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A Hiroshima, Nagasaki: setenta años.

Cinco hechos, cinco preguntas imposibles de responder, una reflexión y un apunte final

Fuentes: Mientras tanto

«A la tercera va la vencida.» Es dudoso que Albert Einstein conociese el castizo refrán cuando consiguió que su tercera carta al presidente F. D. Roosevelt, fechada el 2 de agosto de 1939, fuese atendida, pero eso fue lo que sucedió; en dicha carta, como es sabido, se planteaba la urgencia de fabricar la bomba […]

«A la tercera va la vencida.» Es dudoso que Albert Einstein conociese el castizo refrán cuando consiguió que su tercera carta al presidente F. D. Roosevelt, fechada el 2 de agosto de 1939, fuese atendida, pero eso fue lo que sucedió; en dicha carta, como es sabido, se planteaba la urgencia de fabricar la bomba atómica ante la amenaza de que los nazis ya la estuviesen desarrollando. El hecho se suele ilustrar con una fotografía bucólica: en un porche del paraíso de Princeton, un Einstein pensativo, fumando en una larga pipa, escucha las explicaciones de Leo Szilard, uno de los promotores de la carta.

Pregunta: con la tecnología aeronáutica de la época era muy difícil un bombardeo directo de los USA. Además, entre 1942 y 1944 se desarrollaron una serie de operaciones, conocidas como la «guerra del agua pesada», para destruir las industrias nazis relacionadas con el arma atómica, operaciones que tuvieron éxito. ¿Era la única opción construir la bomba atómica?

Pero el peligro de un régimen nazi con armas nucleares permitía dejar en segundo plano cualquier pregunta y muchas consideraciones éticas sobre la naturaleza del arma atómica. De pronto, sin embargo, ese peligro desapareció: en 1944 se supo que el programa nuclear nazi había sido abandonado en 1942. «La bomba» no era necesaria para ganar la guerra.

Miles de imágenes ilustran el proyecto Manhattan, aquella brillante reunión de los mejores cerebros de la ciencia: Enrico Fermi, Edward Teller, Hans Bethe, Richard Feynman, John von Neumann, John van Vleck, Felix Bloch, Robert Serber, Stanley Frankel, etc. Más interesante es una imagen de Robert Oppenheimer junto al general Groves (el hombre que pagaba las facturas) sonriéndose mutuamente; buen ambiente.

La pregunta: muchos de aquellos hombres, comenzando por Oppenheimer, eran personas de convicciones humanistas, de izquierdas, pacifistas; y conscientes del horror que estaban desarrollando. ¿Era demasiado pedir una respuesta adecuada al hecho pese al clima de guerra?

El peso «fáctico» del desarrollo del proyecto, el ambiente de tres años de trabajo: solo uno, de los 109 científicos del laboratorio de Los Álamos, tomó una decisión acorde con los hechos y su conciencia. El físico de origen polaco Josef Rotblat abandonó. El precio en forma de calumnias y ataques que pagaría por su coherencia ética sería importante, pero Rotblat participó en la denuncia del armamento nuclear, en el Manifiesto Russell-Einstein, y en el desarrollo de las Conferencias Pugwash sobre Ciencia y Asuntos Mundiales; pero todo ello sería después del gran horror. La imagen, la de un Rotblat joven, en la época de Los Álamos, en su necrológica de 2005.

La pregunta: ¿qué mezcla de ambición, curiosidad malsana, soberbia intelectual, megalomanía y otros delirios llevó a muchos de los científicos implicados en esta historia a seguir adelante? (Dejamos de lado a los fanáticos y a los que eran idénticos a los nazis, pero sin uniforme ni esvástica, que también los había.)

Llegamos a las dos peores preguntas.

En 1945, Japón era un país derrotado. El 23 de febrero llegaron a Iwo Jima miles de toneladas de bombas de magnesio y napalm que ya no podían usarse en Europa; no había objetivos que destruir. En Japón tampoco los había, pero entre el 9 y el 24 de marzo se bombardearon Tokio, Yokohama, Nagoya, Osaka y Kobe, y otras muchas ciudades, con incendiarias. El agua de los canales en algunas poblaciones fluviales llegó a ebullición. La gente fue «asfixiada, hervida y calcinada», declaró el general Curtis Le May, quien posteriormente añadió: «Si yo hubiese perdido la guerra, habría sido tratado como un criminal de guerra. Afortunadamente, estamos en el lado de los vencedores». Los bombardeos terminaron cuando se acabaron las bombas incendiarias.

La mirada de Curtis Le May anciano, con su habitual puro, esta vez en la mano, junto a John F. Kennedy; no existen fotos en que Le May sonría.

La pregunta: Curtis Le May fue condecorado un mínimo de ocho veces, solo en EE.UU., además de recibir la Legión de Honor francesa; fue doctor honoris causa, o doctor en ciencias, en ocho universidades, también de EE.UU. ¿Qué cualidades honraban esos honores?

El último hecho, repetido: el 6 de agosto, Hiroshima; el 9 de agosto, Nagasaki. Bombardeo atómico de dos poblaciones indefensas, sin ningún valor militar, en un país destruido y en los últimos momentos de una guerra que ya se sabía ganada.

Existió una oposición de última hora a la barbarie, por parte de algunos científicos, políticos y militares de alto nivel: Leo Szilard, Herbert Hoover, los generales Eisenhower, Marshall, William Leahy y Henry Arnold, entre otros; pero pudieron más los impulsos oscuros de la tercera pregunta, que no afectaban solo a los científicos.

Sobran las imágenes.

La pregunta: si el bombardeo de Hiroshima fue un crimen arbitrario y monstruoso, ¿qué calificativo dar al de Nagasaki, hecho sin esperar respuesta, sin plantear ni una sola condición?

La reflexión: a setenta años de distancia, mucho de lo que sucede no se puede explicar sin la falta de respuesta a las cinco preguntas.

Apunte final: el 11 de agosto, dos días después del setenta aniversario de Nagasaki, el gobierno japonés volvió a poner en funcionamiento la central atómica de Sendai. Los fenómenos sísmicos han aumentado en intensidad y frecuencia en Japón. Los reactores de Fukushima continúan vertiendo 300 toneladas de agua radioactiva al Pacífico cada día.

Nota

Para información más detallada de todo el proceso que condujo al lanzamiento de las bombas atómicas, véase http://www.sirenovablesnuclearno.org/geopolitica/HIROSHIMAYNAGASAKICAST.pps

Fuente: http://www.mientrastanto.org/boletin-138/notas/hiroshima-nagasaki-setenta-anos