El audaz retorno a Honduras del presidente Zelaya ha tenido la virtud de poner de relieve las tensas contradicciones sociales y políticas en disputa en ese país, que pueden resumirse en un enfrentamiento entre las oligarquías latinoamericanas y el imperialismo en apoyo al régimen gorila, de un lado, y del otro los pueblos latinoamericanos, representados […]
El audaz retorno a Honduras del presidente Zelaya ha tenido la virtud de poner de relieve las tensas contradicciones sociales y políticas en disputa en ese país, que pueden resumirse en un enfrentamiento entre las oligarquías latinoamericanas y el imperialismo en apoyo al régimen gorila, de un lado, y del otro los pueblos latinoamericanos, representados por el Frente Nacional de Resistencia contra el golpe de Estado. Y es que, debe proclamarse, la lucha del Frente no es sólo por la libertad, la democracia y el progreso social en Honduras, sino en toda América Latina e incluso más allá.
A tres meses del golpe de Estado, acaso el hecho más significativo y aleccionador sea el de un pueblo que en condiciones muy desiguales ha luchado cada minuto por la restitución del presidente constitucional y, a la vez, experimentado una impresionante radicalización de su conciencia política, sus aspiraciones y sus demandas sociales. Ha sido una lucha en que masas de civiles se han enfrentado por medios pacíficos al ejército y la policía, armados hasta los dientes y entrenados y asesorados por Estados Unidos. Era de esperar el envío por Israel de los sofisticados medios antimotín con que reprime a los palestinos.
Surgida a consecuencia del golpe de Estado, la resistencia hondureña es un gran frente nacional popular en cuyo seno anida el sujeto colectivo de una trasformación que se propone ir mucho más lejos que el mero retorno a una constitucionalidad oligárquica y esencialmente antipopular. Fuerza amplia, plural y diversa, está integrada por obreros, campesinos, afrodescendientes y pueblos originarios, mujeres y estudiantes, pequeños empresarios y miembros de base del Partido Liberal y otros partidos tradicionales, militantes de fogueados movimientos sociales y jóvenes luchadores que han hecho sus primeras armas en el combate contra el régimen de facto. En ella se reúnen cuadros experimentados en la lucha social y otros noveles surgidos de la lucha contra el golpe.
La resistencia hondureña ha sido heroica, no hay duda, pero también inteligente, audaz, sumamente participativa y creativa. Ha mostrado un gran sentido del tiempo, de la forma de accionar que corresponde en cada coyuntura, un fino olfato para captar la correlación de fuerzas regional e internacional y también el talento necesario para esquivar las provocaciones de los golpistas. La resistencia ha tenido la capacidad de movilizar grandes masas contra la dictadura y de arrinconarla políticamente pero carece por ahora de la fuerza para derrocarla. La clave de esta desigual correlación de fuerzas no radica tanto en que los gorilas tengan las armas y el pueblo esté desarmado, sino fundamentalmente en el apoyo tácito de Estados Unidos a aquellos por más que ocasionalmente su retórica o alguna medida como el retiro de las visas a personeros golpistas podría aparentar lo contrario. Si Washington hubiese simplemente retirado su Fuerza de Tarea Bravo de la base aérea de Soto Cano, como ha pedido Fidel Castro en sus Reflexiones, la dictadura se habría derrumbado al instante. Ni soñar con que hubiese podido aguantar la potente ofensiva de masas desencadenada por la resistencia. Estados Unidos mostró su inequívoca intención de convalidar al golpismo cuando buscó a Arias de mediador, medida que proporcionó relativa legitimidad a los usurpadores justo en el momento en que la OEA, la ONU y otras instancias internacionales exigían la «inmediata e incondicional» restitución del presidente Zelaya.
En las actuales circunstancias, la lucha en Honduras se asemeja a la librada en España durante la guerra civil en cuanto a que se ha convertido en un enfrentamiento a escala internacional entre la libertad y el fascismo. No es casual que Fidel Castro, tan celoso del uso riguroso de las palabras, haya calificado de fascista al régimen gorila. El audaz regreso de Zelaya a Honduras ha dado un renovado impulso a la resistencia y replanteado el debate de la situación en los foros internacionales pero no es suficiente para acabar con una dictadura apoyada por todas las fuerzas reaccionarias. La lucha en Honduras no es a corto plazo, pero el pueblo hondureño ha demostrado con creces su capacidad y voluntad de persistir en la lucha y alcanzar la victoria y por ello merece la más vibrante solidaridad internacional.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2009/10/01/index.php?section=mundo&article=022a1mun