Este texto constituye la segunda parte del publicado en La Tizza el pasado 20 de noviembre con el título «El Caribe: mito del Amo o proyecto utópico».
El polvo sube de la carretera y la vieja Délira, en cuclillas delante de su choza, no levanta los ojos, mueve lentamente la cabeza, su pañoleta resbaló hacia un lado y deja ver un mechón gris empolvado, se diría, del mismo polvo que se cuela entre sus dedos como un rosario de miseria: entonces repite: nos moriremos todos — y llama a Dios. Pero es inútil porque hay tal cantidad muchísima de pobres criaturas que llaman a Dios con todas sus fuerzas que se siente un gran ruido molestoso y Dios lo oye y grita: ¿Qué carajo es todo ese ruido? Y se tapa los oídos. Esa es la verdad (…)
«Gobernadores del Rocío», Jacques Roumain
La confluencia de mitos que se alimentan mutuamente o luchan entre ellos
Ciertos rasgos del desarrollo capitalista europeo y norteamericano tienen una relación orgánica con determinadas cualidades del Caribe en lo económico, en lo social y en lo político. Una contingencia que se estructura como una ley necesaria. La Revolución es también un despliegue exterior de la modernidad capitalista, nace con ciertas peculiaridades o regularidades que obedecen a la relación orgánica con ese orden. Pero en ella hay algo que empuja hacia un exterior de sí misma, que es superador de esa relación orgánica y estructurante, que conduce hacia algo raigal y nuevo.
Las distintas formas de la cultura popular y nacional que emergen del conflicto racionalidad-metrópoli, racionalidad-colonia son depositarias de algo sustancialmente nuevo. Para Joel James, el Caribe crea un nuevo orden racional. Otra ruta de análisis de ese binarismo de racionalidades en conflicto que posibilita el bosquejo de los núcleos de irracionalidad que pueden habitar en ambos órdenes de racionalidad. La irracionalidad que habita en el orden racional opresor, la irracionalidad que habita en el discurso y las prácticas de los oprimidos. Joel James también señala que el Caribe se mueve en esa ambivalencia entre ser y no ser. Indica que el Caribe ha derivado en una cosmovisión trascendente de lo suprahumano que le es propia. Al mismo tiempo, en esas tierras se verifica una desfiguración de las grandes lenguas. El surgimiento de dialectos en esa región significa, según este investigador cubano, que hay procesos de apropiación cultural que le son propios, pero también que hay visiones y representaciones que son de una singularidad otra.
Todas esas transformaciones de los idiomas y de las culturas del Caribe hablan del surgimiento de una nueva subjetividad. Esa nueva subjetividad encarna la ambivalencia del ser, que no puede contenerse en formatos preestablecidos. El movimiento del ser en el Caribe se registra en un permanente tránsito y transformación, ningún proceso de transformación social puede sobrevivir si no se abraza a esa sustancia en tránsito.
Las formas idiomáticas de Cuba, República Dominicana, los creoles haitianos y jamaiquinos, o la riqueza de hibridaciones y mixturas presentes en el papiamento son la demostración de esa singularidad irreductible que no puede ser ignorada.
Las revoluciones de estas tierras, además de no hablar el idioma del colonizador, inventan su propia lengua, sin pretensión de convertirse en un idioma totalizante y sin fisuras.
Es un entrecruzamiento de caminos lingüísticos muy diversos, un mestizaje complejo de distintas formas de hablar, en las que se ha producido un habla nueva donde los cruces y maridajes de sentidos están a ras de piel y se infiltran en todo el cuerpo.
Por un lado, tenemos a ese Caribe que es despliegue constitutivo del exterior del ser europeo y lugar de proyecciones. Pero en sus singularidades, quiebres, luchas y revoluciones el Caribe es una excedencia, es lo contra-mítico, el objeto que se corre y desborda el signo que le quiere congelar en una determinada imagen.
El mito del Caribe esconde su ser
Martin Heidegger[1] puede ayudarnos a profundizar este análisis del Caribe como un despliegue de la exterioridad del Ser europeo. El mito fundacional histórico del Ser de Europa y sus naciones, y el Caribe como ente constitutivo de la exterioridad del Otro europeo, aparecen como la relación entre entes que impiden el despliegue del Ser. El dasein de eso que nombramos como Europa, el ser arrojado afuera, está negado por el mito: el mito congela y obtura. El mito del Ser europeo no acepta el mestizaje ni su brutalidad originaria. Y la dominación colonial es lo que permite que el Caribe quede congelado en esa exterioridad. El Caribe queda atrapado también en los mitos que obturan y encubren su dasein, su ser arrojado afuera, su estar siendo, más allá de las significaciones comunes y coloniales.
Veamos que el dasein para Heidegger es ese despliegue irreductible del afuera: estamos arrojados en el afuera del Mundo, de la existencia. Es la imposibilidad de saber de antemano las coordenadas de nuestro Ser. Esa lectura en clave heideggeriana puede apoyarse en su Seminario de Zähringen.[2] Heidegger señala que en el pensamiento de los griegos no hay una forma de abordar de manera definitiva a los objetos. En el pensamiento griego el objeto es gegenstand, es un objeto que está siendo. Un objeto en tránsito, que no tiene un estado fijo, una sustancia precisable. Por tanto, el olvido que constituye el mito de la nación europea y los olvidos y mitificaciones que condenan al Caribe como exterior constitutivo proyectado de lo europeo, son obstáculos al «estar siendo» de la sustancialidad misma de los pueblos que habitan el significante Caribe. En el nombrar del colonizador y en los mitos autoproducidos como sometimiento o resistencia hay cierto rechazo a la gegenstand del acontecer. Es el pueblo encarnado en la mujer que protesta:
Bienaimé llama: ¿Délira? ¡Delira, ho! No responde. — Mujer— grita. Ella alza la cabeza. Bienaimé esgrime su pipa como un signo de interrogación: — El Señor es el creador, ¿verdad? Contesta: el Señor es el creador del cielo y de la tierra, ¿verdad? Ella dice: sí, pero de mala gana. — Bueno, la tierra está en el dolor, la tierra está en la miseria, entonces el Señor es el creador del dolor, es el creador de la miseria. Unas chupaditas triunfantes y lanza un largo chorro de saliva sibilante. Délira le lanza una mirada llena de cólera: — No me atormentes, maldito. ¿No tengo ya bastantes preocupaciones? Yo la miseria me la conozco. Me duele todo el cuerpo. Mi cuerpo entero pare la miseria, sí señor. No necesito que, además, me echen la maldición del cielo y del infierno.[3]
¿Cómo se puede atravesar ese velo metafísico?
Hay un retorno de Jacques Derrida a Heidegger en su texto «La mano de Heidegger»,[4] donde recupera el significante geschlecht: pueblo, comunidad orgánica, especie y raza. Recupera este significante de Fichte y de Heidegger para connotar lo que podría denominarse como idioma del idioma. Hay alemanes nativos que podrían no ser parte de la comunidad y otros no alemanes que sí podrían serlo por compartir esa espiritualidad. Una sustancia que podríamos decir que está más allá del idioma.
Heidegger distingue la lengua muerta cortada de sus raíces vivientes, de la lengua viviente «animada por un soplo espiritual». Esa Gechklecht es un orden de lenguaje más allá de las palabras como envoltura material. Podríamos decir que es algo que se captura en el recorrido del juego de significantes, sin anudamiento a una palabra o frase específica. ¿Habría un más allá de las palabras cuando pensamos al Caribe? ¿Un más allá que pueda nombrar a pueblos, comunidades, razas, dialectos, naciones? Un más allá de lo mítico, algo entreverado en las palabras, pero no palabras específicas ni combinaciones particulares de palabras.
«Cuando una lengua, desde sus primeros fonemas, nace de la vida común e ininterrumpida de un pueblo, en el que ella enlaza todas las instituciones, la invasión de un pueblo extranjero no altera nada», afirma Derrida, con Heidegger. Los intrusos no pueden elevarse hasta esa lengua originaria, no la pueden destruir. Sólo pueden acceder a ella, según Derrida, «a menos que un día ellos se asimilen a las intuiciones del stammvolkes, del pueblo-linaje para el cual esas intuiciones son inseparables de la lengua».
Esa sería la lengua de lo común, de lo más allá de las diferencias, sin destruir las diferencias mismas. La felicidad de lo común, el hogar, el estar-en-casa, la creación o intuición de un pueblo-linaje que subyace a todas las frases y las palabras.
En otro nivel, Derrida recurre a la idea de lo monstruoso para pensar la nacionalidad y la comunidad, y dice que no desea abordar a la monstruosidad, lo umheimlichkeit y lo espeluznante. Va a desarrollar el significante de lo monstruoso, la monstre, que remite también a mostrar. Toma eso de la música y dice que la monstre es un diagrama que sobre un fragmento de música hace cortes sobre los versos, que expresa el número de versos o sílabas que corresponden al poeta: el mostrar como muestra, como acotación de algo e indicación. Y entonces dialoga con el Holderlin de Heidegger, en una estrofa muy conocida del poema Mnemosyne:
Nosotros somos un monstruo privado de sentido
Estamos fuera del dolor
Y casi hemos perdido
La lengua en el extranjero
Su lectura permite pensar lo monstruoso en su doble vertiente: como sello de identidad de lo común, como marca, mostración. También lo monstruoso como espeluznante y horroroso. Lo umheimlichkeit, lo no familiar, lo fuera del hogar. Lo que por monstruoso carece de una lengua propia o le es negada e impedida. Es Césaire con su grito-mudo:
… y en esta ciudad inerte, esta muchedumbre vocinglera que tan asombrosamente pasa al lado de su grito como esta ciudad al lado de su movimiento, de su sentido, sin inquietud, al lado de su verdadero grito, el único que se le hubiera querido oír gritar porque es el único que se siente suyo; porque se le siente habitar en ella en algún refugio profundo de sombra y de orgullo, en esta ciudad inerte, esta muchedumbre al lado de su grito de hambre, de miseria, de rebeldía, de odio, esta muchedumbre tan extrañamente charlatana y muda, en ella en algún refugio profundo de sombra y de orgullo, en esta ciudad inerte, esta muchedumbre al lado de su grito de hambre, de miseria, de rebeldía, de odio, esta muchedumbre tan extrañamente charlatana y muda.[5]
Lo umheimlich de Freud
No podemos evitar hacer mención aquí a Freud con su texto paradigmático «Lo siniestro» — Umheimlich.[6]
Para Freud lo siniestro y lo espeluznante remiten a lo angustiante en general, y su propósito es develar ese núcleo de lo siniestro y de lo angustiante. Freud señala que umheimlich es lo contrario de heimlich y de heimisch: familiar, íntimo, secreto, hogareño. Freud toma a un autor que ha trabajado eso para decir que lo siniestro proviene de situaciones en las que se siente un desconcierto. El sujeto está desorientado, perdido y eso produce lo siniestro.
Trabaja después con varias acepciones de heimlich, por un lado, variantes donde se habla de lo confortable, de estar cómodo en un espacio familiar. Podríamos decir de un estar en casa, en el hogar de un modo confortable. Recupera esta expresión: «destruir la heimlichkeit de la patria». Podríamos decir «destruir la hospitalidad de la casa». Después, las distintas formas de lo heimlich como secreto, como lo oculto. Podríamos hacer un corte y decir aquí que en la nación está ese doble aspecto: lo heimlich ―lo familiar, el hogar y el estar en una casa común― y lo unheimlich ―en forma de no alojamiento, el enfrentamiento a lo siniestro y lo monstruoso que habita a la Nación―. Aquello olvidado y reprimido de lo que no habría que hablar o recuperar en la clave analítica de Ernest Renan.
El Caribe, los Caribes, los pueblos del Caribe, en su doble vertiente como articulación de lo común, de lo familiar y de lo umheimlich. La hospitalidad y lo siniestro como dos posibilidades de develamiento del Ser.
La resistencia al colonizador produce lo umheimlich (lo siniestro)
Cuando se destruye la comunidad, el hogar, lo común de los pueblos, su poder estar en casa, se está destruyendo por el colonizador su heimlich y emerge lo umheimlich como sello de lo común en una nueva contra-ética frente al colonizador. Esto traduce una tensión que toda Revolución debe resolver: o la ética de la utopía y la otredad ―el orden y el hogar de lo Común―, o la reacción umheimlichkeit ―lo irracional monstruoso que nos habita―. Puede desencadenarse el dasein de lo siniestro que se abre cuando el sujeto ha perdido todo hogar. Cuando se destruye tu hogar puede acontecer lo mejor y lo peor.
Las violencias contra nuestros pueblos, los sometimientos milenarios, la discriminación racial y la subestimación de nuestras culturas; esa destrucción del más allá de los idiomas, ese daño a la espiritualidad, a lo que hace posible la comunidad misma nos abisma en una destrucción de difícil arreglo. Después de desatado el horror, ¿cómo se restablece lo común, lo heimlich?
La Revolución, antropofagia de mundos y utopías, o construcción de lo común y la ética hospitalaria
Volviendo a la pregunta inicial: ¿qué características del significante Caribe ha permitido nombrar pueblos tan diversos? Podríamos ensayar una hipótesis. Es esa doble condición de pueblos rebeldes frente al colonizador, pueblos que resisten, y pueblos antropofágicos, la proyección de lo bárbaro y lo horrible a los ojos del colonizador. También dos posibilidades dialécticas del dasein, como despliegue del estar siendo más allá de cualquier ontología o ente. Es un significante que abarca lo umheimlich, lo siniestro, y lo heimlich, lo común y el hogar. El olvido, lo reprimido y la memoria común, aquella de la que hablaba Renan.
Toda Revolución es partera de monstruos que duermen agazapados en la utopía de lo común. Puede cabalgar sobre las bestias, comer o devorarse a sí misma o puede fundar lo Común.
El sueño-caníbal de Césaire, de rebelión entre utópica y siniestra:
y sobre este sueño antiguo mis crueldades caníbales: (Las balas en la boca saliva espesa nuestro corazón de cotidiana bajeza estalla los continentes rompen la frágil atadura de los istmos saltan tierras siguiendo la división fatal de los ríos y el morro que desde hace siglos reprime su grito dentro de sí mismo, es él quien a su vez descuartiza al silencio y este pueblo valentía que rebota y nuestros miembros vanamente descoyuntados por los más refinados suplicios y la vida más impetuosa surgiendo de este estercolero — como el chirimoyo imprevisto entre la descomposición de los frutos del árbol del pan.)[7]
Notas:
[1] Para un análisis con mayor profundidad de las conceptualizaciones de Gegenstand, y Dasein en la óptica heideggeriana, ver Veloz Serrade, Josué: «Una revolución es la permanente crítica de sí misma». Disponible en: https://latizzadecuba.org/una-revolucion-es-la-permanente-autocritica-de-si-misma/
[2] Martin, Heidegger: Seminario de Zahringen, traducción de O. Lorca, Revista A parte Rei, núm. 37, 1996.
[3] Roumain, Jacques: Gobernadores del Rocío, Biblioteca Ayacucho, 2004, p. 122.
[4] Derrida, Jacques: La mano de Heidegger (Geschlecht II), Nombres, núm. 26, 2012.
[5] Césaire, Aimé: Cuaderno de un retorno al país natal, p. 27. Disponible en: cesaire-aime-cuaderno-de-un-retorno-al-pais-natal_compress.pdf
[6] Freud, Sigmund: CIX. Lo siniestro, en Sigmund Freud: Obras Completas, en Freud total, 1, 1919.
[7] Césaire, Aimé: ob. cit. p. 89.
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