Recomiendo:
0

El gobierno y el poder

Fuentes: La Jornada

El triunfo fue arrasador: más de 50 por ciento de los votos en una elección concurridísima que eligió presidente a Tabaré Vázquez, hijo de un obrero de la ANCAP (petróleo) y médico especialista en cáncer. La larga marcha iniciada en 1971 con la fundación del Frente Amplio, proseguida en las prisiones y en el exilio, […]

El triunfo fue arrasador: más de 50 por ciento de los votos en una elección concurridísima que eligió presidente a Tabaré Vázquez, hijo de un obrero de la ANCAP (petróleo) y médico especialista en cáncer.

La larga marcha iniciada en 1971 con la fundación del Frente Amplio, proseguida en las prisiones y en el exilio, acabó con 170 años de dominio de las dos versiones liberales, en realidad cada vez más semejantes: la clásica -el Partido Colorado- y la nacionalista conservadora -el Partido Blanco-. Se acabó así un anacronismo, la subsistencia de un régimen de partidos del siglo XIX, y la división entre liberales y conservadores, propia de un mundo de comerciantes y de hacendados que pertenecía al pasado. Ahora, el Frente Amplio, una alianza de izquierdas que incluye socialistas, está sólidamente instalado en el gobierno, ya que tiene mayoría absoluta en el Senado y en la Cámara de Diputados. Pero una cosa es el gobierno y otra el poder, que sigue en manos de los ganaderos y los especuladores financieros.

La deuda del país equivale a 114 por ciento del producto interno bruto (PIB) y a 5.3 veces sus ingresos anuales; la amortización de intereses de la misma llega a 20 por ciento del PIB, y equivale a 115 por ciento de las exportaciones y a 105 por ciento de los ingresos públicos. Además, 27 por ciento de la población económicamente activa está desocupada o subocupada. ¿Cómo enfrentar los hierros de esta formidable tenaza -el poder de unos pocos y la crisis económica- que tritura al país? Este es muy pequeño y depende de sus vecinos brasileños y argentinos para tratar de escapar a los efectos nefastos de la mundialización dirigida por el capital financiero internacional, de modo que no hay soluciones mágicas, inmediatas. Pero las alternativas siguen siendo, por un lado, imitar a Lula creyendo que, cuando mucho, se podrá hacer algunos cambios cosméticos en la situación económico-social, pues resultaría utópico no pagar la deuda externa o intentar romper la dependencia del gran capital o, por el contrario, trabajar en cambio para modificar, con la influencia política que puedan tener las acciones de un gobierno progresista uruguayo, las condiciones brasileñas, argentinas e internacionales para, construyendo un frente con otros países dependientes, quitarse de encima el yugo de una deuda impagable y, mientras tanto, aplicar políticas públicas que combatan el hambre, amplíen el mercado interno, reduzcan la desocupación en sinergia con empresas argentinas o brasileñas.

Tabaré Vázquez ya ha elegido la primera opción y ha nombrado para eso, en el Ministerio de Economía, al senador Danilo Astori, quien declaró que se inspirará en el ejemplo de Lula. Inclusive José Mújica, líder del Senado, ex tupamaro, probable ministro de Producción y Desarrollo, declaró al diario Clarín, de Buenos Aires, que la burguesía es una vaca que debe ser alimentada y cuidada para ordeñarla y ganar con ella. Habría que ver al respecto si la vaca burguesa deja que le manoseen las ubres…

¿Tiene razón entonces James Petras cuando escribe que el capital ha entrado en la casa de gobierno y que no hay ningún cambio real en Uruguay? A mi juicio, ese tipo de análisis, centrado sólo sobre las posiciones de los dirigentes, es erróneo, esquemático y unilateral, porque excluye la relación dialéctica que existe entre bases y dirección. Los uruguayos desocupados, pobres o de clase media empobrecida, democráticos o socialistas que votaron por el Frente Amplio, no lo hicieron para tener un Lula más, sino para imponer un cambio económico y social. Y su presión sobre el gobierno irá, tarde o temprano, en ese sentido, aunque hayan sido educados en la idea de las reformas graduales, aunque su modelo sea sobre todo el del pasado, el de Luis Batlle y Ordóñez, a principios del siglo XX, aunque se contenten ahora con un gobierno que no robe. Ya no se trata de gobernar la alcaldía de Montevideo, donde los fondos iban para los barrios y los sectores privilegiados, y no había un plan urbanístico y social renovador, porque quedaba la coartada de que no se puede hacer el socialismo en una sola municipalidad de un país que estaba gobernado por los agentes de los terratenientes y del capital.

Ahora, si bien la pobreza y la pequeñez de Uruguay impiden en lo inmediato realizar transformaciones revolucionarias, y nadie puede pretender que el país sea socialista de la noche a la mañana, sí son posibles transformaciones «cubanas», no sólo en la política exterior, que debe acabar con la sumisión a Estados Unidos, sino también en el reordenamiento social del territorio y de la producción, y en la realización de reformas que, en las condiciones actuales, son revolucionarias, como los impuestos al capital financiero para acabar con el hambre y la miseria, o el fomento de la pequeña industria nacional. Sin necesidad de carnear la vaca para comérsela, es posible buscar otra fuente de ingresos que el ordeñe de la privilegiada vaca capitalista. Entre otras cosas, porque los recursos necesarios para producir un litro de leche pueden rendir mucho más si se dedican a crear fuentes de trabajo.

[email protected]