigió los sangrientos golpes militares que llevaron al poder en las décadas de 1970-1980 a las dictaduras en Chile, Argentina, Brasil, Uruguay, El Salvador, Guatemala y Honduras.
Estados Unidos que durante años entrenó y formó ideológicamente a los militares hondureños, ahora, pese al reclamo internacional de aislar al actual régimen golpista, aun mantiene colaboración económica con los complotados (como envío de remesas), no ha retirado a su embajador Hugo Llorens ni ha calificado como Golpe la asonada en Tegucigalpa.
La mediación anunciada, y que al parecer logró salirse en último momento el presidente Zelaya al no comparecer en Costa Rica junto al golpista Micheletti, ha sido la variante norteamericana para contrarrestar la ola de gobiernos progresistas surgidos en la región cuyos pueblos están cansados de ser saqueados y explotados por Washington y los regímenes impuestos desde el Norte.
También ha sido una jugada para contrarrestar las decisiones asumidas por los miembros del ALBA, el Grupo de Río, UNASUR y hasta de la OEA, que exigen la restitución del presidente Zelaya sin condiciones.
Para llevar adelante sus objetivos, Hillary y sus asesores más recalcitrantes designaron como mediador a un lobo disfrazado de oveja como lo ha sido durante toda su historia el actual presidente costarricense, Oscar Arias.
Este benemérito aliado de Estados Unidos a fines de 2007 intentó imponer a su pueblo el Tratado de Libre Comercio que exigía desde Washington la ex administración de George W. Bush para contrarrestar a la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA) que se extendía por la región.
En varias comparecencias televisivas amenazó a la población con «días oscuros y terribles con disminuciones de empleos y de comercio» para Costa Rica, si no se aprobaba el TLC. Pese a lograr sus objetivos para beneficiar a Estados Unidos, el TLC no se ha concretado aún por la férrea oposición de las masas populares.
Pero la mejor movida que ha efectuado Oscar Arias fue cuando Washington lo escogió para acabar de darle el jaque mate a la Revolución Sandinista que en la década de 1980 estaba desgastada por una enorme y sangrienta guerra que durante 10 años le había lanzado Estados Unidos desde territorios hondureños y costarricenses.
Después de derrocar en 1979 a la dictadura de Anastasio Somoza la Revolución había llevado al pueblo, por primera vez en su historia, programas gratuitos de salud, alfabetización y creación de nuevas empresas sociales.
El ejemplo sandinista no se podía permitir en Centroamérica porque ponía en peligro el férreo control norteamericano sobre los represivos regímenes establecidos en El Salvador, Guatemala, Honduras.
Con la llegada a la Casa Blanca de Ronald Reagan, el Pentágono instaló en Honduras cinco poderosas bases militares en las que entrenó y armó (además de militares de esa nación) a más de 15 000 somocistas y mercenarios que ensangrentaron y destruyeron la débil economía nicaragüense.
La violenta guerra de desgaste había costado al pueblo de Sandino más de 50 000 vidas, en su mayoría jóvenes, cuando Estados Unidos impuso en la escena política a Oscar Arias.
Con enorme disposición y el apoyo político y económico de Washington, el emisario viajó por varios países de Europa y de Latinoamérica, todos opuestos al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) para proponer su llamado Plan Arias de Paz que después se conoció como Esquipulas.
Por el desgaste económico, político y social en Nicaragua, la situación del Sandinismo era desesperada. Casi todos los núcleos familiares contaban con uno o dos muertos por la violenta guerra, a la par que las bandas contrarrevolucionarias atacaban poblados, empresas y asesinaban a mansalva a hombres, mujeres y niños.
La encerrona había sido magistral y ante esas circunstancias se firmaron en agosto de 1987
los acuerdos. En ese tiempo, con América Latina dominada por Estados Unidos al presidente Daniel Ortega no le quedó más remedio.
Los otros cuatro que rubricaron el Tratado fueron los opositores al sandinismo y aliados de Washington, Óscar Arias (Costa Rica), Vinicio Cerezo (Guatemala), José Azcona Hoyo (Honduras) y José Napoleón Duarte (El Salvador), estos dos últimos ya fallecidos.
Los acuerdos estipulaban el desarme de las bandas contrarrevolucionarias en territorio de Costa Rica y Honduras que no se llegó a realizar porque a Estados Unidos no le interesaba, mientras por otra parte, el ejército sandinista tenía que concentrarse en lugares determinados.
Washington utilizó a la Contra para destruir el proceso revolucionario nicaragüense, y cuando alcanzó su objetivo, en febrero de 1990 tras las elecciones que perdió el FSLN, la Contra perdió cualquier valor, se cerraron los fondos y se les mandó a la miseria.
Para pagar por los servicios prestados, Washington realizó numerosas gestiones y presiones internacionales hasta que al final logró que en 1987 se le entregara a Oscar Arias el premio Nobel por la Paz.
Al parecer, ahora quieren hacer lo mismo con Zelaya pero los tiempos en América Latina han cambiado y en juego están la independencia y la soberanía de toda la región. Si se logra la «paz de los sepulcros» que intentan Estados Unidos y su aliado Oscar Arias, los golpes de Estados y las represiones a los pueblos estarán autorizados con el cuño de Washington.