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Elecciones en Grecia

Del desencanto a la esperanza

Fuentes: La Jornada

Theodoros Pagkalos comía con su familia en un concurrido restaurante de Pireo, el puerto más cercano de Atenas, durante el pasado verano. Un hombre con traje se acercó hasta su mesa de forma amigable, tomó varios de sus platos recién servidos y se los llevó diciéndole únicamente tenía usted razón, lo haremos entre todos. Pagkalos, […]

Theodoros Pagkalos comía con su familia en un concurrido restaurante de Pireo, el puerto más cercano de Atenas, durante el pasado verano. Un hombre con traje se acercó hasta su mesa de forma amigable, tomó varios de sus platos recién servidos y se los llevó diciéndole únicamente tenía usted razón, lo haremos entre todos.

Pagkalos, de aspecto físico parecido al de Agustín Carstens, había pasado por diversos ministerios durante los años de gobierno del partido socialista griego, el Pasok. En una de sus declaraciones días antes del incidente tuvo la ocurrencia de sugerir que el dinero que tenía el Estado nos lo hemos comido entre todos. Los ciudadanos griegos no sólo decidieron criticarle e insultarle en público, también siguieron su consigna alimenticia.

Fuera de ser un hecho aislado la vida pública de Pagkalos y de la mayoría de los políticos griegos de los grandes partidos políticos ha comenzado a ser realmente difícil. Les arrojan comida, les insultan por la calle y en los desfiles estatales, no les permiten la entrada en establecimientos, lo que hace visible la enorme distancia entre el pueblo y sus dirigentes.

¿Se imagina que un ladrón entra en su casa, le roba su dinero y meses después le sugiere cómo arreglar su situación económica?, se pregunta con cierta ironía Vasilis Katsikaris, un comerciante griego al que le quedan pocas semanas para cerrar su negocio. Su humilde carnicería ocupa más espacio que las oficinas de Goldman Sachs en Grecia, por eso para él los verdaderos males para muchos griegos no son estos dirigentes políticos, son los que nos han metido en esto y no quieren llamar la atención.

Apenas una pequeña oficina de comunicación posee este grupo empresarial, algo curioso al tener en cuenta su incidencia en la crisis que atraviesa el país. A principios de siglo, Goldman Sachs ayudó al Banco Central heleno a maquillar sus cuentas para conseguir entrar al euro. Utilizó un mecanismo financiero llamado Cross Currency Swap, que permitió reducir la deuda del país lo suficiente para cumplir con los criterios de convergencia que se exigían desde Europa.

La polémica producida cuando esta información salió a la luz el pasado año, hizo pensar a muchos que sus responsables recibirían un fuerte castigo.

Pero lo cierto es que Petros Christodoulou, quien fuera primero broker de Goldman y posteriormente presidente del Banco Central de Grecia, pasó a formar parte del Ministerio de Economía del país. Mario Monti dejó la vicepresidencia y la asesoría de la entidad para acercarse a la política y terminar siendo el primer ministro italiano. Otro vicepresidente de la entidad, Mario Draghi, se convirtió en presidente del Banco Central Europeo, que era la entidad encargada, sin mucha fortuna, de vigilar el proceso de entrada de los países a la zona euro. Su vicepresidente es ni más ni menos que Lucas Papademos, cuyo nombramiento como primer ministro sin que se realizaran elecciones es todo un hito para el país donde nació la democracia.

Los que deberían ser castigados ahora nos gobiernan y nosotros somos los que debemos pagar, comenta Nikos, un joven estudiante que durante semanas asistió a las asambleas y los campamentos emplazados en la plaza Syntagma. Ahora nuestros gobernantes en lugar de salvarnos a nosotros salvarán a los bancos. No son solamente manifestaciones contra sus políticas. Lo que les tenemos es desprecio.

En una sociedad cada vez más golpeada a base de recortes, despidos e impuestos se ha mantenido un alto nivel de politización. Las conversaciones no giran en torno a la Eurocopa y no se escuchan tanto los nombres de jugadores y árbitros como los de la canciller alemana, Angela Merkel, y la secretaria general del FMI, Christine Lagarde.

Creo que lo más normal es que la gente intentara convertir su rabia en una propuesta política alternativa. Y eso es lo que hizo y hace Syriza, comenta Alexis Tsipras, uno de los pocos mandatarios respetados aún por el pueblo griego. Su grupo se ha convertido en un símbolo que sobrepasa a la izquierda, sumando a millones de afectados por las medidas de austeridad y la situación en el país.

Los partidos políticos tradicionales que nos trajeron a esta situación son considerados agentes de las trasnacionales, de los grandes intereses financieros, analiza Kostas Isixos, el responsable de política internacional del partido. Hace estas declaraciones en medio de Omonia, una de las zonas más pobres de Atenas, donde tiene sus oficinas generales y donde reconoce que nunca han tenido problemas; otros partidos no pueden circular normal. La gente les expresa su odio, sobre todo a sus políticas, dice.

Muchos griegos todavía no reconocen el aspecto físico de mayor parte de los componentes de un grupo político que ha pasado de tener 5 por ciento de respaldo en las urnas a ser el gran favorito en las elecciones del próximo domingo. Pero en Omonia, entre migrantes, jubilados y un número cada vez más grande de desempleados, pretenden comenzar su nueva etapa. No queremos mudarnos, queremos cambiar el aspecto de este barrio y de todos los barrios, asegura Isixos.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2012/06/10/index.php?section=opinion&article=024a1mun