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El padrino. Sobre Silvio Berlusconi, el Vaticano y la muerte de Eluana Englaro

Fuentes: Rebelión

El tipo en cuestión acumula un ingente capital, medios de comunicación y poder político. A lo largo de su larga carrera ha sido playboy, cantante melódico, rico empresario, corruptor de voluntades, mafioso impune, galán narciso y machista. A base de cirugía estética y masivos implantes de cabello, trata de aparentar una juventud que, a sus […]

El tipo en cuestión acumula un ingente capital, medios de comunicación y poder político. A lo largo de su larga carrera ha sido playboy, cantante melódico, rico empresario, corruptor de voluntades, mafioso impune, galán narciso y machista. A base de cirugía estética y masivos implantes de cabello, trata de aparentar una juventud que, a sus casi 73 años, ya debería resignarse a haber dejado atrás. Es un talibán que practica el más crudo fundamentalismo en lo social, en lo político y en lo religioso. Sin el menor recato, hace aprobar decretos y leyes, cosidos a medida, para esquivar causas judiciales que llevarían a cualquier ciudadano a la cárcel durante décadas. Desprecia la libertad, la democracia, las leyes y la justicia; es xenófobo y autoritario. Dicta decretos racistas, discriminatorios e injustísimos contra los inmigrantes, y jamás pierde su valioso tiempo hablando de ayudas al Tercer Mundo, de hambrunas como las de África o de guerras como las de Medio Oriente. En pocas palabras, es un tipo impresentable y repugnante, además de, inequívocamente, un fascista. Se llama Silvio Berlusconi y dirige por cuarta vez la política italiana. Algo de lo que sobre todo tienen la culpa los italianos (como los marbellíes la tuvieron de Jesús Gil, los españoles de José María Aznar y los norteamericanos de George W. Bush), pero que debería empezar a preocuparnos muy seriamente a todos los europeos.

Su última «ocurrencia» ha tenido lugar en fechas recientes, con motivo del llamado «caso Eluana». Hagamos memoria: el día 9 de febrero de 2009, murió en una clínica la italiana de 38 años Eluana Englaro, que permanecía desde 1992 en un estado vegetativo irreversible, a causa de un accidente de tráfico. Ha sucedido tras unas largas y terribles semanas, en las que este siniestro caricato, con el aliento y la colaboración del Vaticano, ha pretendido imponer sus personales convicciones religiosas (o, más bien, alimentar sus intereses electorales), despreciando a la Constitución y a los tribunales superiores italianos, para lanzar, en nombre de la religión católica (pero sin el menor rastro de caridad cristiana), una feroz campaña de difamación contra Beppino Englaro, el padre de Eluana, que ha permanecido a su lado durante 17 años y ahora ha luchado por ofrecerle un final digno a tanto padecimiento.

Eluana, cuando estaba viva de verdad, había expresado con claridad su deseo de no recibir ayuda artificial en una circunstancia como la que luego, desafortundamente, recayó sobre ella: privada de consciencia, de movimiento, de afectividad, todo ello de un modo irreversible. Sus padres (qué duda cabe que con un dolor más allá de lo expresable) han querido, tras 17 años de padecimientos, y tras una dura batalla legal, hacer cumplir la voluntad de su hija, una voluntad que los jueces ya habían reconocido, dictando sentencia favorable a la desconexión de su alimentación artificial. ¿Con qué autoridad moral han pretendido interferir Berlusconi y Ratzinger en el terreno del Derecho y de la Administración de Justicia? ¿Quiénes son ellos para imponer su voluntad y su dogmatismo sobre la libertad de un ser humano para decidir sobre su propia vida y su propia muerte, en circunstancias tan extremas y tan dolorosas, desdeñando y difamando a una familia que ha dado durante 17 años tamaño ejemplo de amor y entrega?

Esta gente que desata inhumanas cacerías contra los inmigrantes, que batalla sin tregua contra la libre expresión de la sexualidad y los afectos, que niega a las mujeres el derecho al aborto, que ni siquiera acepta el uso del preservativo para evitar embarazos no deseados y crueles enfermedades, que aplaude con entusiasmo las guerras más despiadadas de los poderosos contra los indefensos, que mira para otro lado, sin el menor interés, ante la vida torturada de los cientos de millones de desheredados de este mundo, esta gente, repito, resulta que ahora muestra una preocupación inmensa, una indignación incontenible, por la vida de la pobre Eluana Englaro. ¡Qué paradoja! O más bien, ¡qué hipocresía, que inmundicia, qué desvergüenza!

No sé, ni me importa, si habrá algún Paraíso después de esta vida. Pero si lo hay, y si se accede a él por el ejercicio en este mundo del amor y el respeto a los demás, no me cabe la menor duda de que no reserva lugar alguno para sepulcros blanqueados como Berlusconi y Ratzinger. Afortunadamente, a pesar del despliegue de cruel arbitrariedad de estos cruzados de la superstición y el despotismo, Eluana Englaro ya descansa en paz. Y no de un modo nocturno y clandestino, sino rodeada del afecto de quienes la han cuidado con dedicación sobrehumana durante 17 años, bajo la atención de médicos cualificados y respetuosos de los principios éticos de su profesión, con el pleno respaldo de las leyes de la República Italiana, y con una dignidad de la que jamás, jamás, jamás podrán preciarse los políticos mafiosos y los clérigos integristas que, sin más afán que favorecer sus intereses mundanos, han pretendido perpetuar su tormento.

Francisco Moriche Mateos, febrero de 2009

[email protected] http://franciscomoriche.blogspot.com