1831. Desde el río de los pájaros pintados hasta el mar ancho como océano, se escucha el reclamo de los que dinero tienen: «Hay que terminar con la inestabilidad. Para valorizar la riqueza y resguardar las fortunas internacionales hay que exterminar a los Charrúas». Los indígenas desconocen la propiedad privada porque «la tierra es de […]
1831. Desde el río de los pájaros pintados hasta el mar ancho como océano, se escucha el reclamo de los que dinero tienen: «Hay que terminar con la inestabilidad. Para valorizar la riqueza y resguardar las fortunas internacionales hay que exterminar a los Charrúas».
Los indígenas desconocen la propiedad privada porque «la tierra es de todos como el ñandú, el carpincho o la pava de monte; como el dorado del río, la pitanga y el mburucuyá».
Todo es de la naturaleza, todo es de la comunidad. Ninguno está al servicio de otro. Los más viejos dicen a los más jóvenes «no hagan agravio, ni mal a nadie, ni sean holgazanes». No tienen leyes, ni costumbres obligatorias, ni castigos… Son mansos como la hierba, no llaman de lejos a gritos sino que apuran el paso y hablan en voz baja.
Ya pasaron trescientos años, desde que -dueños de este rincón de la América- mataron al conquistador Juan Díaz de Solís, y solo algunas décadas de aquellas horas en que -parte del ejército libertador- seguían a don José. El tiempo caminó como liebre en campo abierto, y los Charrúas no aceptan las nuevas leyes: esas que permiten vender y comprar el trabajo del indio en un país independiente, esas que autorizan a pocos mucho y el indígena nada…
Los pocos de la mucha tierra -criollos o internacionales- presionan. Don General Fructuoso Frutos Rivera, héroe de extranjeros y presidente de las tierras ubicadas al oriente del río Uruguay, se reúne con Bernabé -su hermano- y con el general Julián Laguna -su amigo. En Durazno planifican la traición. Hablan con los caciques y los invitan a concurrir con su pueblo a la zona de Salsipuedes, en el norte cercano a la frontera brasileña. «Allí recuperaremos tierras usurpadas por el Brasil y ustedes tendrán territorios y vaquerías», les dicen.
Ante la insistencia de que concurrieran con mujeres y niños los caciques Polidoro y El Adivino no aceptan la propuesta. Conversan entre ellos y recuerdan la traición de Frutos a don José, cuando se entregó a los portugueses que luego lo nombraron comandante. «Frutos es corazón malo y traidor», dicen y no van. Otros cinco caciques al mando de quinientos indígenas, sí van. Son recibidos con asado y caña en abundancia. El ejército los rodea: los muertos son hombres, mujeres y niños. A pesar de su inferioridad, los charrúas resisten peleando. Rondeau, un cacique que tomó su nombre del antiguo sitiador de Montevideo, despacha con su lanza un enemigo tras otro. Más de quince quedan tendidos a su lado antes de sembrarse en la tierra, Brown, otro cacique de nombre expropiado, se mantiene firme tras haber perdido todos sus hombres…
La imagen del espíritu Charrúa se encarna en Cordúa, un jovencito de quince años que, con sus boleadoras, echa soldados al piso como peras que caen, hasta que un jinete lo domina. Pero a los pocos pasos de andar prisionero, el joven da un salto y trepa a las ancas del caballo. Toma un cuchillo del cinto del soldado y se lo hunde en el pecho. Luego de arrojarlo al suelo, mantiene el galope, logrando cruzar las líneas enemigas, pero el caballo está cansado y lo alcanzan. El muchacho pelea, pero no puede escapar. Después de atormentarlo durante varios minutos, le perdonan la vida para poder exhibirlo junto a otros prisioneros en las calles de Montevideo. «Este es uno de los pichones de salvaje», vociferan. Los campos de Salsipuedes quedan regados de sangre Charrúa… muy pocos lograron escapar…
De los presos, cuatro -Vaimaca Perú, Cenaqué, Tacuabé y Guyunusa- son enviados a Francia «para ser estudiados». Todos mueren pronto, tras ser mostrados por un circo ambulante como raros animales. La piel del guerrero artiguista Cenaqué es vendida por 18 francos…
Así, don Frutos y sus amigos arrancaron el corazón de la raza Charrúa. Los valores espirituales no… los valores de la raza madre viven… Cada cierto tiempo afloran. Algunos dicen que un 16 de julio de 1950, el Negro jefe y sus compañeros eran Charrúas en pelea… Otros recuerdan los años 60 y el peludaje en marchas rumbo al sur… y un Raúl que sigue caminando.
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* Esta semblanza pertenece al libro Rebeliones indígenas y negras en América Latina. Kintto Lucas es escritor y periodista uruguayo radicado en Ecuador desde hace doce años. Director del Quincenario Tintají de Quito