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Desastres: ¿naturales o generados por el sistema económico político vigente?

Fuentes: Rebelión

El 21 de octubre del 2016, se constituyó un área de baja presión, frente a las costas de Colombia y Panamá, eso sí más al sur oeste de lo acostumbrado en el Mar Caribe, que generó la aparición del huracán Otto, cuya vida se extendió hasta el 26 del mismo mes, alcanzando la categoría 2 […]

El 21 de octubre del 2016, se constituyó un área de baja presión, frente a las costas de Colombia y Panamá, eso sí más al sur oeste de lo acostumbrado en el Mar Caribe, que generó la aparición del huracán Otto, cuya vida se extendió hasta el 26 del mismo mes, alcanzando la categoría 2 (EHSS) con vientos máximos de 175 kmh (110 mph). Como su desplazamiento fue en dirección noreste, tocó la costa caribeña norte costarricense sobre la línea limítrofe con Nicaragua la noche del jueves 24, aunque ya sus efectos habían generado desbordamiento de ríos e inundaciones en la provincia de Limón y fuertes lluvias en la zona sur del país. El Gobierno de la República decretó alerta roja en la mayoría del territorio nacional mientras Otto, durante 16 horas -noche del jueves y madrugada del viernes 25- cruzó hasta internarse y degradarse en el Pacífico, sobre la línea fronteriza ya mencionada descargando su energía especialmente sobre los cantones del norte de las provincias costarricenses de Alajuela y Guanascaste. Aunque por su intensidad, medida con la escala internacional SaffirSimpson (S.S) cuya máximo grado es 5, con vientos de 250 kmh (156 mph) o más, puede considerarse menor, a su paso por Costa Rica, dejó diez muertos, con numerosas casas derribadas o gravemente dañadas por sus vientos y por las crecidas intempestivas de los caudales de los ríos.

Con sólo mirar un mapa de América y ubicar en él a la República de Costa Rica, podemos empezar a conocer la alta vulnerabilidad que, con respecto a los fenómenos meteorológicos, posee nuestra Nación, en cuya área central incluso y, aunque está aparentemente protegida por algunas cordilleras, que la conforman como Valle Central, también llamado Meseta Central, Depresión Central o Valle Intermontano Central, se reciben permanentemente las influencias provenientes, tanto del océano Atlántico como del Pacífico, de manera tal que, con el calentamiento global y demás procesos que hoy afectan al Planeta en general y, nuestra zona geográfica en particular, muy posiblemente y como lo demostró este huracán Otto, con mucho más frecuencia, a corto y mediano plazo, nuestra Nación será azotada por estos fenómenos que, durante muchos años no se acercaban siquiera.

Pero, la vulnerabilidad de nuestro país no se reduce a estos procesos atmosféricos sino que, por el contrario, su constitución geológica y tectónica, le agregan muchos más riesgos a  su población pues, nuestro territorio es en la mayoría de su superficie relativamente frágil y sumamente dinámico.

Geológicamente hablando Centroamérica y, en particular Costa Rica, constituyen una zona del continente americano cuya corteza terrestre es especialmente inestable, pues está ubicada justo en el borde occidental de la placa tectónica del Caribe. Recordemos que la tectónica de placas es la teoría que explica que la litosfera -parte externa y más rígida y fría de la tierra- está fragmentada en grandes trozos -placas- que flotan y se desplazan sobre el manto terrestre fluido, dinámica que las hace chocar e incluso sumergirse unas bajo otras –subducción– y precisamente bajo el borde ya mencionado de la placa del Caribe, se sumerge la de Cocos, fenómeno que genera una fuente sísmica muy importante pues en ella se dan grandes liberaciones de energía en forma de terremotos de magnitudes altas. Este proceso produce sistemas de fallas -fracturas de la corteza terrestre a lo largo de las cuales se mueven los bloques rocosos separados por ella- de carácter local y zonal con tal abundancia en nuestro país que algunas aún se desconocen, en tanto que las conocidas y desconocidas producen local o regionalmente más sismicidad. En fin, basta echar una mirada al «mapa de sismos» que nos ofrece diariamente la Red Sismológica Nacional (UCR-ICE), para enterarnos de que todos los días tiembla en uno ovarios lugares del territorio nacional.

A lo anterior y siempre en el campo de lo geológico, es ineludible en nuestro país referirnos a la vulcanología. Recordemos que antes de existir Centro América, el istmo de Tehuantepec -México en Norte América- estaba separado del valle del AtratoColombia en Sur América- por  casi 3000 km de canal interocéanico. América Central empezó como rocas sedimentarias invasivas producto de movimientos tectónicos que, cuando finalizaron aun quedaban entre el norte de Nicaragua y el norte de Colombia unos 300 km de agua que, entre el periodo Terciario Inferior y el Creático Superior se fueron «rellenando» con una cadena de islas volcánicas. Alrededor de cuatro millones de años atrás este puente adquirió estabilidad y solidez y separó el Océano Pacífico del Atlántico. Costa Rica nació producto de estos procesos que hoy se manifiestan en los volcanes activos y «dormidos» de nuestra Cordillera Volcánica de Guanacaste y Cordillera Volcánica Central, cuyos edificios más activos se miran a simple vista desde las partes altas de nuestras casas en mi ciudad natal Grecia.

Estos orígenes y evolución de nuestro territorio, constituido por una geomorfología diversa y compleja ubicada entre dos grandes océanos le hacen, por lo tanto, propenso a sufrir sismos, vulcanismo, huracanes, tempestades, inundaciones, sequías, deslizamientos, derrumbes, y marejadas, fenómenos que hacen que, la gran mayoría de la población de nuestro país esté cotidianamente expuesta a diferentes riesgos físicos y naturales, como lo señalan estudios de la Comisión Nacional de Emergencias al indicar que al menos 1400 comunidades viven en zonas de riesgo en el país.

Por razones de espacio y tiempo lo que he expuesto es, obviamente, un reducidísimo resumen de cientos o quizá miles de documentos que nos demuestran la ineludible realidad natural en medio de la cual, como población del país estamos ubicados y que, en aras de nuestra seguridad, nos exige definir y aplicar una serie de medidas que debemos actualizar y cumplir con toda rigurosidad con la asesoría, el apoyo pleno e, incluso, cuando lo exijan las circunstancias, con la estricta disciplina que el Estado imponga. Esto requiere la plena vigencia de un sistema económico político al servicio del bienestar integral de nuestro Pueblo pero, como lo hemos comentado muchas veces, durante los últimos treinta o cuarenta años nuestro Estado, luego de varias décadas -de los cuarenta a los ochenta del pasado siglo- de reformismo socialcristiano y socialdemócrata, ha caído en manos de un franco caṕitalismo neoliberal que nos ha ido recetando como Pueblo, paulatina pero constantemente, todo su conocido recetario -defensa a ultranza de la propiedad privada, de la libre competencia, de la casi total privatización del Estado que se reduce al papel de policía guardián de los intereses de la «Argolla» dominante, de la maximización de las ganancias de las empresas nacionales y transnacionales, mediante la reducción y eliminación de los derechos laborales y la especulación sin freno de viviendas, medicinas, tierras, artículos de primera necesidad, inseguridad ciudadana, judicialización de la protesta social y la consecuente conversión del Estado en policía protector feroz de los privilegios de la argolla económica.

De esta manera la seguridad y la saludo de nuestro Pueblo pasan a un último plano y, planes urgentes para, por ejemplo, reubicar poblaciones que se encuentran en las riberas de ríos que fácilmente se desbordan, o al pie de cerros inestables, encima de ellos, sobre o muy cerca de activísimas fallas tectónicas o en las zonas más vulnerables a sufrir las erupciones volcánicas, jamás se han realizado ni se efectuarán. La «sagrada» propiedad privada, permite que los grandes ricos acaparen los terrenos más seguros y especulen tan salvaje y libremente con sus precios, que el resto de la mayoría de la población por falta de fondos tiene dos opciones, si tiene un salario promedio se endeuda de por vida para adquirir una casa, cruzando los dedos para que quien la construya sea elementalmente honesto y la fabrique realmente con materiales y medidas antisísmicas  o, si tiene ingresos mínimos -caso de la mayoría de los trabajadores– se ubica en los terrenos más expuestos a los fenómenos naturales mencionados y medio construye una tugurial casa frágil y expuesta a todos los fatales avatares conocidos. De esta manera la pregunta con que titulo este artículo queda respondida: No es la Naturaleza la causante de los desastres, sino el sistema económico político vigente que, con su genocida y ecocida lógica, da a la pequeñísima plutocracia imperante toda la seguridad, comodidades y placeres de este mundo, y expone al Pueblo trabajador, honesto y sacrificado a sufrir lo indecible o perecer cada vez que la Madre Naturaleza manifiesta su evolucionar acorde a su lógica esencial. Mientras el Pueblo no se decida a tomar el poder que con malas artes le han arrebatado, seguirá sufriendo los ya mencionados desastres.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.