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No pasarán

El auge del fascismo en la Europa de la crisis

Fuentes: En lucha

La ultraderecha ha escondido los bates para presentarse con corbata ante los medios, persiguiendo una imagen de respetabilidad democrática. Sin embargo, tras esta apariencia inofensiva, operan en las calles movimientos neofascistas xenófobos, ultranacionalistas y violentos, íntimamente relacionados con aquellos líderes. En todos los casos, más allá de formaciones neo-fascistas, se desarrollan movimientos ultraderechistas mucho más […]

La ultraderecha ha escondido los bates para presentarse con corbata ante los medios, persiguiendo una imagen de respetabilidad democrática. Sin embargo, tras esta apariencia inofensiva, operan en las calles movimientos neofascistas xenófobos, ultranacionalistas y violentos, íntimamente relacionados con aquellos líderes. En todos los casos, más allá de formaciones neo-fascistas, se desarrollan movimientos ultraderechistas mucho más amplios, con núcleos activos de jóvenes violentos, publicaciones, grupos de música, páginas web, organizaciones satélites, etc.

En cuanto a las causas del crecimiento de la ultraderecha europea, podemos identificar tres elementos centrales: la crisis económica y social, con el descenso del poder adquisitivo, aumento del paro y la pobreza…; la crisis de una clase política tradicional desprestigiada, marcada por una corrupción institucionalizada y una nefasta política neoliberal; y el racismo y nacionalismo institucional, que ha legitimado el discurso xenófobo de la ultraderecha.

Muchas formaciones han experimentado un rápido e inesperado crecimiento, tanto electoral como social. A menudo su éxito ha partido de pequeñas victorias locales, que han servido para impulsarles a las arenas estatales. En consecuencia, hay que arrancarle la corbata al neofascismo cuanto antes, por muy insignificante que pueda parecer cada aparición.

El neofascismo europeo: auge y consolidación

El progreso del fascismo se ha plasmado en el crecimiento electoral de estos partidos. En el Parlamento europeo, cuyo sistema electoral por circunscripciones grandes favorece su representación, han pasado de ocupar 19 a 35 escaños tras las elecciones de 2009.

En Europa del Este, el caso más alarmante lo constituye el ultraderechista Jobbik húngaro, actual tercera fuerza política del país, a dos puntos del partido socialdemócrata. Se mantuvo en torno al 2% de apoyo electoral hasta hace dos años, cuando experimentó un gran ascenso, primero en las elecciones europeas y después en las legislativas, consiguiendo hasta un 17% del voto.

En Europa del Este la extrema derecha culpabiliza a las minorías en un contexto de aumento del paro, grave pobreza y enorme exclusión social. Fue bastante sonado el impacto del neofascismo en Hungría o el establecimiento en Polonia del gobierno ultraconservador e integrista Ley y Justicia de los gemelos Kaczynski (uno de ellos muerto en un accidente de avión), pero se están desarrollando otros procesos similares en países como Croacia, Chequia, Eslovaquia, Bulgaria y Serbia.

En Eslovenia, el Partido Nacional Eslovaco se encuentra en el gobierno, en una sorprendente coalición con los socialdemócratas. Su discurso xenófobo se ceba contra la minoría húngara, que roza el medio millón. Su líder, Ján Slota, les considera «un cáncer en el cuerpo de la nación eslovaca».

Hacia el centro de Europa, Austria representa un caso paradigmático del avance del fascismo del siglo XXI. En las elecciones de 2008, dos formaciones ultraderechistas acapararon cerca del 30% del voto: el Partido Liberal de Austria (FPÖ) obtuvo el 18% y la Alianza Futuro Austria (BZÖ), una escisión del anterior, el 11% (ambos experimentaron una subida de siete puntos respecto a las elecciones de 2006). Esta escisión estaba liderada por Jörg Haider, quien alcanzó en 1999 el segundo lugar a nivel nacional e integró una coalición con los democratacristianos. Murió en un accidente de tráfico en 2008.

En las europeas de 2009 el FPÖ obtuvo el 12’78% del voto, doblando el porcentaje de 2004, con una campaña anti-turca con el lema «Europa tiene que seguir siendo cristiana».

La islamofobia recorre Europa

La islamofobia y la intolerancia racista está generando un importante rédito político a la extrema derecha en los países más ricos como Suiza, Bélgica, Holanda, Noruega, Suecia, Dinamarca o Finlandia (donde el partido Verdaderos Finlandeses obtuvo un escaño en Europa con un 9’8% del voto).

El de Holanda es un caso grave. El Partido de la Libertad se convirtió en las europeas de 2009 en la segunda fuerza política, con un 17% del voto y cuatro escaños. A nivel local ha conseguido importantes resultados. Su líder, Geert Wilders, defiende la prohibición de la construcción de mezquitas y el freno de la inmigración musulmana, pues «el Corán incita al odio y al asesinato».

En Suiza, el racismo en general y la islamofobia en particular gozan de un gran respaldo social. En 2006 se apoyaron con un 67’8% y un 68% dos leyes que atacaban los derechos de la población inmigrante, y en 2009 un 57’7% del voto aprobó incluir en la Constitución la prohibición de construir alminares en las mezquitas, donde el muecín llama a la oración. Este racismo social ha reforzado a la extrema derecha, bien situada en el gobierno federal suizo.

El principal referente ultraderechista es la Unión Democrática de Centro, que utilizó carteles publicitarios con ovejas blancas expulsando a una oveja negra (idea que copió Democracia Nacional en el Estado español). En las elecciones de 1995 alcanzó el 14’9% del voto, resultado que amplió con creces en 2007 con un 29%, siendo el partido más votado (algo que ya logró en las regionales de 2003). En 2008, su líder fue nombrado Ministro de Defensa.

El neofascismo alemán es quizá el que más recuerda a la mayoría de grupúsculos ultraderechistas españoles, vinculados a la parafernalia neonazi, ultraviolentos, marginales y nostálgicos del fascismo clásico. La organización más grande es el Partido Nacionaldemocrático Alemán, que en 2008 tenía más de 7.000 afiliados, contando con grupos de choque de neonazis y skinheads muy violentos. En varias elecciones regionales ha obtenido resultados cercanos o superiores al 10%.

En Italia encontramos otros casos paradigmáticos. Alianza Nacional (AN) surgió a partir del Movimiento Social Italiano, vinculado al fascismo de Mussolini, que inició un proceso de reconversión a inicios de los ’90 bajo el liderazgo de Gianfranco Fini. Obtuvo unos resultados sorprendentes en varias elecciones municipales: por ejemplo, en 1993 Fini obtuvo un 46’9% en Roma y Alessandra Mussolini, la nieta del dictador, un 44’4% en Nápoles.

En 1994, Berlusconi encabezó un gobierno de coalición con AN y la Liga Norte. De este modo, un partido surgido de los restos del fascismo obtuvo la respetabilidad tan anhelada. La fusión de AN con Forza Italia de Berlusconi en el partido Pueblo de la Libertad supuso un punto de inflexión en la normalización de los neofascistas y su discurso, incorporados al gobierno italiano. Tras diversos desencuentros, esta fusión se ha truncado con la salida de Fini y sus seguidores.

La ultraderecha italiana de la Liga Norte, que también persigue la respetabilidad democrática, preocupa especialmente. Haber participado en diversos gobiernos en coalición le ha ayudado mucho. Uno de sus miembros, Roberto Maroni, se ha alzado con el Ministerio del Interior. Su crecimiento electoral se ha evidenciado en las regionales de 2010, con un 12’7% del voto nacional que casi triplica los resultados de 2005, obteniendo un 40% en muchas ciudades.

La medida que más evidencia la realidad del neofascismo, propuesta por la Liga Norte, es la legalización de patrullas callejeras para supuestamente garantizar la seguridad. Los voluntarios de la «Guardia Nacional Italiana» visten un uniforme caqui que incluye una corbata y una gorra con un águila imperial romana. En este caso, la combinación de la corbata y el bate es evidente. Según los promotores, ya hay más de 2.000 integrantes activos por toda Italia.

La llegada de la extrema derecha al poder en Italia ha potenciado el racismo institucional, como evidencian las expulsiones masivas y otras vulneraciones de derechos básicos.
También resulta paradigmático el caso del Frente Nacional (FN) francés. Está liderado por Le Pen, un histórico del fascismo francés, que impulsó desde los años 70 una redefinición estratégica de la extrema derecha basada en la proclamación de lealtad a las reglas del sistema democrático.

Tras un comienzo tumultuoso de escasos resultados, esta estrategia fue exitosa. El FN entró en el escenario político a partir de pequeños éxitos electorales municipales. Su campaña vinculaba el aumento de la inmigración con la inseguridad. Al pactar con los democratacristianos en varios municipios, proyectó su imagen de respetabilidad.

El gran salto lo dio en las elecciones europeas de 1984, donde obtuvo 2.700.000 votos, el 10’95%, Desde ese momento, ha superado los dos millones de votos, con algún pico destacado como en las presidenciales de 1988, donde obtuvo 4.375.894 votos (el 14’38%), o en las presidenciales de 1995, donde alcanzó el 15% con 4.571.138 votos. En 2002 Le Pen pasó a la segunda vuelta como candidato a la Presidencia frente al democratacristiano Jaques Chirac, que venció holgadamente. Hasta la actualidad, el FN ha seguido obteniendo resultados electorales notables tanto a nivel regional como estatal.

En general, todos estos partidos se apoyan fundamentalmente en las clases medias, integradas por pequeños comerciantes y propietarios industriales, trabajadores autónomos, pequeños empresarios, cuadros superiores, profesionales liberales, consultores y artesanos. Ante el desplome de los democratacristianos, el discurso de la nueva ultraderecha llega directo a sus corazones y carteras. Sin embargo, con su creciente éxito político, han ampliado su electorado hacia barrios obreros, con fórmulas como la defensa de las personas nacionales frente a las extranjeras.

Entre sus votantes, solamente una minoría es defensora declarada de un régimen fascista. Tampoco cuentan con una mayoría de militantes de tendencia neofascista, lo que no sucede entre sus cuadros dirigentes. Eso no significa que estos partidos hayan dejado de ser fascistas, sino que han triunfado en su estrategia de captación electoral y social.

El neofascismo llama a nuestras puertas

En el Estado español no estamos al margen de estas dinámicas. La violencia xenófoba y fascista está muy presente, con 81 asesinatos desde 1991 y unas 4.000 agresiones cada año. Aunque el franquismo y su legado aislaron a la ultraderecha de los movimientos renovadores europeos y el PP absorbió a muchos sectores de la extrema derecha, en los últimos años el neofascismo intenta levantar cabeza.

Más allá de las organizaciones más nostálgicas del franquismo (como las Falanges, Alternativa Española o Manos Limpias) o los grupúsculos neonazis más violentos (como Nación y Revolución o el Movimiento Social Republicano), la amenaza más seria la representan los neofascistas que intentan parecer demócratas respetables (algunos con más éxito, como Plataforma per Catalunya, y otros con menos, como Democracia Nacional o España 2000). Por supuesto, hay que combatir a la extrema derecha en cualquiera de sus expresiones, con todos los medios necesarios. Pero las experiencias europeas nos señalan hacia dónde debemos prestar especial atención.

Como ha sucedido en muchos casos europeos, el neofascismo pretende dar el salto a partir de éxitos locales. Plataforma per Catalunya (PxC) encarna la mayor amenaza actual. Con el racismo y sobre todo la islamofobia como enganche, esta formación pasó de obtener 5.000 votos y 6 concejales en 2003 a 12.400 votos, 17 concejales y 3 consejeros comarcales en 2007. Para las próximas elecciones municipales en 2011 ya tienen previsto presentarse en el 20% de los municipios catalanes (177).

PxC encaja con el perfil del neofascismo europeo. De hecho, son bien conocidos sus vínculos con el Frente Nacional de Le Pen, el FPÖ austríaco y otras formaciones y personajes de quienes recibe apoyo y financiación. Sus militantes y votantes trascienden el ámbito de la extrema derecha. Si bien sus principales impulsores provienen del fascismo (como su líder, Josep Anglada, que fue la mano derecha de Blas Piñar en Fuerza Nueva) y cuenta con numerosos ultras entre sus filas, también hay militantes provenientes del PP, CiU, PSC-PSOE, ERC e incluso CCOO y UGT. El caldo de cultivo de este viraje a la derecha han sido décadas de racismo institucionalizado a nivel político, mediático, policial, etc.
Antes de que crezcan, resulta vital pararles los pies a estos fascistas con corbatas. Nuestra mejor arma es la unidad y la movilización contundente. En Catalunya se está consolidando la plataforma Unitat Contra el Feixisme i el racisme (Unidad Contra el Fascismo y el racismo, UCF), que aglutina contra PxC a numerosas organizaciones de inmigrantes, políticas, sindicales, vecinales, culturales, etc. Está dificultando bastante los intentos de PxC de lavar su imagen de cara a las autonómicas del 28 de noviembre. Ése es el camino a seguir.

Pau Alarcón es activista de En lucha, sociólogo investigador y coautor del libro «No pasarán… aunque lleven trajes. La lucha contra la extrema derecha hoy» (Editorial la Tempestad).

http://www.enlucha.org/?q=node/2388