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Panamá

Cuestiones metodológicas en torno a la historia del 3 de noviembre de 1903

Fuentes: Rebelión

Hay un reconocimiento de que el oficio de la historia consiste en una lucha para establecer qué es mentira y qué es verdad, en la muy conocida afirmación: “la historia la escriben los vencedores”.

A.    Verdad y mentira en la historia: 

Si algún académico(a) dijera que en 2022 todo el pueblo panameño apoya la gestión del presidente Laurentino Cortizo, ¿Esa afirmación sería verdad o mentira? Y si se dijera dentro de cien años, ¿Lo que hoy es mentira, se transformaría en verdad? ¿O seguiría siendo falso? 

En el mismo sentido, cuando un historiador (a) afirma que, el 3 de noviembre de 1903, “todo el pueblo panameño” apoyaba la separación de Panamá de Colombia y su subsecuente tratado sobre el canal, está faltando a la verdad. 

Quienes así hablen no dicen la verdad porque omiten (por ignorancia o mala fe) las opiniones contra la separación y el Tratado Herrán Hay de destacadas figuras panameñas, como Belisario Porras, Juan B. Pérez y Soto, Oscar Terán y buena parte de la fracción liberal.  

Quienes suponen la existencia de una idílica “unidad nacional” el 3 de noviembre de 1903, pasan por alto que la mayoría del país (60%) vivía en zonas rurales y no se enteraron de los acontecimientos hasta días y semanas posteriores, como hechos consumados, en los que no tuvieron la menor participación. Consumados por una élite no mayor de 8 personas (al decir de Tomás Arias), vinculadas al partido oficialista colombiano (conservador) y relacionadas con empresas norteamericanas como el Ferrocarril de Panamá (Panama Rail Road Co.). 

Si alguien dijera hoy, o dentro de cien años, que en Panamá no hay corrupción, que las coimas y escándalos de Odebrecht (y tantos otros casos) son solo una “leyenda negra”. ¿Estaría diciendo la verdad o mintiendo? 

En el mismo sentido, quien pretenda que, respecto del tratado sobre el canal y la separación de Colombia, no hubo un negociado en torno a las acciones del “canal francés”, manejadas por personajes como William N. Cromwell y Phillipe Bunau Varilla, está faltando a la verdad, ya sea que lo haga por ingenuidad o por cinismo, dado que el asunto está ampliamente documentado. 

Si alguna persona afirma, como de hecho sucede, que Estados Unidos es un país “amigo” de Panamá y que todos sus actos están motivados para “ayudarnos” a ser “libres, independientes y prósperos”. ¿Dice la verdad? o ¿No conoce cómo funciona el mundo?  Mismo criterio aplicado a 1903, ¿Estados Unidos intervino con sus soldados y acorazados para ayudarnos a ser libres del “yugo colombiano”? ¿Cuál era el país imperialista, Colombia o Estados Unidos?  

Existe en todo debate histórico, y particularmente en torno a los hechos del 3 de noviembre de 1903, una disputa entre lo que fue cierto y lo que no, entre las falsificaciones y la realidad de los hechos, entre la mentira y la verdad. Este es el verdadero trabajo de quien pretenda hacer investigación histórica de manera honesta: despejar la bruma para establecer los verdaderos contornos de las cosas, separar el mito y la leyenda para establecer los hechos, ser como un detective que analiza el contexto y sus detalles para establecer cómo sucedieron los eventos. 

Hay un reconocimiento de que el oficio de la historia consiste en una lucha para establecer qué es mentira y qué es verdad, en la muy conocida afirmación: “la historia la escriben los vencedores”. Esa frase es completamente cierta, las historias oficiales las hacen los ganadores, las clases dominantes. Las historias oficiales se convierten en parte del instrumental ideológico con el cual el Estado y la clase que lo dirige controlan la mente de los dominados (hegemonía cultural, al decir de Gramsci; o violencia simbólica, al decir de Bourdieu). 

Cada profesional de la Historia puede elegir entre ser agente al servicio de la clase dominante, lo cual le puede ser útil si pretende escalar socialmente; o luchar por establecer la verdad histórica, y visibilizar los hechos que realmente acontecieron, como única vía que sirve a la liberación de los pueblos. “La verdad os hará libres” (Veritas vos liberabit) (Evangelio de San Juan, versículo 8:32). 

B.     Contextualizar 

Recientemente he escuchado que no debemos realizar un análisis crítico de la actuación de los “próceres de 1903”, porque hay que “contextualizar” sus circunstancias, para comprenderlos y de esa forma encontraremos que sus actos son excusables porque es lo que podían hacer en aquel momento histórico. Usado de esa manera el concepto contextualizar equivale a “justificar”, pero esa no es la acepción correcta del término. 

“Contextualizar” consiste en “poner en contexto”, es decir, hacer visibles todas las circunstancias que rodean una situación o acontecimiento. Lo cual implica “problematizar”, complejizar, que es lo contrario de “simplificar”, que es lo que hacen quienes pretenden apoyar la “leyenda dorada” de la separación de Colombia, para poder justificar lo sucedido.  

Los apologistas del 3 de noviembre hacen un reduccionismo o simplificación de los hechos para señalar que “los panameños” queríamos separarnos de Colombia porque “los colombianos” nos tenían “olvidados” y no “construyeron ni un puente” (Eusebio A. Morales), por eso aprovechamos el “apoyo” de Estados Unidos para separarnos de ese país, todo ello dirigido por un puñado de próceres que recibieron el respaldo de la nación. Eso no es contextualizar, sino todo lo contrario, la leyenda dorada pinta un cuento idílico de buenos y malos para hacer una historia que sirve de propaganda a la clase dominante panameña. 

Contextualizar es preguntarse: ¿Todos los panameños apoyaban la separación o había posiciones contradictorias? ¿Cómo se alineó la gente en ese momento en función de la pertenencia de clase o filiación política? ¿Quiénes eran los llamados “próceres”, social y políticamente hablando? ¿Qué factor jugaba Estados Unidos, cuáles eran los intereses de esta potencia capitalista emergente en el acontecimiento? ¿Y el gobierno de Colombia qué actitud tomó y por qué? ¿Qué relación tenían los líderes liberales y conservadores panameños con sus homólogos colombianos? ¿Panamá y Colombia eran dos naciones distintas y contrapuestas? ¿Qué debemos entender por el concepto “nación”? ¿En verdad fueron separatistas las actas del siglo XIX o expresaron otro tipo de conflictos políticos? 

A esas preguntas respondemos en nuestro ensayo “El mito de los próceres”, y no lo hacemos con nuestra opinión, sino aportando evidencia documental abundante. 

C.    Historicismo como determinismo geográfico 

El historicismo, que es un derivado extremo de la filosofía de la historia hegeliana, entendido como una perspectiva teórica, pretende que la historia está guiada por un objetivo que se debe cumplir, una teleología, como si fuera un designio divino escrito en alguna parte. El historicismo es muy utilizado como una justificación de 1903.  

En Panamá ese historicismo está asociado a un determinismo geográfico, según el cual, al ser este territorio un istmo entre dos mares está marcada su “vocación histórica” por el comercio y al servicio de estos comerciantes. Para esa perspectiva historicista y determinista la historia de la “nación panameña” está asociada al cumplimiento de ese destino: servir al comercio mundial.  

Todo lo que en el pasado implique la ejecución de ese designio está justificado. Todo lo que se le oponga está mal y debe ser rechazado. Los ejecutores de ese destino, la clase comerciante, son los “padres de la patria”, empezando por Vasco Núñez de Balboa, el “descubridor del Mar del Sur”, y quienes se le han opuesto han servido a intereses antinacionales, según esa teoría tan extendida. 

Con base a este criterio se ha impuesto un modelo económico, o formación económico social, denominada “transitismo”. Esa historia basada en el determinismo geográfico es la justificación del transitismo a ultranza, el cual ha impuesto una estructura económica y social débil, con escaso desarrollo agrícola e industrial, con un país supeditado a intereses foráneos (“Pro Mundi Beneficio”), no solo comercialmente, sino también políticamente, en fin, un Estado nacional dependiente y semicolonial. 

Esa perspectiva historicista y determinista omite que, al igual que hoy, existieron sectores sociales y políticos contrapuestos al transitismo y con otros proyectos sociales. Por ejemplo, en 1821, los cabildos de La Villa y Natá, que proclamaron la independencia de España y se dispusieron a enfrentar con las armas al cabildo de los comerciantes de Panamá, que seguía supeditado al proyecto colonial de la monarquía. O, en 1860-61, la guerra civil que enfrentó al arrabal de Santa Ana dirigido por el liberal Buenaventura Correoso contra el oligarca conservador apoyado por los mercaderes de San Felipe y los terratenientes de Veraguas, Santiago de la Guardia. También en 1903 se expresó otro proyecto alternativo al transitismo de los próceres, el proyecto liberal de Belisario Porras expresado en su ensayo “La venta del Istmo”, a mediados de 1903. 

D.    La nación como mito 

La “unidad nacional” no ha existido nunca, en ninguna parte, lo cual incluye a Panamá, en 1903. Nunca ha existido en la historia un Estado, estado nacional o país, en el que todos sus habitantes estén completamente unidos sin fisuras. Esto sucede porque la “nación”, entendida como “identidad”, es una construcción ideológica al servicio de las clases dominantes de todos los países fomentada por una actividad político-ideológica particular, que se denomina nacionalismo.  

La “nación” es un concepto complejo, con al menos dos acepciones actuales: nación como sinónimo de Estado, es decir un territorio con una población dirigida por un gobierno soberano; y la nación-cultura, es decir, entendida como identidad étnico cultural, basada en un “pueblo” con una historia común, unas tradiciones y una misma lengua.  

Los Estados nacionales o naciones estado, no son homogéneos y están compuestos por habitantes con múltiples etnicidades y culturas. Las pretendidas naciones culturales, no existen en estado puro en ninguna parte, salvo en la imaginación de los nacionalistas y chauvinistas. Pero en esta última concepción, que es la que se ha puesto de moda desde el siglo XIX, la nación en realidad es una construcción ideológica, es lo que Benedict Anderson denomina “comunidad imaginada”.  

En palabras de Eric Hobsbawn: “…los criterios que se usan con este propósito -la lengua, la etnicidad o lo que sea- son también borrosos, cambiantes y ambiguos, y tan inútiles para que viajero se orienta como las formas de las nubes son inútiles comparadas con los accidentes del terreno”. Ernest Renan diría: “Así la esencia de una nación consiste en que todos los individuos tengan muchas cosas en común, y también en que todos hayan olvidado muchas cosas”.   

Lo que se cree tener en común, como lo que se olvida (por ejemplo, que fuimos colombianos) no es producto de la casualidad, sino una construcción ideológica hecha desde el poder, manipulando la historia, la educación, la propaganda y como se adoctrina con ella a la ciudadanía, para cohesionar las conciencias en torno a un objetivo político (hegemonía cultural, en palabras de Antonio Gramsci). 

La nación moderna, y el nacionalismo, son un producto del sistema capitalista, junto con conceptos como ciudadanía y pueblo. Lo que sucede es que, superada la fase “teológica”, al decir de Augusto Comte, en que la legitimidad política se alcanzaba por la vía religiosa, justificando el uso del poder en nombre de la voluntad de dios o de la iglesia, ahora se apela a la manipulada identidad nacional para alcanzar la legitimidad de los que mandan, quienes alegan que lo hacen por “la voluntad popular”, o de la nación. 

Si se observa la “nación” o el estado nacional con un lente, como quien utiliza un microscopio para ver las estructuras de la materia, encuentra que está dividida en estructuras contrapuestas: las clases sociales, los grupos de interés, los partidos políticos, grupos étnicos y multiplicidad de identidades. 

No se trata de negar la existencia de elementos étnico – culturales comunes a una población, como: lengua, folklore, costumbres, modas, etc. Pero esos elementos pueden ser tan amplios como Hispanoamérica (lo que nos une a Colombia) y tan excluyentes como la población afrocaribeña de habla inglesa que emigró a Panamá durante la construcción del canal y que fue excluida del “ideario panameñista” por Arnulfo Arias. 

De manera que si alguien dice que en 1903 los “próceres” actuaron en defensa de los intereses de la “nación panameña” falsifica los hechos, porque en realidad se trataba de los intereses de unos pocos disfrazados del interés general. 

E.     El anacronismo 

Otro error habitual entre quienes reflexionan sobre los acontecimientos de la historia es el anacronismo, que consiste, entre otras cosas, en trasladar al pasado valores y formas de pensar del presente. En el caso que nos ocupa, el anacronismo se produce cuando se habla de los habitantes del Istmo de Panamá en todo tiempo pasado como “los panameños”. Usada de esta manera la expresión “los panameños” se convierte en un eufemismo para nombrar a la “nación panameña” sin hacerlo, porque podría ser fácilmente cuestionable la existencia de tal entidad antes de 1903, al menos.  

Este anacronismo es una forma de hacer trampa, transformando un hecho real, la gente que habitaba el Istmo de Panamá en tiempos pasados, llamándolos “panameños” se los convierte en sinónimos de la “nación panameña”, que es una entidad surgida con posterioridad a 1903.  

Por ejemplo, cuando se dice que en 1821 “los panameños” nos independizamos de España, “sin ayuda de Simón Bolívar”, y nos adherimos “voluntariamente” a la Gran Colombia. Pero resulta que asignar la identidad de “los panameños” es un anacronismo, puesto que la denominación oficial del territorio y sus habitantes era: provincias del Istmo, adscritas política y administrativamente al Virreinato de nueva Granada, cuya capital era santa fe de Bogotá. Genéricamente se decía “el Istmo”, antes de 1821, y durante buena parte del siglo XIX, para referirse a dos provincias con sus particularismos e intereses contrapuestos: Veraguas y Panamá. Panameños eran los habitantes de la ciudad de Panamá y, en todo caso a la zona de tránsito. 

La expresión “los panameños” omite que, hasta 1821, los criollos, como clase dirigente, se identificaban como “españoles de América”. Esa expresión falsea el contexto de la independencia, porque nadie habló por todos los habitantes del Istmo, sino que cada cabildo hizo sus propios pronunciamientos apelando a los demás. Además, estaban confrontados La Villa y Panamá, hasta el 28 de noviembre. Tampoco existía alguna entidad que hablara, ni por una nación que no existía, ni denominara a todos los habitantes y con la cual ellos se sentían identificados. Entre tantas otras cosas que borra esa expresión, está el hecho de que tanto en el Acta del 10 de noviembre, como en la del 28 de noviembre se reconoce a Colombia como el Estado al que naturalmente pertenecían los habitantes del Istmo. 

En 1903, usar genéricamente la expresión “los panameños” pasa por alto detalles como: que el pintor istmeño, Sebastián Villalaz, pintó un cuadro, en 1902, referido a la Guerra de los Mil Días y que tituló “Colombia asesinada”, no “Panamá asesinada”, lo cual habla sobre su “identidad nacional”, que Belisario Porras en su ensayo “La venta del Istmo” (no “la venta de Panamá”) se identifica como colombiano; al igual que el senador istmeño Juan B. Pérez y Soto, etc. 

Hay que tener cuidado con el uso de generalizaciones como “los panameños” hacia el pasado. Hay que preguntarse si esa era la identidad utilizada en la época, puesto que las identidades son cambiantes, no estáticas.  En segundo lugar, si el concepto denomina un localismo o es un eufemismo por nación. Porque, por ejemplo, es evidente que se puede ser chiricano, sin que eso implique un proyecto de estado nacional separado de Panamá. Igual sucedía con el istmo de Panamá y el Estado colombiano durante el siglo XIX. 

            Bibliografía 

  1. Anderson, Benedict. Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. Fondo de Cultura Económica. México, D. F. 1993. 
  2. Araúz, Celestino A. y Pizzurno, Patricia. Estudios sobre el Panamá republicano (1903-1989). Manfer, S.A. Panamá. 1996. 
  3. Beluche, Olmedo. El mito de los próceres. La verdadera historia de la separación de Panamá de Colombia. Segunda edición revisada y ampliada. Antónima. Bogotá, Colombia. 2021. 
  4. Hobsbawm, Eric. Naciones y nacionalismo desde 1780. Crítica. Barcelona. 2013. 
  5. Terán, Oscar. Del Tratado Herrán-Hay al Tratado Hay- Bunau Varilla. Historia crítica del atraco yanqui, mal llamado en Colombia la pérdida de Panamá y en Panamá nuestra independencia de Colombia. Valencia Editores. Bogotá. 1976. 

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