Recomiendo:
0

Bombas por las guerras de Irak y Afganistán

Fuentes: El País

La respuesta de Tony Blair a los ataques de Londres fue típica. Flanqueado por Bush y Chirac, defendió «nuestra» civilización: los bárbaros la estaban atacando. No se consideró necesaria ninguna otra explicación. ¿Por qué esos «bárbaros» no tenían como objetivo París o Berlín? ¿Por qué Madrid y Londres? ¿Cabe la posibilidad de que estos terribles […]

La respuesta de Tony Blair a los ataques de Londres fue típica. Flanqueado por Bush y Chirac, defendió «nuestra» civilización: los bárbaros la estaban atacando. No se consideró necesaria ninguna otra explicación. ¿Por qué esos «bárbaros» no tenían como objetivo París o Berlín? ¿Por qué Madrid y Londres? ¿Cabe la posibilidad de que estos terribles actos guardaran relación con la guerra permanente en Irak, en la que los conquistadores «civilizados» ni siquiera se molestan en contabilizar las víctimas civiles iraquíes? Tampoco es que ésta sea la primera vez que Londres y otras ciudades británicas son objetivo de organizaciones opuestas al Gobierno británico. ¿Se acuerdan de Irlanda? Durante última la fase, el IRA se centró en la isla británica: estuvo a punto de hacer saltar por los aires a Margaret Thatcher y su Gabinete cuando bombardeó el Grand Hotel de Brighton durante una asamblea del partido. Varios meses después, se disparó un misil contra el número 10 de Downing Street. El barrio financiero de Londres también fue atacado y se causaron inmensos daños a la propiedad. Ni la identidad de la organización que perpetró los ataques ni sus exigencias eran ningún secreto. Y todo ello ocurrió a pesar del «encarcelamiento sin juicio» y las diversas leyes para la prevención del terrorismo aprobadas por la Cámara de los Comunes.

Los terroristas que atacaron Londres el 7 de julio son anónimos. En el momento de escribir este artículo no se había emitido ningún comunicado, pero se supone que quienes llevaron a cabo los atentados son grupos o individuos vinculados a Al Qaeda. Sencillamente, no lo sabemos. Al Qaeda no es el único grupo terrorista que existe. Tiene rivales dentro de la diáspora musulmana. En su página web, The Economist afirmaba que «no es imposible que algún grupo anticapitalista o antiglobalización haya provocado las explosiones y las haya hecho coincidir con la reunión del G-8…», pero creo que eso es imposible. No hay corrientes dentro del movimiento por la justicia global que crean en el ataque a civiles.

Por tanto, se puede suponer sin temor a equivocarse que el motivo de estas bombas es el ilimitado apoyo -político y militar- prestado por el Partido Laborista y su primer ministro a las guerras de EE UU en Afganistán e Irak.

Ésta no es una idea restringida a quienes se oponen a la ocupación occidental de Irak. Alan Cowell afirmaba en The New York Times (8 de julio): «Tal vez la lección más realista que puede extraerse es que, al adoptar la postura que tomó después de los atentados del 11-S, Blair finalmente había recogido la amarga cosecha de la guerra contra el terrorismo, pronosticada muy a menudo, pero que nunca pareció real hasta que las bombas estallaron por todo Londres. La guerra de Irak ha sido cada vez más impopular aquí, y se mofaban de Blair porque se había convertido en el perrito faldero del presidente Bush. La ira por Irak llevó a los endebles resultados de Blair en las elecciones de mayo: un tercer mandato con una mayoría considerablemente reducida. Ahora, como se predecía y temía desde hace tiempo, su apoyo a la guerra parece haber costado vidas británicas en su país. El jueves fue un día para cerrar filas en torno al líder, pero hubo indicios de que los atentados podrían tener un precio político».

Uno de los numerosos argumentos utilizados por Ken Livingstone, el alcalde de Londres, cuando apeló a Blair para que no apoyara la guerra de Irak, fue profético: «Un ataque contra Irak exaltará a la opinión mundial y pondrá en peligro la seguridad y la paz en todas partes. Londres, como una de las grandes ciudades del mundo, tiene mucho que perder con la guerra y mucho que ganar con la paz, la cooperación internacional y la estabilidad global». El objetivo de los terroristas quizá haya sido trastornar Londres mientras Bush y Blair celebraban la cumbre del G-8 en un remoto emplazamiento escocés (o puede que incluso enviar una señal de advertencia al Comité Olímpico), pero la mayoría de los londinenses (como el resto del país) se oponían a la guerra en Irak.

Por desgracia, son ellos quienes han sufrido el golpe y han pagado el precio de la reelección de Blair y la continuación de la guerra. Desde el 11-S, siempre he afirmado que la «guerra contra el terrorismo» es inmoral y contraproducente. Consiente el uso del terrorismo de Estado -bombardeos, torturas, incontables muertes civiles en Afganistán e Irak- contra anarquistas islámicos cuyo número es reducido, pero cuyo alcance es mortífero.

Por tanto, la solución es ahora, como lo era entonces, política y no militar. La élite gobernante británica lo comprendió a la perfección en el caso de Irlanda. Las medidas de seguridad, las leyes antiterroristas aprobadas a toda prisa en el Parlamento, los carnés de identidad o un recorte general de las libertades civiles de los ciudadanos británicos no resolverán el problema. En todo caso, llevarán a los jóvenes musulmanes por el camino de la violencia ciega.

La verdadera solución reside en poner fin de inmediato a la ocupación de Irak, Afganistán y Palestina. El que sólo se informe esporádicamente de estas tres guerras y que éstas no signifiquen gran cosa para la vida cotidiana de la mayoría de los ciudadanos europeos no significa que la ira y el resentimiento que despiertan en el mundo musulmán y sus diásporas sea insignificante.

La clase política goza de una escasa aceptación entre los jóvenes, y esto se acusa especialmente en el mundo árabe. Mientras los políticos occidentales libren sus batallas y sus homólogos del mundo musulmán observen en silencio, los jóvenes se verán atraídos por los grupos que perpetran actos aleatorios de venganza.

Al inicio del G-8, Tony Blair insinuó que «la pobreza es la causa del terrorismo». Era una idea bastante progresista para un político reaccionario como él, pero no es verdad. La principal causa de esta violencia es la violencia que se está infligiendo a los pueblos del mundo musulmán. Los atentados contra gente inocente son tan bárbaros en Bagdad, Jenin o Kabul como en Nueva York, Madrid o Londres, y a menos que se reconozca, el horror continuará.

Tariq Alí es novelista y ensayista paquistaní. Autor de Bush en Babilonia (Alianza Editorial). Traducción de News Clips.