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Uruguay y su globalización

Cuando la protesta gana la calle

Fuentes: Bitácora

¿A que se debe este novedoso protagonismo social que está apareciendo en el país por la acción de personas provenientes de sectores marginados que protestan en la calle, quemando cubiertas de automóviles y golpeando ruidosamente cacerolas? ¿Es que las expectativas por la acción del gobierno del Encuentro Progresista de alguna manera han sido mayores a […]

¿A que se debe este novedoso protagonismo social que está apareciendo en el país por la acción de personas provenientes de sectores marginados que protestan en la calle, quemando cubiertas de automóviles y golpeando ruidosamente cacerolas? ¿Es que las expectativas por la acción del gobierno del Encuentro Progresista de alguna manera han sido mayores a los logros obtenidos hasta el momento?

Pero – hay que tenerlo claro – no solo protestan quienes reclaman un mejor y más generoso funcionamiento del llamado Plan de Emergencia, sino también los productores agropecuarios endeudados que, incluso, cortaron la avenida de circunvalación del Palacio Legislativo, en un conflicto que a la hora de escribir esta líneas, parece agravado pues se ha quebrado una línea de diálogo abierta hace unos días por el propio presidente Tabaré Vázquez.

Pero hay más: están los que presionan dentro de los cuarteles, los que tratan continuamente de medir fuerzas con el gobierno, en una pulseada continua, que tendrá un desenlace el que estará vinculado a alternativas cambiantes insertas en los niveles de la potencia de la acción corporativa del sector militar que, más allá de sus reinvidicaciones tradicionales, presionan ante la inminencia del análisis del Presupuesto Nacional, que se pondrá en marcha a partir del 1ro de enero del 2006. ¿Y también, quizás, los que llevan uniforme todavía sigan soñando en una peregrina idea de que, como antaño ocurría, las burguesías nacionales los necesitan?

Otra fuente de conflictos son las cárceles, tanto las vinculadas al Sistema Penitenciario Nacional, como las que están destinadas a los delincuentes menores de edad. Todas ellas viven una situación de hacinamiento, con presupuestos desajustados a la población procesada y penada. Cárceles en donde se violan flagrantemente los derechos humanos – como afirmó el propio ministro del Interior José Díaz – y a las que, de acuerdo a las reticencias presupuestarias del Ministerio de Economía, son muy difíciles de otorgarles una solución inmediata.

Toda una situación conflictiva, a la que se suman los reclamos de funcionarios y jubilados, cuyos ingresos siguen siendo bajos, para no decir desesperantes, logrando ese panorama que muchos de ellos – formalmente vinculados a la seguridad social – viven en una creciente pobreza, integrando ese millón de uruguayos que tienen dificultades hasta para alimentarse.

Claro está – no podemos negarlo – el gobierno progresista heredó una herencia maldita producto de los intereses que expresaban los gobiernos anteriores que, como ocurrió durante el gobierno de Jorge Batlle, apuntaló con miles de millones de dólares a bancos que habían sido vaciados en el marco de una política dictada desde el exterior, que solo beneficio a la gran banca internacional que recibió en sus arcas lo que se escapaba de Uruguay, inclusive, lo que el gobierno otorgaba, para producir un pasa manos casi inmediato. ¿A dónde fueron los más de 800 millones de dólares que se entregaron a los bancos claudicantes en base a las órdenes verbales del ministro Bensión, luego legalizadas por el propio Batlle? ¿Y el «crédito puente» entregado por EE.UU., para obligar el repago del FMI, dinero que solo se computa en nuestra deuda externa? ¿Y los traspasos que hizo en Banco Central a esos mismos bancos?

Por ello, cuando el ministro de Economía, Danilo Astori, le dice en la propia cara de su ex colega, Alejandro Atchugarry, que Uruguay tiene la mayor deuda externa per-capita del mundo, no se está equivocando. Pero además de no equivocarse está informando de las razones por la cuales los uruguayos, pese a las buenas intenciones del nuevo gobierno, no podemos comenzar a salir del pozo en que todos estamos metidos.

La respuesta social a la gravísima situación que vive el país es nada más que una lógica consecuencia de una situación muy difícil de manejar, especialmente luego de los acuerdos firmados con el FMI, que exigen un férreo ahorro para completar el superávit previo del 3.5 del PBI, pero que a la vez le abrieron al país una línea de crédito y nuevos plazos que servirán para amortizar la deuda externa que igualmente es muy difícil de pagar.

¿Veremos que nos depara el futuro? El gobierno es optimista en revertir el tema de la inversión extranjera en el país, aunque seguimos siendo uno de los países menos favorecidos del continente. Claro está, países como Argentina y Brasil, son más atractivos que Uruguay para montar empresas, ya que allí los mercados autóctonos son importantes y tienen – como se está verificando hoy en Argentina – un creciente poder de compra.

El equipo económico de gobierno, comandado por Astori, ha logrado equilibrios macroeconómicos – de acuerdo a los datos manejados a nivel de medios de comunicación – calificados como impecables. Claro, últimamente, han tenido que emitir moneda – lo que eufemísticamente se llama hacer crecer la base monetaria – con el fin de evitar nuevos desplomes de la divisa norteamericana. Sin embargo esa emisión no se utilizó – como debiera haber sido – en mejorar la capacidad de compra de la gente, de completar las deficiencias del Plan de Emergencia, para así hacer crecer la economía que sigue estancada.

La carta de confianza expedida al doctor Tabaré Vázquez y al nuevo gobierno sigue vigente, pero es hora de que comiencen a aparecer las medidas que sirvan para que los uruguayos vivamos mejor, que nuestro nivel de compra sea adecuado a nuestras necesidades y con ello logremos que las fabricas reabran, o que desde el exterior, lleguen los capitales para otros nuevos emprendimientos.

La economía – tomando en cuenta el comercio exterior – ha venido creciendo en una modalidad, por supuesto que bienvenida, pero cuyos beneficios no se derraman rápidamente sobre la sociedad en su conjunto. El problema sigue siendo la distribución de esa riqueza que queda en muy pocas manos.

Pero – y esto lo saben perfectamente los miembros del equipo económico – los negocios con el exterior, las empresas que trabajan para la exportación de bienes, son las más vulnerables a los imponderables externos. El país y el mundo están plagados de esqueletos de industrias dedicadas a la exportación, veamos las curtiembres, las empresas textiles, cuyo cataclismo final se produjo con la competencia de China que, por producir a escalas gigantescas, liquidó en el país la producción de una cantidad de rubros, los grandes frigoríficos que cerraron y luego, cuando las coyunturas comerciales cambiaron, florecen.

Vivimos horas difíciles y de definiciones tajantes. El malhumor de sectores de la sociedad – más allá de las expresiones desubicadas de «ultras» intransigentes y que reniegan de la democracia que ellos mismos usufructúan – es evidente. Y no debemos ser tan soberbios como para englobar a todos y decir que existe una confabulación dañina – como algún trasnochado dirigente ha señalado – destinada a desestabilizar al gobierno.

Si alguien tiene dudas que se de una vuelta por cualquier barrio en donde habiten marginados, o concurran a un «cantegril», y allí comprenderán que la gente no puede más. Qué en esos lugares la protesta está latente y que las acciones, de tono menor, que llenan las páginas de los diarios, no son más que expresiones desesperadas de compatriotas a quienes les debemos soluciones.

Las que hemos prometido.

(*) Periodista.