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A propósito de la huelga de espectadores en Italia

Desenchufar a Berlusconi

Fuentes: Rebelión

Lo esencial es entender cómo se consigue el consenso Luciano Canfora[1] En Italia, a decir del centroizquierda, no hay un régimen; y sin embargo, en su primera aparición pública como líder de la oposición, Prodi se presenta ante el Presidente de la República y le plantea «la exigencia de que se garantice el pluralismo de […]

Lo esencial es entender cómo se consigue el consenso

Luciano Canfora[1]

En Italia, a decir del centroizquierda, no hay un régimen; y sin embargo, en su primera aparición pública como líder de la oposición, Prodi se presenta ante el Presidente de la República y le plantea «la exigencia de que se garantice el pluralismo de la información, en particular, la ofrecida en el sistema radiotelevisivo».

En Italia no hay un régimen, pero, desde que se publicó en octubre, el libro Regime de Marco Travaglio y Peter Gomez, ha ocupado durante varias semanas el primer puesto en la lista de los ensayos más vendidos (más de 100.000 copias). En él, se documenta con rigor el modus operandi del régimen mediático del segundo gobierno Berlusconi: los casos clamorosos de censura televisiva sufridos por cinco periodistas y tres cómicos cuyos programas gozaban de gran audiencia, la manipulación informativa en los telediarios y en las tertulias.

En Italia no hay un régimen, pero Alessandra Mussolini, fascistísima nieta del Duce, lo ha sufrido recientemente en su propia piel, y lo denuncia: «En la RAI, hay censura de régimen». Hasta Adriano Celentano acaba de romper las negociaciones con la RAI, pues le imponían un control preventivo de los textos de su show: no volverá a la RAI hasta que le reconozcan la libertad de palabra que siempre había tenido.

La censura berlusconiana se centra, sobre todo, en la televisión. Los periódicos, dice Berlusconi, no los lee nadie, en cambio, la televisión la ve todo el mundo. Según datos del Censis (12-04), el 46,6 % de la población usa sólo la televisión para informarse, y Berlusconi posee Canale 5, Italia 1 y Rete 4; controla las tres cadenas estatales RAI, y la cadena 7 pertenece a un buen amigo suyo, Murdoch. «Si Mussolini hubiese tenido televisiones, estaría todavía aquí», aseguraba Montanelli.

¿Cómo opera el régimen? Básicamente de dos maneras: eliminando de la programación toda voz crítica, democristianos incluidos, e imponiendo en los telediarios la estructura del «bocadillo», que consiste en una concesión: primero, información gubernamental o de la mayoría; de relleno, la oposición, y, de tapa, otra vez información gubernamental o de la mayoría. Como advertía Eco: «A un régimen mediático no le hace falta meter en la cárcel a sus opositores. Los reduce al silencio, más que con la censura, dejando oír sus razones en primer lugar«.

El genial cómico Beppe Grillo, que ha sufrido la censura democristiana, la craxiana y ahora la berlusconiana, explica la especificidad de ésta última[2]: «No es que al Cavaliere le joda que se haga sátira social sobre las pensiones, sus reformas, sus villas, su estatura o su calva. Lo que le jode es que se hable de sus procesos y de su monopolio, que son las verdaderas razones por las que él hace política. En una palabra: los beneficios de Mediaset. Ese es el tabú. Por esto han saltado Biagi, Santoro, Luttazzi, la Guzzanti, Fini, Rossi y el resto. Porque lo tocaban donde más le duele: la facturación. Y, cuando le tocan la facturación, se sale de sus casillas». Más adelante añade Grillo: «ahora que la censura se ha vuelto más brutal y científica, sortearla es más difícil que antes. Sobre todo porque la censura llega a ocultar la propia censura. Y es difícil hacer entender a la gente que, en esta sobredosis de información, nadie nos informa de verdad».

No. En Italia no hay un régimen, precisamente porque el término sigue produciendo urticaria al centroizquierda. Admitirlo equivale a admitir que Italia no es una democracia liberal con libertades, separación de poderes, igualdad ante la ley y demás, sino sólo una democracia electoral más, esto es, una dictablanda, un totalitarismo soft, un cesarismo guiado por un pequeño césar. Admitirlo equivale a admitir que se ha subestimado a ése que apodan Berluska, Berluscosa, Berluskaz, Berluskaiser, Berlusconescu, o Silvio Banana, ése que tanta hilaridad, vergüenza ajena, y bochorno provoca, ése que, como no se espabilen, volverá a ganar las elecciones.

Contaba Claudio Magris que, un día, su hijo le dijo: «Esperemos que Italia, con el fenómeno Berlusconi, no esté una vez más negativamente a la vanguardia». Paul Virilio lo vio claro apenas la Casa delle Libertà ganó las últimas elecciones:

[…] la elección de Silvio Berlusconi a la cabeza del gobierno italiano ha inaugurado una era transpolítica de nuevo tipo. Después del golpe fallido del 1994, «il Cavaliere» ha tenido éxito en su golpe de Estado e Italia se ha puesto a oscilar en una alternacia de tercer tipo: no ya entre la derecha e izquierda clásicas, sino entre la política y lo mediático.

Ahora la telerealidad, no contenta con ocupar la escena de la vida cotidiana con sus grandes juegos (tipo GRAN HERMANO), invade el palco escénico de la RES PUBLICA. Y, por primera vez en Eruopa, se asiste, estupefactos, a la victoria inédita del campeón de la telecracia sobre el de la democracia representativa, al triunfo del sondeo sobre el sufragio universal.

Después de la era de la estandarización de los productos y de los comportamientos de la sociedad industrial de los consumos, ha llegado la hora, pues, de la era de la sincronización de la opinión[3].

En efecto, hoy día Italia es una modernísima telecracia. Decía Umberto Eco que el mito del Hombre de Estado (Mussolini, Andreotti) había sido sustituido por el del Hombre de Televisión. Y la televisión no es la que era: una vez fue el espejo, más o menos deformado, de la vida de un país; en la telecracia berlusconiana, es el espejo mágico de su utopía imperial. Paul Ginsborg afirma que la esencia del carisma berlusconiano es su capacidad para hacer de espejo[4]. En efecto, la teleretórica de il Cavaliere se basa en la captatio benevolentiae del espectador. Para ello, presenta una cuidada imagen que refleja muchos de los tópicos arquetípicos del italiano: individualista practicante del ci penso io («déjalo en mis manos», «es cosa mía»); ricachón vendedor-emprendedor-camelador (aquel que vendía apuntes en la Universidad posee hoy la cuarta fortuna del mundo); tifoso técnico capaz de sugerir la alineación del Milan F.C.; marido fiel con picardía de mujeriego; padre ejemplar que dedica los sábados a sus hijos; amigo fiel; amante de las plantas, con las cuales habla, a las cuales llama por su nombre latino; diseñador de decorados de gusto exquisito; crooner amenizador de sobremesas oficiales; apolíneo obsesionado por su bellezza exterior siempre joven (se hace la cirujía estética en plena quiebra de la Parmalat; se implanta pelo en nombre del bien público).

En suma, al telécrata Berlusconi, carisma y tablas no le faltan. En su deconstrucción hay quien ha señalado los siguientes vectores: el rico, el evasor y el «matador» deportivo. Giorgio Bocca[5] destaca su amor hacia sí mismo; Montanelli, que lo consideraba el mejor «mitinero», su capacidad para engendrar mentiras y acabar creyéndoselas.

Añadamos un rasgo, a nuestro juicio, mal interpretado: su carácter bufonesco. Il Cavaliere, a menudo, cuenta chistes en público. A menudo, Il Cavaliere rompe el protocolo para hacer alguna de las suyas: se quita el zapato para mostrar que no tiene alza en el tacón; le pone cuernos a Piqué en la foto de grupo; sonrisa en boca, le llama kapó al portavoz del Partido Socialista alemán en el Parlamento Europeo; menta a Rómulo y Rémolo -¿lapsus linguae?- en la grandilocuente cumbre de la OTAN. Todo muy gracioso. Tan gracioso que las crónicas periodísticas berlusconianas, en muchas ocasiones, se abren con chistes. De hecho, en la prensa internacional se tiende a calificar al Premier italiano de farsante, bufón ignorante, payaso, metepatas etc.

Ahora bien: en Italia, Berlusconi no hace ni pizca de gracia. C’è poco da ridere, dicen los que le sufren. En el país del trucco, que significa tanto «truco» como «maquillaje», se sabe que el truco, truco es, por lo que no hay término medio: o se acepta la impostura del pulcinella o se le desenmascara. Y recordemos lo que decía Adorno: es una idea engañosa la de suponer que la llamada gente común tiene infaliblemente una aptitud especial para lo auténtico y sincero, y que menosprecia la impostura.»Hitler no atraía a la gente a pesar de sus burdas bufonadas, sino precisamente a causa de ellas, gracias a sus falsos tonos y sus payasadas. Eran observados como tales, y apreciados»[6].

Así pues, digamos que sí, que en Italia hay un régimen y que el hecho de que el centroizquierda le haya quitado hierro no ha hecho sino consolidarlo. Como muestra, un botón: el filósofo y eurodiputado Gianni Vattimo sostenía que Berlusconi no tenía una ideología política precisa, que no tenía un proyecto de sociedad sino sólo dos obvios puntos de referencia: neoliberalismo tibio y lealtad a los Estados Unidos. La culpa de que Berlusconi esté en el poder, según Vattimo, la tiene el conformismo de la clase media. Craso error de juicio. Para conformismo, el de la clase política italiana. Mal que le pese al centroizquierda, Berlusconi sí que tiene una idea política. A veces, entre una mamarrachada y otra, aflora la doctrina política real de Silvio. No basta con decir que su política es filoamericana, cosa obvia. Cabe definirla más bien como tibioeuropea. En cuanto a su neoliberalismo, de tibiezas, nada: Berlusconi apunta a la destrucción del Estado a través de la confusión entre lo público y lo privado. Anticomunista más de palabra que de obra, a su relectura anti-antifascista de la historia de Italia, basta aplicarle la regla aritmética, menos por menos, más. Suma y sigue: azote de politiqueos y politicastros en nombre de la demagogia, Berlusconi, además, es contrario tanto a la igualdad ante la ley como a la neta división de poderes. Por añadidura, Berlusconi es racista, a juzgar por sus patinazos islamófobos. Ningún apuro: le basta con decir que se trataba de «una broma». Para Berlusconi, nota Bocca, la política es broma.

Gracias a esta perversa artimaña, se asegura dos efectos. Uno nos lo recuerda Hannah Arendt como propio de los dictadores puros: su infalibilidad. Jamás reconocer un error, hacer lo que sea, incluso en contra de cualquier consideración utilitaria a fin de que sus predicciones resulten verdaderas. El otro, lo intuimos en esta cita de la Poética de Aristóteles: .»El ridículo es, de hecho un error y una fealdad indolora y que no produce daño, justo como la máscara cómica es algo feo y descompuesto sin sufrimiento». La política como broma hace que la situación parezca menos grave de lo que es, y que, ni se plantee la cuestión en términos de tragedia.

¿Qué hacer? Lo que no ha hecho el centroizquierda. Basta de subestimar al dictador, basta de participar en debates y telediarios trampeados. Basta de telerrealidad. «Sólo la fuerza del león puede vencer al león», dijo el viejo Antonio al Subcomandante Marcos. Sólo con la televisión se puede vencer a Berlusconi. Si éste la controla, sólo caben tres opciones: crear redes informativas nuevas como proponían Amy Goodman de Democracy Now, o Beppe Grillo, deslegitimar las existentes negando la presencia aquiescente con el régimen imperante o, simple y llanamente, apagar la tele y desenchufar la telecracia.

Los días 11 y 12 de diciembre tendrá lugar la 3ª huelga general de espectadores[7]. Mejor harían los políticos si se sumaran. Mejor haríamos el resto si, al pensar en la anomalía italiana, nos aplicáramos el refrán: cuando las barbas de tu vecino veas cortar…



[1] CANFORA, L.: Critica della retorica democratica. Laterza, Bari, 2002, p.41.

[2]En TRAVAGLIO, M. y GOMEZ, P.: Regime. BUR Futuropassato, Milano, 2004, p. 404-405.

[3] VIRILIO, P.: L’incidente del futuro. Raffaello Cortina Editore, Milano, 2002, p.37.

[4] GINSBORG, P.: Berlusconi. Ambizioni patrimoniali in una democrazia mediatica.

Einaudi, Torino, 2002, p.34.

[5] BOCCA, G.: Piccolo Cesare. Feltrinelli, Milano, 2002.

[6] ADORNO, T.W.: Ensayos sobre la propaganda fascista. Voces y Culturas, Barcelona, 2003.

[7] Más información en http://www.sciopero.tv/