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Cuando el presidente Joe Biden y su homólogo chino, Xi Jinping, llegaron a la isla turística de Bali, Indonesia, para asistir a su cumbre del 14 de noviembre, las relaciones entre sus dos países se hallaban inmersas en una espeluznante espiral descendente, con tensiones en torno a Taiwán que se acercaban al punto de ebullición. El sector diplomático esperaba, en el mejor de los casos, una modesta reducción de las tensiones, cosa que, para alivio de muchas personas, ocurrió efectivamente. Sin embargo, no se esperaban cambios políticos trascendentales, que no se produjeron. No obstante, en un ámbito vital sí apareció por lo menos un atisbo de esperanza: los dos principales países emisores de gases de efecto invernadero acordaron reanudar sus languidecientes negociaciones sobre esfuerzos conjuntos para superar la crisis climática.
Gracias a la reciente amenaza implícita de Vladimir Putin de usar armas nucleares si Estados Unidos y sus aliados de la OTAN continúan armando a Ucrania, “esto no es un farol” afirmó Putin el 21 de septiembre, los peligros resultantes del conflicto ruso-ucraniano vuelven a aparecer en las portadas.
El progresivo alejamiento, por parte de sectores cada vez más influyentes del gobierno de Estados Unidos, de la doctrina de “Una sola China”, ocurre en momentos en que Xi Jinping busca un tercer mandato.
Lejos de haber alcanzado el muy pronosticado peak oil, para los próximos años se estima que se extraerán cantidades récord de combustibles fósiles, cuyo carbono terminará pronto en la atmósfera, con consecuencias críticas. La guerra en Europa y el lobby petrolero han empeorado la situación, que hoy se manifiesta, además, en una brutal espiral inflacionaria. En la estrategia de las potencias y en las cuentas del almacén, el petróleo ocupa un rol cada vez mayor.
La palabra cerco no aparece en la Ley de Autorización de la Defensa Nacional (NDAA) de 2022, ratificada por el presidente Joe Biden el 27 de diciembre, ni en otras declaraciones recientes del gobierno sobre su política exterior y militar. Tampoco figura ese clásico término de la guerra fría que era contención.
Gracias a su mismo nombre –energía renovable–, podemos imaginar un porvenir no muy lejano en que desaparecerá nuestra dependencia de combustibles no renovables como el petróleo, el gas natural y el carbón. En efecto, el gobierno de Joe Biden ha anunciado que se ha propuesto como objetivo eliminar totalmente la dependencia de EE UU de estos combustibles no renovables para la producción de electricidad de aquí a 2035. Pretende alcanzar este objetivo “desplegando recursos de producción de electricidad sin contaminación por carbono”, principalmente la energía perpetua del viento y del sol.
El presidente Joe Biden deberá afrontar en lo inmediato una serie de crisis interiores extraordinarias –una pandemia que se dispara, una economía en punto muerto y punzantes heridas políticas, en particular tras el reciente ataque de los trumpistas al Capitolio–, pero pocos desafíos son susceptibles de resultar más graves que la gestión de las relaciones de Estados Unidos con China.
El presidente Joe Biden deberá afrontar en lo inmediato una serie de crisis interiores extraordinarias –una pandemia que se dispara, una economía en punto muerto y punzantes heridas políticas, en particular tras el reciente ataque de los trumpistas al Capitolio–, pero pocos desafíos son susceptibles de resultar más graves que la gestión de las relaciones de Estados Unidos con China.
En el tema militar lo más probable es que se recuerde a Donald Trump por su insistencia en poner fin a la participación de Estados Unidos en las «guerras eternas» del siglo XXI: las infructuosas, implacables y devastadoras campañas militares emprendidas por los presidentes Bush y Obama en Afganistán, Irak, Siria y Somalia.
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández