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No es necesario que este artículo entre en datos y cifras sobre la extrema gravedad de la sequía que afecta al continente europeo. Incluso los que no siguen la actualidad muy de cerca han visto las espantosas imágenes del río Po seco, el Loira reducido a un hilillo, el Támesis seco en su nacimiento y a más de ocho kilómetros, el Rin tan bajo que la navegación se ha hecho imposible… Esta situación sin precedentes es el resultado de una grave escasez de precipitaciones, acumuladas desde el final del invierno, tras varios años consecutivos de sequía. El agua se ha vuelto escasa y, en algunas zonas, muy escasa.

El informe del Grupo de Trabajo II (GTII) del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIECC) sobre los impactos y la adaptación al cambio climático lanza un estridente grito de alarma: la catástrofe es más grave de lo que proyectan los modelos, sus efectos se manifiestan más pronto y todos los riesgos aumentan. La gente pobre, los pueblos indígenas, las mujeres, las niñas y niños y las personas mayores están cada vez más amenazadas, sobre todo en los países del Sur global. Las políticas que se aplican para limitar los daños son inadecuadas, van en sentido contrario a la sostenibilidad e incrementan las desigualdades sociales. El informe reclama un enfoque inclusivo para transformar la sociedad en todos los niveles.


«La vida en la Tierra puede recuperarse de un cambio climático importante evolucionando hacia nuevas especies y creando nuevos ecosistemas. La humanidad no”.
La crisis del coronavirus no tiene precedentes. No puede entenderse ni como una crisis sanitaria, ni como una crisis socioeconómica, ni siquiera como una combinación de ambas, sino solo en su realidad de crisis global, al mismo tiempo sanitaria, social, económica y ecológica, es decir sistémica.
