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El encubierto «factor Hitler» en Ucrania

Fuentes: Znet/Consortium News

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

¿Apoyaría EE.UU. cualquier tipo de «hitlerismo» en el esfuerzo del Departamento de Estado para convertir las clases políticas antirrusas de Europa Oriental en modelos de perfección de relaciones públicas que no puedan ser criticados, ni siquiera suavemente?

Fue francamente desconcertante ver al senador John McCain, republicano por Arizona, abrazando al líder del partido Svoboda, de extrema derecha, antisemita, pro fascista, en diciembre pasado. Fue inquietante saber de los elementos neonazis que suministraron la «fuerza» para la verdadera toma del poder de Maidan el pasado mes de febrero (Newsnight de BBC fue uno de los pocos importantes medios occidentales que se atrevieron a cubrir abiertamente ese hecho).

Lo más inquietante de todo ha sido el muro de un grado casi soviético erigido de alguna manera por los medios occidentales dominantes contra cualquier mención crítica del componente de extrema derecha de la historia de Ucrania en 2014, haciendo que cualquier pensamiento semejante fuera digno de ridículo en las páginas de opinión del New York Times durante la primavera pasada.

Lo más cómico fue la publicación en mayo de 2014 en el Times de un artículo de opinión editorial (obviamente escrito por encargo), programado por el Departamento de Estado, de la candidata presidencial ucrania Yulia V. Timoshenko que cita a Churchill escribiendo a Roosevelt «Dadnos los instrumentos, nosotros terminaremos la tarea», explayándose sobre «la justa y abierta democracia que es el mayor legado de EE.UU. al mundo».

Esto, de la política de extrema derecha que poco antes había expresado pensamientos genocidas hacia los millones de ciudadanos rusohablantes de su país, y quien fue, durante su período como primera ministra, una devota de primera clase del líder fascista durante la guerra, Stepan Bandera, cuya organización mató a decenas de miles (muchos historiadores hablan de cientos de miles) de ciudadanos polacos y judíos basándose en su etnia, en la ofensiva arianista a favor de un Estado étnicamente puro, basado precisamente en el modelo nazi.

Fue por lo tanto refrescante leer en el Times del sábado pasado un informe que contenía, aunque enterrada hacia el final, una sola línea informando a los lectores de que «una milicia activa en la campaña militar del gobierno de Kiev conocida como Azov, que se apoderó de la aldea de Marinka, enarbola como bandera un símbolo neonazi que se parece a una esvástica». Al contrario, el periódico londinense Daily Telegraph, de centro derecha, publicó el lunes todo un informe titulado «La brigada neonazi que combate contra los separatistas pro rusos», incluyendo la observación de que las fuerzas neonazis que son utilizadas por el gobierno ucranio para las tareas militares más pesadas «deberían causar escalofríos en la espina dorsal de Europa».

Ese es el meollo de lo que se oculta a tantos lectores occidentales, especialmente estadounidenses. Putin -a pesar de todo su autoritarismo, tendencia antidemocrática y revanchismo- no es la causa del enigma ucranio (aunque ciertamente lo explota). Existe una genuina división en Ucrania entre un oeste dominado por nacionalistas y un este rusohablante.

Cualquiera que haya viajado por el país os dirá que esos «rusos» del este, y dondequiera se les encuentre, preferirían vivir en un país del tipo de la Unión Europea que en un país del tipo ruso. ¿Cuál entonces es el problema? No quieren vivir en un Estado dominado por ultranacionalistas que es antirruso en un sentido arianesco de los años 40 de ucranianismo étnica y lingüísticamente puro. A eso prefieren el Estado de modelo ruso.

Ahora esos valores antirracistas, incluyendo la veneración de la alianza anglo-estadounidense-soviética que derrotó a Hitler, y el desdén hacia las sociedades basadas en modelos de pureza racial, son de hecho valores estadounidenses. Pero esa afinidad entre valores occidentales y orientales nunca podría advertirse en la avalancha de información de Guerra Fría II que se nos suministra.

A propósito, algunos informes occidentales que caricaturizan el uso por la prensa putinista de la palabra «fascistas» para describir a los nacionalistas ucranios no aprecian el uso coloquial ruso cuando se refiere no necesariamente a matones enarbolando esvásticas sino incluso a la alta sociedad que estima a gente como Bandera y a otros fascistas nazistas de la Segunda Guerra Mundial como míticos «combatientes por la libertad» que deben ser honrados por el Estado en nombres de calles, estatuas, museos, etc.

Eso no quiere decir que los aliados de EE.UU. entre los nacionalistas ucranios occidentales sean todos pro fascistas. No lo son. Pero existen dos temas prominentes que van más allá de Ucrania y que cubren toda Europa oriental «antirrusa», particularmente los nuevos Estados miembros de la OTAN y de la UE.

El primero es la aceptación despreocupada de elementos, simbolismo e ideología neonazis como parte de una corriente dominante supuestamente centrista. En Letonia y Estonia, esto es ilustrado por un apoyo estatal tácito (o no tan tácito) de honores para las divisiones de la Waffen SS de esos países. En Lituania, se puede manifestar en lugares de culto patrocinados por el Estado para los asesinos del Frente Activista Lituano (LAF) que desencadenaron el Holocausto contra vecinos judíos antes de la llegada propiamente dicha de los primeros soldados alemanes.

Pero existe un segundo tema que es mucho más profundo y que no tiene nada que ver con esos tipos más ostentosos de adoración nazi. El tema es la historia.

‘Historia viva’

Mientras la Segunda Guerra Mundial es ciertamente «historia» para Occidente, es ciertamente algo muy actual en Europa Oriental. Instituciones patrocinadas por el Estado especialmente en los tres países bálticos, Lituania, Letonia y Estonia, y también a veces en Croacia, Rumania y otros sitios, han invertido una fortuna en una especie de revisionismo del Holocausto que blanquearía la colaboración de sus propios nacionalistas con Hitler y convertiría a la Unión Soviética en el verdadero Hitler.

Conocido como «Doble Genocidio», plantea la absoluta igualdad teórica de los crímenes nazis y soviéticos. Su constitución es la «Declaración de Praga» de 2008, de la cual la mayoría de los estadounidenses nunca han oído hablar, que usa la palabra «mismos» cinco veces al referirse a crímenes nazis y soviéticos. Menos estadounidenses todavía saben que una de sus demandas, que el mundo acepte un día unitario de recuerdo conjunto para víctimas de nazis y soviéticos, pasó desapercibida en la ley de apropiaciones militares del Congreso de junio pasado.

El tema omnipresente es la elección de las elites nacionalistas en Europa Oriental de construir mitos nacionales basados no en los méritos de los grandes artistas, poetas, pensadores y auténticos combatientes por la libertad, sino demasiado a menudo, sobre la base de colaboracionistas nazis cuya característica más conocida es que también fueron «patriotas antisoviéticos».

La verdad es que casi todos los colaboracionistas de Hitler en Europa Oriental fueron «antisoviéticos». De hecho, la Unión Soviética fue la única potencia que ofreció resistencia a Hitler en Europa Oriental. Si los soviéticos no hubieran hecho retroceder a los ejércitos nazis en la primavera de 1944, a costa del inmenso sacrificio de todos los pueblos soviéticos, no hubiera habido un Día D o la apertura de un frente occidental.

Sea el culto como héroes de Miklós Horthy de Hungría, de líderes de la hitlerista Ustasha de Croacia, de las divisiones de la Waffen SS en Letonia y Estonia, y de Bandera de Ucrania y su OUN y UPA, o de la Waffen SS, es una ofensa a los valores occidentales que un Estado de la OTAN o de la UE, o un Estado candidato a la OTAN/UE, desembolse fondos estatales para la distorsión de la historia, la confusión del Holocausto y la construcción de sociedades que admiran a los peores racistas de la historia.

Hacer algo semejante implica simplemente que todos los ciudadanos minoritarios que masacraron, o cuya masacre apoyaron, no eran dignos de seguir existiendo. A propósito, todos esos países tienen verdaderos héroes del momento más tenebroso de su historia: los que (a menudo la gente más sencilla) simplemente hicieron lo correcto y lo arriesgaron todo para rescatar a un vecino de la dirigencia colaboracionista con el establishment nazi de sus propios nacionalistas.

El punto más bajo

La tendencia alcanzó a un clímax indecoroso en 2012, cuando el Gobierno lituano financió la repatriación de Putnam, Connecticut, EE.UU., a Lituania de los restos del primer ministro títere nazi de 1941, Juozas Ambrazevičius Brazaitis, quien había firmado personalmente documentos confirmando primero órdenes nazis de que ciudadanos judíos de su ciudad, Kaunas, fueran enviados a un campo de concentración (que era en realidad un lugar de asesinato masivo), y unas pocas semanas después, de que el resto fuera encarcelado en un gueto dentro de cuatro semanas.

En lugar de protestar cortésmente, la embajada estadounidense en Vilnius ayudó a camuflar el evento con un simposio sobre la guerra y el Holocausto y ni siquiera mencionó lo que estaba ocurriendo.

Según algunos círculos del Departamento de Estado, el Gobierno de Obama, estremecido por la crítica de sus antiguos conflictos con los neoconservadores por Irak y Siria, y dolido por Libia, ha tratado de mostrar su fuerza y satisfacer el contingente encabezado por Robert Kagan y su esposa, Victoria Nuland, actual Secretaria Adjunta de Estado para Asuntos Europeos y Eurasiáticos, con una total unilateralidad respecto a Ucrania.

Es Nuland quien fue atrapada diciendo «¡que se joda la UE!», -que hubiera preferido un cambio pacífico, democrático, en Ucrania- al embajador de EE.UU. en ese país. También estuvo conspirando respecto a qué político debería emerger como primer ministro en esa nación en la peor tradición neoconservadora de escoger al gobernante después del siguiente caso amañado de cambio de régimen.

En Ucrania, una solución negociada podría mantener la independencia y libertad de la nación para unirse a la UE pero no a la alianza militar de la OTAN (una alianza militar hostil que llegaría directamente a las fronteras rusas).

Cualquier solución viable tiene que considerar que se trata de un país profundamente dividido incluso sin (omnipresentes) engorros putinistas. Por ello tiene que considerar los millones de rusohablantes que se oponen al chovinismo racial de algunos miembros de la elite que se encuentra ahora en el Gobierno o cerca de él, y quienes tienen ideas muy diferentes sobre la historia del siglo XX.

Es el camino adelante, no la estupidez de la Guerra Fría II de hacer correr la voz de que los occidentales son puros ángeles y los orientales puros demonios, ni la estupidez neoconservadora de que la grandeza de EE.UU. depende de interminables desventuras militares en cambios de régimen que conducen a largos, impredecibles, e incontrolables ciclos de violencia.

El magnificiente legado que EE.UU. comparte con Rusia de haber derribado en tándem el imperio de Hitler es un patrimonio que vale la pena invocar para crear mejor entendimiento, no un hecho que deba enterrarse en deferencia a la revisión de extrema derecha de la historia del Holocausto que obsesiona tanto a gran parte de la Europa Oriental nacionalista.

Dovid Katz, es profesor de Estudios Yiddish en la Universidad Vilnius, es un investigador independiente nacido en Nueva York, residente en Vilnius. Edita DefendingHistory.com. Su web es www.dovidkatz.net.

Fuente: http://zcomm.org/znetarticle/the-hushed-up-hitler-factor-in-ukraine/