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Mi hora como "experto" en la TV en Moscú

«Dos botas son un par»

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Francamente, en general odio los talk show, pero éste fue especialmente repelente. No tengo televisión en casa, y esta vez tuve que ver el evento en vivo, ya que estaba presente en el estudio de televisión como «experto» designado.

La conversación en el talk show tenía que ver con los negocios en Rusia y sus relaciones mutuas con el Estado. Había cuatro panelistas: un «economista patriótico» (como se caracterizó a sí mismo), pomposamente autoimportante; el editor nerviosamente agresivo de un periódico que otrora fue bien conocido; un cervecero que ha dejado atrás la manufactura y ahora se dedica a operaciones financieras; y también el propietario de una gasolinera, cuyo semblante abatido proclama con exactitud su papel como «pequeño empresario.»

El presentador del talk show anunció la publicación de un informe más de los economistas patrióticos, que han demostrado convincentemente que se puede culpar por todos los problemas de Rusia a los oligarcas que han dilapidado vastas sumas en negocios en el extranjero. Gracias a ellos, nuestro país está sumido en su actual crisis. Uno de los autores del informe está presente en el estudio y confirma alegremente que sí, es por cierto la verdad. Los codiciosos oligarcas tienen la culpa.

Es difícil calificar de discusión lo que vino después. Los panelistas gritaron, chillaron, se insultaron mutuamente – casi se agarraron por los cabellos. «¡Tu patrón gana dinero con trabajo esclavo!» – recriminó el ex cervecero al editor. «¡Y tú emborrachas a la gente!» – vociferó en respuesta el editor, olvidando que el cervecero ahora se había graduado de financista. «¡Y tú, lo has llamado cobarde!» gritó el economista patriótico, sofocado por la furia y apuntando al pequeño empresario, sin preocuparse de nombrarlo. El dueño de la gasolinera asintió y murmuró: «¿Y qué más lo voy a llamar?» El editor se quedó pasmado.

El nivel intelectual y teórico de la discusión correspondía a ese despliegue de tacto y delicadeza. El editor dijo que los oligarcas generan las continuas bendiciones de la eficiencia. Los demás, unidos por un instante, condenaron su opinión; sin embargo, cayeron en la confusión y el caos cuando el tópico se orientó hacia la política económica. Parece que es necesario fortalecer al mismo tiempo al Estado y dar más libertad a las empresas; al mismo tiempo, no interferir en los procesos de mercado pero asegurar una regulación apropiada, Los créditos, que una vez más el gobierno ha dado a las corporaciones, serán una vez más saqueados. Todos, incluso el editor, lo consideraron axiomático. Pero, todos estuvieron de acuerdo en que en el futuro, se requieren pasos muy radicales. El sistema de «préstamos garantizados» tiene que ser cambiado. Las grandes compañías reciben ahora créditos del Estado contra la «seguridad» de beneficios futuros, que – es muy evidente – no se producirán. Garantías más tangibles son necesarias, aunque el economista patriótico de profundos pensamientos no tiene sugerencias constructivas respecto a lo que podrían significar.

La audiencia estaba estupefacta, sin recibir suficiente orientación de los regidores del talk show – claqueros, para ser precisos – ellos mismos desconcertados por la discusión sin rumbo e inciertos sobre cuándo precisamente correspondía instar a la audiencia a estallar en vítores de apoyo.

Cerca del fin del show, me otorgaron unos pocos segundos para mi contribución de «experto». Como se acababa el tiempo, tuve que limitarme a un resumen muy breve: nacionalicen todo, y confisquen sin indemnización. Nosotros – el pueblo de Rusia – ya hemos pagado esa propiedad por partida doble. La primera vez, cuando todas las fábricas fueron construidas y luego, por unos centavos simbólicos, fueron entregadas a los propietarios actuales; y ahora, la segunda vez, cuando los propietarios de los negocios llevaron sus empresas a la bancarrota y el Estado rápidamente compró sus deudas y, de nuevo, ha dejado las compañías en manos de los propietarios.

Y en ese momento, ¡el cielo se vino abajo!

«¡Nacionalización!» gritó el editor. «¿Es lo que propone? ¡Es una catástrofe! ¡Es el fin de Rusia! ¡Significa la destrucción universal!»

Los otros panelistas, recuperados de su intercambio de insultos, repentinamente se unen y apoyan amablemente al editor. De alguna manera, el altercado es instantáneamente reemplazado por la conversación constructiva, en la cual el editor – después de todo es el ideólogo – termina con la conclusión de que es necesario fortalecer la conciencia de clase de la burguesía. Sus palabras exactas: «conciencia de clase.»

Dejo a los lectores la tarea de sacar sus propias conclusiones; sólo me permitiré un pequeño comentario sociológico. El punto, en los hechos, no tenía que ver con el derrocamiento del capitalismo, ni con socialismo o revolución. Era un tema de racionalidad elemental – la misma racionalidad, si se ha de confiar en Max Weber, es la base de la sociedad burguesa. Por ejemplo, que es imposible redimir los mismos bienes dos veces seguidas y no ser su dueño como resultado.

Los empresarios rusos y sus intelectuales liberales aman quejarse del Estado y de los funcionarios, y al propio tiempo de los timos, la mafia y la corrupción, y culpan por estos fenómenos al mismo Estado. Sin embargo, al mirar más de cerca, es fácil comprender que tienen exactamente el Estado que quieren. Si se pagan insuficientes impuestos (que en todo caso son bastante bajos), es bastante obvio que el vacío generado por la debilidad del gobierno será llenado por la corrupción. Se quejan de los sobornos, pero -utilizando esos sobornos – reciben contratos y fondos públicos. Piden continuamente nuevos privilegios, subvenciones, ayuda y prebendas. Ciertamente, las empresas preferirían no pagar ni impuestos al tesoro estatal ni sobornos a trapaceros y funcionarios. Pero si hubiera que elegir entre impuestos y coimas, entre el Estado fuerte y la corrupción sistemática, lo más probable es que nuestros empresarios elegirían sin dudar estas últimas. Y en todo caso, hace tiempo que han tomado su decisión. Nuestro Estado – tal como existe actualmente – corresponde totalmente a la elección de nuestra burguesía interior. Como dice el refrán «dos botas son un par», no sólo tienen un parecido ideal, sino que una no puede funcionar sin la otra.

¿Y lo de las disputas sonoras, y los platos rotos? Lo mismo ocurre en las mejores familias. La ruptura de los amantes es la renovación del amor.

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Traducido del ruso al inglés por Alevtina Rea.

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Boris Kagarlitsky es director del Instituto de Globalización y Movimientos Sociales (IGSO) en Moscú y editor jefe del trimestral Levaya Politika (Política de izquierda). También es coordinador del proyecto Instituto Transnacional Crisis Global. Ha escrito números libros, incluyendo el más reciente, Empire of the Periphery: Russia and the World System (2008).

Fuente: http://www.counterpunch.org/kagarlitsky10052009.html