Una recesión global sobrevendrá tras el colapso desencadenado el 9 de marzo con la explosión bursátil, reveladora de la fragilidad estructural del capitalismo mundial. Incluso antes de que se desarrollen las tendencias tan abrupta y violentamente desatadas, urge un resumen de la nueva situación a partir del vuelco estratégico en el panorama internacional.
Analistas interesados atribuyen al Covid-19 (coronavirus) la sideral destrucción de valor sufrida entre el 9 y el 13. Sin duda este factor -cuyo origen no está claro- contribuye al terremoto financiero y lo hará aún más con las penurias del período que viene. Pero la causa está en la feroz lucha por el control de los mercados a escala planetaria.
La puja entre Arabia Saudita y Estados Unidos en torno al precio del petróleo no sólo revela la gravedad de la competencia interburguesa en todas las áreas. Más significativo, muestra a Washington sin capacidad arbitral. Con la baja del precio del petróleo provocada por Riad la producción de shale oil en Estados Unidos –y por supuesto en otras latitudes, muy especialmente en Argentina- será inviable. Esto implica un conjunto de conflictos. En primer lugar, a corto o mediano plazo detonará una cadena de quiebras de grandes petroleras y de bancos asociados, con las obvias consecuencias económicas y sociales en todo el mundo. También provocará escasez de petróleo en Estados Unidos, cuyo abastecimiento depende de ese tipo de explotación, así como el consecuente aumento de sus necesidades de importación, lo cual a su vez alimentará la presión intervencionista sobre Venezuela. Si esta dinámica se verificara, daría lugar en última instancia a un conflicto de incalculables proporciones de la Casa Blanca con América Latina. Simultáneamente, se ahondará el conflicto entre los imperialismos europeo y estadounidense. Washington tiene al presidente adecuado para tomar las líneas de acción fascista contra sus enemigos, que ahora incluyen al resto del planeta. El mundo asiste al comienzo de una situación que sólo puede parangonarse con la aparición de Hitler y su eje en los años 1930. Sólo que de acuerdo con las votaciones cruciales de la ONU, Trump no puede construir su eje más que con un Israel irremediablemente dividido más unas pocas islas sin peso significativo. La Casa Blanca ya no podrá volver a encubrir su apetito desenfrenado por mercados con una defensa de la democracia. Todo lo contrario, se mostrará tal como es.
De esta manera reaparece, corregida y aumentada, la crisis de 2008. Desde entonces, la sistemática caída de la tasa media de ganancia multiplicó la especulación financiera y produjo una burbuja bursátil aún mayor de la que explotó en aquella oportunidad. En ausencia de una contraparte antisistema con fuerza suficiente en el terreno internacional, el gran capital pudo evitar entonces que la recesión se transformara en depresión. Se verá si otra vez puede hacer lo mismo. La resultante de dos fuerzas contrapuestas determinará el curso al que se verá sometida la humanidad: mientras la crisis es mayor y la capacidad de Estados Unidos ha menguado, ahora la resistencia antisistema está más desarticulada y confundida que doce años atrás.
En 2008 Hugo Chávez presidía una Venezuela todavía a la ofensiva, con enorme gravitación en la región y proyección a todo el mundo. Existía Unasur. El Alba se mostraba aún vigorosa e incluso, aunque con reticencias injustificadas –e injustificables- asumió la estrategia de crear una moneda común, el Sucre, para enfrentar el colapso mundial del dólar.
En ese cuadro catastrófico para el capitalismo mundial, Washington tomó medidas drásticas para frenar la marcha a la depresión y revertir la dinámica política que lo acorralaba. Una clave de ese contraataque fue la reactivación y reformulación del G-20. Era el ariete contra la crisis en general, pero muy particularmente contra la dinámica de convergencia antimperialista en América Latina.
Brasil, México y Argentina acudieron al llamado de Washington. El temor burgués a la perspectiva de una revolución sepultó gestos y discursos embusteros. El frente antimperialista continental se frustró, Chávez fue aislado y Estados Unidos recuperó la iniciativa en términos tácticos y estratégicos. Es innecesario subrayar que la principal responsabilidad de este brusco giro en la región cae sobre los gobiernos de Brasil y Argentina, institucionalmente encabezados a la sazón por Lula y el matrimonio Kirchner.
Allí está el origen del posterior retroceso -para muchos inexplicable- de América Latina. Allí reside la causa verdadera de la asfixiante situación de Venezuela en este momento. Sólo una severa confusión política –para no aludir a debates ideológicos- pudo llevar a que las autoridades del Alba apoyaran la candidatura de Alberto y Cristina Fernández en diciembre pasado y se solidaricen acríticamente con Lula y el PT.
Inicio de una nueva coyuntura
Hasta el momento Estados Unidos no ha esbozado un plan análogo al que contrapuso al colapso capitalista en 2008. La lucha interimperialista se ha agudizado desproporcionadamente y Washington tiene al mando un personaje que difícilmente podría encabezar una contraofensiva. La presencia de Donald Trump en la Casa Blanca es más dañina para el capital global que la caída en un tercio de Wall Street. Rusia, China e Irán podrían eventualmente avanzar en la conformación de un bloque –y una moneda común- que trocara el actual ordenamiento económico mundial. Está por verse si existe la voluntad política para acometer semejante objetivo.
En América Latina, con un nuevo giro inconsistente la Casa Blanca volvió a su opción estratégica por Brasil. De manera que Argentina queda boyando en el limbo. Cálculos todavía imprecisos prevén que la conjunción de la crisis bursátil y el impacto del Covid-19 harán caer el Pib mundial entre 1 y 2 puntos porcentuales. En la región el impacto será mayor, dado que se sumará su propia dinámica de retracción. Para el equilibrio político brasileño ese resultado podría resultar mortal. Pese a la parálisis del PT y su propensión a una alianza con el Psdb de Fernando Henrique Cardoso, esto podría redundar en ingobernabilidad para Jair Bolsonaro, por grande que sea su disposición a poner a Brasil como muleta de Washington.
El Grupo de Lima es un esqueleto errabundo. México y Argentina no encuentran lugar en este diseño regional y no son capaces de crear una alternativa. Las burguesías de ambos países, involuntariamente adosadas a la brasileña, no pueden oponerse a la gravitación comercial de China y Rusia, pero tampoco osarían sumarse a estos dos países para oponerse a Washington. Sus gobiernos, sin otra definición que servir de tabla de salvación al sistema capitalista, están destinados a languidecer hasta la inanición.
Difícil prever si la intelectualidad que encontró una diagonal oponiéndose a lo que denominó “neoliberalismo”, descubrirá a tiempo la dinámica arrolladora de la crisis capitalista y romperá su complicidad con las burguesías supuestamente nacionales y falsamente progresistas. Como sea, ese pensamiento acomodaticio y estéril está impedido para hablar de futuro.
Sólo una enérgica recomposición de fuerzas anticapitalistas podría revertir la dinámica determinada en este panorama y proponer una perspectiva diferente al desarrollo lineal de las clases dominantes en la coyuntura: su marcha hacia diferentes gradaciones del fascismo. Esto implicaría a su vez una drástica y tajante confrontación con el doctrinarismo vacío de las formaciones sectarias, que tergiversan e inhabilitan la teoría científica de la revolución social.
El Alba podría esgrimir, en los plazos perentorios exigidos por la aceleración de la crisis, el basamento social para elevar a la vista de cientos de millones una estrategia antimperialista y anticapitalista. Es impensable el cumplimiento de tal misión histórica para esa instancia de unidad revolucionaria creada por Chávez, sin el concurso de las fuerzas antisistema aunadas en un profundo proceso de recomposición, para hacer frente a la reaparición dramática de la crisis capitalista.
@BilbaoL