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Ya definido el próximo presidente de Chile, que será Gabriel Boric, del pacto Apruebo Dignidad, se comienzan a conocer señales y estrategias políticas, de los diferentes sectores, que pueden dar una idea de cómo se vendrá la mano de aquí en adelante.
Iniciado el debate de fondo para redactar la nueva Constitución, un grupo de convencionales de derecha ha presentado una propuesta constitucional sobre el derecho a la vivienda.
El desarrollo de la Convención Constitucional, y cómo se ha ido conformado su funcionamiento, nos indica que no está ajena a los fantasmas del pasado, cuyo espectro principal no es otro que el “republicanismo portaliano” que ha imperado en la política chilena desde 1830.
Elegidos los convencionistas que redactarán la nueva Constitución, la derecha y El Mercurio, vocero de los empresarios y de la oligarquía criolla, se han puesto en campaña para tratar de imponer los temas y reglamento que debería imperar en la Convención Constitucional que redactará la nueva Constitución.
Dos acontecimientos ocurridos la semana pasada dan cuenta del Chile que tenemos, ese Chile donde los ricos (causantes de la pobreza en el país), delinquen a vista y paciencia de las autoridades y el gobierno fascistoide de Piñera viola constantemente los derechos humanos del pueblo mapuche. Las fiestas de Cachagua en plena pandemia, y la invasión de la comunidad de Temucuicui, en la comuna de Ercilla, por la PDI, son un botón de muestra.
Para que exista una nueva Constitución es necesario que la Constitución pinochetista de 1980 sea erradicada de cuajo. Para que eso suceda, la nueva Constitución tendría que ser dictada por una asamblea constituyente y no por una convención constitucional limitada en sus funciones, como sucederá.
Una de las diferencias entre el Chile 1990-2018 y el de hoy es que el pueblo se da cuenta de alguna manera, y lo expresa, de su condición de explotado. La conciencia social del pueblo ha avanzado con respecto a su existencia social, el pueblo ha ido perdiendo el miedo y ganando confianza en sí mismo.
En la mitología nórdica-escandinava, tras el Ragnarökk, la batalla final donde dioses y demás seres, controladores del poder, sucumben para dar paso a un nuevo mundo donde el ser humano podrá por fin vivir sin desdichas, me parece una analogía ajustada a lo que debe pasar con la casta política chilena para que el pueblo pueda desarrollarse en plena libertad y ser dueño de su propio destino colectivo.
Cuando el ministro de salud Jaime Mañalich entrega, cada jornada, su resumen sobre el Covid-19 debería ser precedido por una voz de ultratumba que dijera: “Y ahora queda con ustedes el siniestro Dr. Mañalich”, y de fondo aquella melodía y risotada tenebrosa que acompañaba los capítulos de radioteatro de El Siniestro Dr. Mortis. Esto, porque Mañalich y Mortis poseen los mismos aguijones para sucumbir a sus víctimas. Sobre todo la maldad y soberbia de sentirse impunes.
Cada vez que ocurre una calamidad en el país son muchas las aristas que las autoridades intentan ocultar en los subterráneos de los acontecimientos, como si la omisión o la distorsión fueran algo normal, aceptable.