
Muchos como yo crecimos con sus hazañas, con sus escritos y con el disco de 45 rpm, donde la voz de Fidel leía su carta. La vecindad de mi colegio secundario debió sabérsela de memoria, porque en las ‘tomas’ del edificio la difundíamos por los altoparlantes. La revolución estaba a la vuelta de la esquina. Parecía, porque se suponía un sacrificio fácil y triunfal. Pertenecíamos a esa onda guevarista en estado químicamente puro.