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El futuro de Latinoamérica se cuece en Colombia

Fuentes: Rebelión

Ni siquiera los obligatorios encierros por el coranavirus impidieron que en Colombia se produjeran tumultuosas manifestaciones contra el gobierno de Iván Duque, que agoniza en medio de la algazara general, mientras que a él mismo le importa un bledo el clamor de las masas e intenta aparentar que en el país no pasa nada.

El famélico rostro de las multitudes, que asaltan los almacenes de víveres lo dice todo; los saqueadores se arrebatan cual fieras feroces lo que encuentran y las imágenes muestran que el hambre es la brújula espiritual de las grandes mayorías.

Toda ama de casa expresa: “¡Señor presidente, la gente está hambrienta! ¡compadézcase del pueblo y derogue las medidas!”. Se trata de la reforma tributaria, denominada Ley de Solidaridad Sostenible, que busca recaudar el equivalente al 2% del PIB, para lo cual se incrementa del 39% al 43% la canasta de bienes gravados con el IVA, o sea, meten las manos en los bolsillos del pueblo trabajador, empobrecido en su inmensa mayoría, mientras se mantiene las exoneraciones para las grandes industrias y corporaciones.

En las palabras, “¡Señor presidente! ¡compadézcase del pueblo y derogue las medidas!” hay más vestigios de estadista que en todos los discursos de los miembros del gobierno, son más sabias que los miles de informes que se escriben sobre Colombia y encierran una dura realidad: de no ser derogada la Reforma Tributaria, Colombia se hundiría en la vorágine de lo desconocido. A la primera ama de casa que las pronunciara, Iván Duque la debía nombrar su más cercano consejero y no malgastar dinero en asesores.

Pese a que las medidas fueron suspendidas, en Cali y demás ciudades de Colombia no cesa el rugido de las multitudes, pues el gobierno no escucha al país, cuya voz autorizada es la de cualquier hombre del pueblo, que no es ni leído ni instruido como los miembros del gabinete presidencial, pero está imbuido de un pragmatismo y una filosofía natural contra las cuales es muy difícil discutir: “¡No tenemos otra opción que protestar, estamos hambrientos!”

Raimundo Torrijos, personaje de la novela Mojiganga, jefe del cartel de la droga en Ecuador, hace una radiografía que ayuda a entender el complejo panorama colombiano, que se vive en este momento, y cómo se arribó a él. En la celda donde está preso razona con amargura: “¡Qué desgracia la mía! ¿Por qué no habré nacido en Colombia? Allá sí que funcionan las cosas, pues mis panas se han vinculado con los paramilicos y con las más altas autoridades del Estado. Nadie jode, y a quien jode se le da el vire. Se entienden de primera con los oligarcas, que ponen la plata para acallar a los políticos, y el Ejército dispara contra quien se oponga, sea guerrillero o no, e incluso protege a mis socios; hasta el ejecutivo lo hace. Es que allá, ellos se tomaron los principales resortes del Estado y los candidatos de sus preferencias, mayoritariamente de sus bases sociales y políticas, lograron un masivo respaldo del electorado. Eso significa que ahora son la fuerza más importante del Congreso.

Pero lo más bello es la indiferencia de todos: ni la prensa, ni los gremios, ni el Gobierno, ni la Iglesia, ni la llamada sociedad civil, ni las ONG, ni los gringos han dicho esta boca es mía, porque, por intereses políticos, lo que ayer era malo e ignominioso, hoy se volvió útil y bueno. Allá, la plata sí pesa, y no las huevadas morales. Lo cierto es que en las elecciones mis cuates presionan un poco, y ganan sus candidatos. Por eso, el Congreso de allá está al servicio del ellos, del cacicazgo y de los paramilicos. Los políticos pagan medio millón de dólares, y ellos les aseguran un curul adonde les dé la gana; a cambio de ello, los elegidos se hacen de la vista gorda, y todos viven felices y contentos. Lo mejor de lo mejor es que nadie investiga nada, pues todos son parte de la misma tramoya, es que allá no hay ningún representante de la sociedad al que la democracia no le rinda sus frutos. Y si por desgracias, alguien es agarrado con las manos en la masa, se lo nombra de inmediato embajador en algún país hermano o, en el peor de los casos, a cambio de una confesión se le da la mínima pena. En Colombia gobierna su crema y nata, los verdaderos patriotas comprometidos con su país. Si se descubre en la legalidad a los colaboradores de la guerrilla, se les muestra sus nombres, y ellos señalan a quién ejecutar. Mientras tanto, el gobierno no se entera de nada ni sabe nada de lo que pasa. Así de fácil podría ser todo acá”.

En Colombia, los narcotraficantes, que están vinculados con los paramilitares y con las más altas autoridades de la sociedad, son la pesadilla de todo gobierno, porque ha corrido mucha sangre por causa de la guerra entre sus miembros. La lucha por la supervivencia, la militarización del Estado y el actual clima de terror, han convertido a la sociedad de ese país en un urdimbre social complejo, en el que el miedo a lo que pueda pasar ha adecuado la vida de la gente al instante que vive, ya que la violencia puede estallar en cualquier lugar. Para permanecer vivo se debe mirar y no ver la dura realidad, pues esa es la mejor táctica para conservar la vida en un país donde, más allá del cuento, no se persigue al que verdaderamente está en el negocio de la droga y el Estado se estructura a gusto y paladar de los poderosos grupos de poder. Así de fácil se ha vuelto el mundo vinculado al narcotráfico, lo que permite a sus organizaciones delictivas enviar cada año cerca de 1000 toneladas de cocaína a Estados Unidos, Japón y Europa, el 80% de la droga que se consume en estos países.

El expresidente Álvaro Uribe Vélez es prototipo del político vinculado al narcotráfico y a los paramilitares, sus antecedentes lo relacionan con el Cartel de Medellín. Cuando era alcalde de esa ciudad hizo programas como “Medellín sin tugurios” y después se supo que se trataba de un plan financiado por Pablo Escobar Gaviria, que buscaba la aceptación política mediante la solidaridad social.

Luego fue Director de Aeronáutica Civil y durante los 28 meses que ejerció ese cargo concedió tantas licencias como en los 35 años anteriores, cerca de 200, al Cartel de Medellín, para que pudiera trasladar con tranquilidad los cargamentos de droga a EEUU. En marzo de 1984, la policía allanó Tranquilandia, el laboratorio para procesar cocaína más grande y moderno del mundo, cuyo propietario era Pablo Escobar. Ahí se encontró algunas aeronaves, tres de las cuales tenían licencia de funcionamiento expedidas por Álvaro Uribe cuando era director de Aeronáutica Civil, también había un helicóptero que pertenecía a los hermanos Uribe Vélez.

Por otra parte, hace mucho que el gobierno estadounidense conocía de los vínculos de Álvaro Uribe Vélez con los grupos mafiosos. La información desclasificada de los documentos del Archivo Nacional de Seguridad, NSA, y la Defense Intelligence Agency, DIA, servicio de seguridad dependiente del Pentágono y uno de los más poderosos del mundo, da a conocer los tipos de operaciones ilegales entre EEUU y Colombia, realizados por los carteles del narcotráfico. El informe dice textualmente: “Álvaro Uribe Vélez, político y senador colombiano, colabora con el cartel de Medellín desde altos cargos en el gobierno. Uribe estuvo implicado en actividades de narcotráfico en Estados Unidos. Asesinaron a su padre en Colombia por conexiones con el tráfico de narcóticos. Uribe ha trabajado para el cartel de Medellín y es amigo personal de Pablo Escobar Gaviria…” Se podría añadir que cuando Pablo Escobar escapó de la cárcel y trató de lograr un nuevo acuerdo con el gobierno, el encargado de gestionar dicho acuerdo fue Álvaro Uribe Vélez.

El periódico “El Nuevo Herald” de Miami, escribe el 6 de agosto de 2009 que Uribe Vélez habitualmente participaba en la planificación de las matanzas perpetradas por los paramilitares colombianos, como la del “El Aro” de 1997, llevada a cabo por las Autodefensa Unidas de Colombia, y personalmente acudió a felicitar a los criminales que descuartizaron con motosierras a no menos de quince campesinos indefensos.

Testimonio muy importante es el de Myles Frechette, ex Embajador de EEUU en Colombia, quien afirma: “Había mucha gente que me decía, ‘no le tenga mucha confianza a Uribe, es un tipo ligado con los narcos, que apoya a los paramilitares’. En esa época me hablaban pestes de él, fui a verlo y quedé muy impresionado, pero no me dio ninguna satisfacción en los temas que nos preocupaban… Me dijo que eso no era así, pero muy tranquilamente. Él tiene ese método con esos espejuelos que tiene, lo mira a uno y dice que no”. Frechette quedó poco satisfecho con esas explicaciones y así lo informó al Departamento de Estado. Valdría la pena recordarle que nadie mejor que Maquiavelo describió a las personas tipo Uribe: “En general puede decirse que es ingrato, voluble, simula lo que no es y disimula lo que es, huye del peligro y está ávido de riquezas. Todos ven lo que aparenta; muy pocos advierten lo que es”.

Myles Frechette comentó también sobre lo que en ese entonces fueron, tal vez, los primeros casos de “falsos positivos”. Se trata de la violación más insólita de derechos humanos, en la que con falsas promesas de trabajo algunos sectores del Ejército de Colombia reclutaban a hombres de pocos recursos, generalmente jóvenes, algunos con discapacidades físicas, y luego los asesinaban y los presentaban como guerrilleros muertos en combate, con lo que cobraban las recompensas que el Estado pagaba por esto y conseguían ascensos y permisos dominicales. “Eso fue mucho más común al terminar mi período. Claro, ya me llegaban informes, y los mandábamos a Washington, de tipos muertos que aparecían ensangrentados y los uniformes tenían sangre pero no huecos. No se necesita ser Einstein para entender lo que ocurría”, concluye Myles Frechette.

Pese a todo ello, Álvaro Uribe era considerado por EEUU un elemento clave en la región, puesto que, según los informes de la NSA y la DIA, “extraditó cifras récord de sospechosos de tráfico de drogas… negoció la desmovilización de miles de paramilitares y, a través de una agresiva campaña militar, redujo en más de la mitad el número de guerrilleros insurgentes armados en el país”.

A cambio de ello, y con el pretexto de eliminar a potenciales partidarios de las FARC, durante el gobierno de Álvaro Uribe los escuadrones de la muerte desalojaron de sus hogares, desarraigaron por la fuerza y expropiaron las tierras de millones de campesinos. En la actualidad, los escuadrones de la muerte, que el gobierno de Duque asegura no poder controlar, han asesinado a cientos de activistas y líderes sindicales.

Los escuadrones de la muerte fueron organizados por las elites colombianas para destruir a los movimientos campesinos e impedir la reforma agraria. Posteriormente, con el auspicio de Estados Unidos, evolucionaron de pequeñas bandas de asesinos a paramilitares contrainsurgentes, destinados a desbalancear la correlación de fuerzas a favor de los sectores más reaccionarios de Colombia, evitar la influencia guerrillera mediante el asesinato y la desaparición de líderes populares, y así exterminar a las organizaciones sociales; de esta manera, toda violación de los derechos humanos se atribuye a los paramilitares y no al Ejército de Colombia, lo que a su vez sirve de coartada para que EEUU y UE den ayuda militar y económica a Colombia.

Toda esa mascarada no evitó el escándalo de los falsos positivos, o sea, el asesinato de más de 6.400 civiles por parte de la fuerza pública colombiana. ¿Dónde están los autores intelectuales de estos crímenes de lesa humanidad? Incluso, el relator de la ONU para las Ejecuciones Extrajudiciales validó esas acusaciones y ha exigido su esclarecimiento y el castigo a los culpables, pues Colombia es el país del hemisferio occidental donde se cometen las mayores violaciones de los derechos humanos.

Pero con todos los peros que gusten, que son muchos, y después de largas y arduas negociaciones, en las que participaron todas las fuerzas sociales que anhelan la paz, Colombia logró un acuerdo sobre las condiciones y las garantías que debían darse para obtener y terminar la guerra civil, que durante más de cincuenta años había desangrado ese país; finalmente, el mundo sintió un poco de tranquilidad.

Entonces, el expresidente Álvaro Uribe Vélez inició una campaña contra dicho acuerdo, que desembocó en la elección de Iván Duque, su pupilo encargado de empeorar la situación política de Colombia hasta llevarla, prácticamente, al callejón sin salida en que actualmente se encuentra.

Duque ganó porque el factor imponderable de la incredulidad, y la falsedad en que se apoya, ha engañado tanto a la gente que pocos creen que Uribe, que lo encumbró, sea un delincuente común. ¿Cómo creer que Uribe hubiera subido a la presidencia de Colombia aupado por los paramilitares y ser uno de sus cabecillas? ¿Cómo creer que la DIA informara el 23 de septiembre de 1991 que Álvaro Uribe era catalogado en el puesto 82 de los mayores criminales del mundo? ¿Cómo creer que el Embajador Frechette le hubiera preguntado a Uribe sobre sus vínculos con el narcotráfico, que aparecían en el informe de la DIA y lo identificaba como amigo personal y cercano del entonces jefe del Cartel de Medellín, Pablo Escobar? ¿Cómo creer que Donald Tramp le reclamara a Iván Duque, porque nunca había entrado tal cantidad de droga a EEUU como la que había entrado desde que él era presidente de Colombia? Pese a ser cierto que una mentira no se convierte en verdad por más que muchos crean en ella y que lo falso se expresa de mil maneras y la verdad de una sola, lo real es que Duque fue electo presidente gracias al poder de la mentira.

Con gente así gobernando Colombia es imposible lograr la paz. Se trata de la traición del Estado al Acuerdo de Paz de La Habana. Iván Duque asegura que lo que él no firmó, no lo obliga, o sea, desconoce el acuerdo que firmó el Estado de Colombia y no el expresidente Santos, olvida que al no cumplir los compromisos firmados por Colombia, la Comunidad Internacional y su propio pueblo lo desprecian.

La única salida honrosa a la crisis que vive Colombia es la creación de una Asamblea Nacional Constituyente, que posibilite las transformaciones estructurales que requiere ese país ahora, y no el miedo que hoy se intenta imponer por la fuerza. Mahatma Gandhi lo expresó claramente: “La violencia es el temor a los ideales de los demás”.

Es evidente que hay mucho por hacer, pues demasiada gente ha pagado un precio muy alto y otros más lo seguirán pagando. Pero hay que ser optimista, porque los enemigos de la reconciliación en Colombia podrán eliminar a todos dirigentes populares, como intentan hacerlo hasta ahora, pero no podrán detener el proceso iniciado.

Puesto que en Cali han sido atacadas la Oficina del Alto Comisionado de Derechos humanos de la ONU, la Arquidiócesis de Cali, la Procuraduría General de la Nación, la Defensoría del Pueblo y las organizaciones No Gubernamentales de Derechos Humanos, la política del actual gobierno de Iván Duque es la guerra contra su propio pueblo y el resto del mundo, y es una de las causas de las movilizaciones pacíficas que se iniciaron en Cali el 28 de abril y que se han extendido por toda Colombia. Pese a la ferocidad desencadenada por la policía y los militares, que disparan desde helicópteros, en la oscuridad y a mansalva, causando decenas de muertes y miles de heridos y desaparecidos, la lucha no se detendrá porque de ella depende no sólo el futuro de Colombia sino también el de toda nuestra Latinoamérica, algo que reclama la solidaridad del mundo entero.