Cuatro gobiernos europeos disculpándose ante Evo Morales y de cara al mundo son un hecho político contundente y una advertencia para los tiempos que vienen. También lo es la agresión del Departamento de Estado al calificar a Venezuela como país represivo y la respuesta de Nicolás Maduro, quien de inmediato suspendió las conversaciones apuntadas a […]
Cuatro gobiernos europeos disculpándose ante Evo Morales y de cara al mundo son un hecho político contundente y una advertencia para los tiempos que vienen. También lo es la agresión del Departamento de Estado al calificar a Venezuela como país represivo y la respuesta de Nicolás Maduro, quien de inmediato suspendió las conversaciones apuntadas a normalizar las relaciones entre Washington y Caracas. Entre otros, estos hechos revelan una cambiante relación de fuerzas en el terreno internacional.
Tal vez por no registrar que vive en un mundo diferente al de una década atrás, el gobierno de Estados Unidos actuó como lo que ya no es: la potencia hegemónica inobjetable. Error costoso. Al insultar a Evo Morales afectó a toda América Latina y permitió que el Mercosur retomara una iniciativa basculante desde que, dos meses antes, Washington lograra articular la Alianza del Pacífico. En el zafarrancho la Casa Blanca arrastró a sus socios de la Unión Europea.
Los gobiernos de Francia, España, Italia y Portugal debieron pedir disculpas públicas a Evo Morales. Demoraron, mintieron como niños descubiertos tras romper una copa, zigzaguearon… pero acabaron doblegándose sin elegancia ante el presidente de Bolivia.
«Parece que hay un malentendido. Si lo hubo, si el presidente Evo Morales tuvo esa percepción, yo no tengo ningún inconveniente en pedir disculpas» balbuceó el canciller español José Manuel García Margallo, lejos de la conducta de un caballero peninsular. En la carta García lamentó «el proceder de (el embajador español en Viena) Alberto Carnero», quien en la forzada escala de Viena intentó revisar el avión de Evo para verificar si a bordo se encontraba Edward Snowden.
Lo propio hizo el ministro de Exteriores de Portugal, Paulo Portas. Le expresó al canciller boliviano David Choquehuanca que su país se disculpaba, a fin de «contribuir a superar la tensión entre los países del Mercosur y los miembros de la Unión Europea».
Como de costumbre Francia estuvo a la vanguardia: fue el primero en cerrar el espacio aéreo al avión de Morales y también en pedir disculpas, aunque el presidente François Hollande se demoró hasta el 21 de julio para retroceder en persona. «Francia lamenta de verdad este hecho y nunca tuvo el ánimo de ofender a Bolivia; nunca hubo intención de insultar al presidente boliviano», dijo Hollande según el embajador Michel Pinard.
Evo fue magnánimo: «Aceptamos las disculpas de los cuatro países como un primer paso, porque queremos continuar con las relaciones de respeto entre nuestros países, las relaciones de complementariedad y solidaridad».
En medio de una crisis económica que no cede, para la economía de la UE resultaba una amenaza demasiado gravosa el retiro de los embajadores dispuesto en la reunión del Mercosur ampliado. «¿Y después nos hablan de cumbres EU-AL (Europa – América Latina)? ¡A reaccionar Patria Grande!», exclamó en twitter el presidente de Ecuador Rafael Correa al enterarse del episodio.
Detrás de la agresividad estadounidense
«El mundo en el umbral de un nuevo capítulo de la crisis económica», señaló América XXI en su edición de julio. Arreciaba en ese momento la propaganda según la cual la economía estadounidense estaba ya en plena expansión. Días después llegó el informe sobre la evolución del PIB en Estados Unidos para el primer trimestre: la previsión era un aumento del 2,4%; la realidad, 1,8%. «Hay una correspondencia directa entre agravamiento de la crisis capitalista y sistemática negación de los derechos y garantías individuales», afirmaba el mismo texto. También la hay entre la revelación del espionaje masivo practicado por Estados Unidos en todo el mundo y los agresivos pasos dados por la Casa Blanca, que en las semanas siguientes, directa e indirectamente, a través de sus aliados, sumó gestos de belicosidad extrema hacia todos los flancos.
La agresión a Evo estuvo enmarcada por el relanzamiento de la política de intervención en Siria, ostensible distanciamiento respecto de China, llamados telefónicos amenazadores a presidentes y ministros latinoamericanos para evitar la concesión de asilo a Snowden, una advertencia fuera de lugar y proporciones a Rusia por el mismo caso y el giro en redondo respecto de la distensión con Venezuela: del encuentro de los cancilleres de ambos países en Guatemala destinado a reiniciar relaciones diplomáticas plenas, a una gratuita acusación utilizada como provocación.
El Departamento de Estado utilizó a Samantha Power para dinamitar la balbuciente relación diplomática con Venezuela. Al presentarse ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado en el trámite de aprobación como embajadora ante la ONU, Power sostuvo que su trabajo incluirá «responder a la represión a la sociedad civil que se está produciendo en países como Cuba, Irán, Rusia y Venezuela».
Estados Unidos está actuando como en los años 1980 frente a la Unión Soviética y sus aliados. En ese entonces ensayó la combinación de un discurso democrático (allí nació la noción actual de «derechos humanos», entendidos exclusivamente como garantías constitucionales) con la extrema agresividad de la llamada «guerra de las galaxias». Tuvo excelentes resultados para el capitalismo central. Pero los tiempos han cambiado: dos ciclos de agravamiento sistémico colocan a la economía mundial en un cuadro de fragilidad sin precedentes; mientras Estados Unidos, lejos de poder ser presentado una vez más como cuna de la democracia, se exhibe como motor del totalitarismo y la negación de las garantías individuales. La diferencia fundamental, sin embargo, reside en que los países del Alba no son equiparables a la ex Unión Soviética. En ellos prima la plena participación democrática de las mayorías. Y no sostienen una política de statu quo, sino la propuesta revolucionaria definida como «socialismo del siglo XXI». Ahora hay capacidad de respuesta frente a la estrategia yanqui.
Quedó comprobado con el conjunto de decisiones que obligaron a la retractación de Europa. Fue reafirmado con la réplica venezolana a la provocación estadounidense: «Yo repudio, rechazo en todas sus partes las destempladas, injustas y además agresivas declaraciones de la embajadora Samantha Power contra Venezuela. Y pido una rectificación inmediata del Gobierno de Estados Unidos por estas declaraciones infames», dijo Maduro. Como esa rectificación no llegó en las horas siguientes, el presidente venezolano suspendió las conversaciones con el gobierno de Barack Obama: «Hasta que ustedes no respeten, no hablamos; hasta que ustedes no rectifiquen, no habrá punto de encuentro», anunció el mandatario. Días después Samantha Power fue confirmada como embajadora ante la ONU y ocupará el puesto de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad.
Maduro asumió en los hechos que el poder real en Washington no quiere restablecer relaciones con Venezuela. De hecho, necesita lo contrario. La Revolución Bolivariana es la vanguardia de un cambio muy profundo en América Latina. Una revolución de neto cuño antimperialista y estratégicamente anticapitalista. Washington quiere, necesita, chocar de frente con esta perspectiva: no sólo por lo que Venezuela implica en sí misma, sino porque se desarrolla en medio de la desestructuración del mecanismo capitalista y el debilitamiento del imperialismo en todos los órdenes, excepto el militar.
Librada precisamente a esa ventaja, la Casa Blanca apeló a su ultima ratio y amenazó a Rusia con «problemas de largo plazo», supuestamente para impedir que Vladimir Putin diera asilo a Snowden. Pero el célebre fugitivo de la CIA es una excusa en el deterioro de las relaciones entre las dos principales potencias atómicas del mundo, como lo es para la coacción estadounidense a Ecuador y la ruptura con Venezuela. No existía el caso Snowden cuando el Pentágono comenzó a establecer bases con misiles estratégicos en torno a Rusia. En esta dinámica irracional hay razones geopolíticas y por debajo hierve la crisis estructural de una economía que ni Estados Unidos ni la Unión Europea han conseguido resolver desde 2008 y ahora anuncia nuevos terremotos.
Desafío al Alba
Esta tensión creciente y las causas que la generan están en el centro de la reflexión y las decisiones que afrontan los presidentes de la Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América en su reunión de Guayaquil el 29 y 30 de julio, cuando estas páginas estarán en las rotativas.
En tanto presidente anfitrión, Correa lleva tres propuestas al cónclave: hacer un bloque para luchar contra los centros de arbitraje internacionales dependientes de intereses de las ricas multinacionales y no de los Estados; insistir en la reforma al sistema interamericano de derechos humanos, utilizado por Estados Unidos como ariete contra la rebelión suramericana; fortalecer la unión de todas las naciones integrantes.
Ya hubo un adelanto de tales definiciones en la reunión conmemorativa del 60 aniversario del asalto al cuartel Moncada, punto de partida de la Revolución Cubana. Con toda certeza Washington tomó buena cuenta de los discursos allí pronunciados por los presidentes de los países del Alba. En ellos también se percibe un cambio en las relaciones de fuerzas, que desde América Latina se proyecta al mundo entero.
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