El pasado 13 de enero el Congreso hondureño ratificó la salida de su país de la Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América (ALBA). Dicha decisión, adoptada ya desde el 15 de diciembre del año pasado por el Consejo de Ministros, representa una de las más grandes tragedias para el pueblo hondureño y, en […]
El pasado 13 de enero el Congreso hondureño ratificó la salida de su país de la Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América (ALBA). Dicha decisión, adoptada ya desde el 15 de diciembre del año pasado por el Consejo de Ministros, representa una de las más grandes tragedias para el pueblo hondureño y, en general, para todo el pueblo latinoamericano, actualmente embarcado en una nueva propuesta de integración regional dirigida a potenciar sus capacidades y generar poderosas sinergias en un espacio de auténtica independencia. Este lamentable acontecimiento fue consumado gracias a una multiplicidad de factores. El más decisivo de todos, la manifiesta intervención del gobierno de Obama, el mismo que no sólo respaldó en la práctica el golpe de Estado, sino que además impuso las condiciones necesarias para desequilibrar a todo el movimiento social que se iba consolidando paulatinamente bajo el amparo de la ALBA. Con esta nueva muestra de injerencia, la gestión del flamante «Premio Nobel de la Paz» volvió a ratificar la permanente pretensión de los Estados Unidos de Norteamérica de imponer su política neocolonial a la región geográfica que sigue considerando despectivamente como su patio trasero.
Por desgracia, el golpe de Estado en Honduras y su correspondiente salida de la ALBA es sólo una pieza más de todo un tinglado geoestratégico montado desde Washington, en perfecta línea de continuidad con la política Bush y dirigido a recuperar el espacio de dominación perdido gracias a las modernas luchas de independencia emprendidas actualmente por Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Venezuela principalmente. El cerco yanqui a la región ALBA se viene cerrando desde hace unos meses, mucho antes de los acontecimientos ocurridos en Honduras. El resurgimiento de la IV flota, la instalación de las nuevas siete bases militares en Colombia, la reiterada invasión del espacio aéreo venezolano desde Curazao o la última invasión «humanitaria» en Haití son sólo algunas de las flagrantes muestras de esta evidente intención.
La democracia hondureña cruza ahora mismo por una noche oscura. Y su trágico transito ocurre paradójicamente a menos de un mes de haberse conmemorado los cinco años de la creación de la ALBA, configurada como una alternativa antagónica frente al ALCA (Área de Libre Comercia de las Américas), propuesta neoliberal impulsada desde los Estados Unidos de Norteamérica y presentada como la vía más adecuada de desarrollo de las naciones latinoamericanas. Craso error. En lo que lleva de funcionamiento, la ALBA ha demostrado ser tremendamente más eficiente y más generosa en más corto tiempo. Muchas han sido las ventajas obtenidas a lo largo de este quinquenio por los nueve países pertenecientes hasta el año pasado a esta alianza: Antigua y Barbuda, Bolivia, Cuba, Dominica, Ecuador, Honduras, Nicaragua, San Vicente y las Granadinas, junto con Venezuela. Entre las más importantes, podemos destacar los servicios oftalmológicos gratuitos para la población más pobre a través de la reconocida Operación Milagro; la alfabetización de adultos mediante el Programa Yo si Puedo; la dinamización de la economía a escala regional mediante una moneda común, el Sucre (Sistema Único de Compensación Regional); la financiación de programas de desarrollo a través de una banca regional exclusiva, el Banco del Sur (con mil millones de dólares disponibles); la integración a un programa regional energético sostenible con garantía de suministro permanente de combustible o la asistencia médica, pedagógica y técnica en general a través de las brigadas internacionalistas cubanas y venezolanas.
A estos beneficios tendríamos que agregarle el más grande e importante de todos: el pleno y real ejercicio de la soberanía nacional. Ese fue precisamente el pecado más grande cometido por el pueblo hondureño, el ejercicio de ese derecho. Esa también la herida más sangrante para la administración Obama, la ofensa más cruenta realizada al verdugo. Final y desafortunadamente, ese también ha sido el alto precio a pagar por semejante osadía.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.