Los precios de los alimentos no paran de escalar en un país con todas las condiciones para elaborar buenos alimentos y baratos, pues «algo» se interpone entre nosotros y los alimentos buenos y baratos. Debemos estudiar ese «algo», cuyo nombre es «política económica imperante» que para el caso, se viene aplicando desde la apertura democrática […]
Los precios de los alimentos no paran de escalar en un país con todas las condiciones para elaborar buenos alimentos y baratos, pues «algo» se interpone entre nosotros y los alimentos buenos y baratos.
Debemos estudiar ese «algo», cuyo nombre es «política económica imperante» que para el caso, se viene aplicando desde la apertura democrática hasta ahora sin variaciones, salvo, una profundización de esa política en estos últimos años, profundización que responde a varios factores y en especial, a un mayor empuje del capital trasnacional.
No existe democracia sin comprensión de la realidad política y no puede existir una comprensión de la realidad política sin comprensión de la política económica, cuyos efectos son particularmente determinantes en una cultura.
Los popes de nuestra política económica no han agregado nada a una teoría que se impone de tal manera que ha logrado mostrarse como la única posible, como la única que tiene derecho a la existencia. Lo curioso es que esa teoría favorece al capital trasnacional, lo que equivale a decir que esa política es pensada por el capital trasnacional que logra, por sus ilimitados recursos, que una serie de presidentes y ministros y «teóricos», oficien de caudatarios del capital trasnacional.
La política económica imperante afirma que el impulso a las «economías en desarrollo» lo constituye la inversión extranjera, habida cuenta que las «economías en desarrollo» no tienen fuerzas autóctonas para impulsarse. Sin embargo, el propio dinero que pedimos prestado a la banca privada extranjera y que engrosa nuestra astronómica deuda externa, es el mismo dinero que nosotros depositamos en la banca privada extranjera, con una salvedad: depositamos más dinero que el que pedimos.
Se afirma que no tenemos fuerzas autóctonas para impulsar nuestra economía, sin embargo, «invertiremos» como mínimo seis mil quinientos millones de dólares en el ferrocarril, el viaducto, el puerto y la electricidad que le compraremos a UPM.
¿Qué lograremos con esa «inversión», amén de endeudarnos y subir nuestras tarifas de UTE y OSE? Lograremos que UPM estrague para siempre una inmensa cantidad de hectáreas, que agregue contaminación (¡y cómo!) a un río ya contaminado, y que se apropie, por sus fabulosas ganancias, de más tierras todavía, con la consiguiente expulsión de nuestro hombre del campo.
Así llegamos de lleno a un problema esencial para una economía como la nuestra: la propiedad de la tierra y por lo tanto, quién ocupa y qué se hace en esa tierra.
Lo primero que debemos decir es que el capital extranjero es dueño de la mitad de la tierra del País y que además, es dueño de las mejores tierras del País. Montes del Plata tenía 240.000 hectáreas y UPM 200.000 y ahora vaya a saber uno cuántas tienen. Estas empresas son las principales latifundistas y en sus campos pletóricos de eucaliptos, acaso se aloje alguna cotorra y alguna serpiente pero gente, no hay. Campos donde antes se criaban vacas y ovejas hoy están llenos de eucaliptos que nos empobrecen y expulsan y el dinero resultante de la venta de esos eucaliptos, no queda aquí para impulsar nuestra economía. Se fuga, precisamente, a las arcas de las trasnacionales de la madera.
Pero también tenemos a las empresas extranjeras que se adueñan de la tierra para plantar soja, con el consiguiente daño a la tierra y al agua y su correspondiente fuga de capitales ¿Para qué se planta esa soja? ¿Para producir aceite de soja en nuestro País? No. Se planta soja para alimentar los pollos y los cerdos de China o de donde sea.
Los popes de nuestra política económica imperante nos anuncian que sin el capital extranjero nos moriríamos de hambre y jamás nos desarrollaríamos, pero ocultan la verdad: la inversión extranjera es la causa de nuestra pobreza y de nuestro atraso. La inversión extranjera se ha apoderado de nuestros principales rubros económicos: la tierra, la Banca, los frigoríficos, la exportación de cereales, las grandes superficies comerciales, la elaboración de bebidas y el tratamiento de la madera.
Entonces no agregan, acaparan rubros que antes eran nuestros. Lo que ha agregado la inversión extranjera amén de soja, es la elaboración de pasta de celulosa. Aquí tenemos la inversión extranjera que nos estimulará para salir del atraso y generará industrias, trabajo ¿Qué industrias generaron las pasteras? En el caso de UPM, una fábrica de químicos que en rigor es propiedad de UPM, y una empresa encargada del mantenimiento de la planta, que no sé si es independiente de UPM. Luego de eso, plantines y transporte. Como vemos, casi nada y el problema es que en esos campos de eucaliptos donde ahora viven cotorras y serpientes, si es que viven (en los grandes monocultivos ni siquiera viven cotorras y serpientes) ya no se cría ganado que, a diferencia del eucalipto, permite alimentarse. Además, lo que genera el ganado es mucho más que lo genera el eucalipto, pues la cría del ganado requiere veterinarios, alambradores, peones, esquiladores, agarradores, benteveos, inseminadores y la carne y la lana y el cuero abren el camino a la variada industria de la carne y los frigoríficos, a la marroquinería y zapatería y tejidos.
Así que tenemos pasta de celulosa que viaja a Finlandia para el papel higiénico y el packaging, una pasta de celulosa que desplaza a la carne, la lana y el cuero y toda la riqueza que producen y que además, nos brindan un alimento esencial, un alimento sin el cual no hubiéramos evolucionado desde los australopithecus.
El problema es que la política económica imperante exonera de impuestos y fabrica vías de ferrocarril para los principales latifundistas y entonces les brinda ventajas en la lucha por la tierra para que acaparen más tierras y en suma, la política económica imperante, favorece la extensión del latifundio por parte del capital extranjero.
El capital extranjero, en vez de invertir para que salgamos del atraso, viene a apoderarse de los rubros cruciales de nuestra economía para profundizar nuestro atraso, primero que nada, pues incrementa la fuga de capitales, es decir, de los recursos imprescindibles para un posible «despegue» económico», segundo, porque innova en nuevos rubros como la pasta de celulosa que casi no agregan trabajo a la mercadería y en rigor, es la materia prima de la materia prima, tercero, porque aplasta a la producción nacional con las ventajas que obtiene, sumado al poder que tiene de por sí, y cuarto, porque destruye nuestra cultura, que en rigor es la principal herramienta para la producción de riquezas.
No el dinero, sino la inteligencia, sabe las palabras que mueven la piedra que cierra la cueva de Alí Babá. El tesoro lo tenían ocultos los ladrones, como todos sabemos y los ladrones tienen gente a su servicio para mantener el tesoro oculto e imponer el pensamiento único, para imponer la política económica que como una losa aplasta a la producción nacional. Ahora, y aplique el lector una particular atención a esto que diremos: no existe robo de recursos sin destrucción de cultura. No existe exportar esos nutrientes de la tierra a modo de pasta de celulosa, sin extender el latifundio generando taperas y en las taperas, nadie transmite nuestra enorme herencia cultural.
Una isla llena de frutos y animales no es rica, sino que son ricos quienes viven en esa isla. Son ricos por la enorme abundancia de frutos y animales, pero son ricos porque han sabido y saben, conservar esa riqueza y reproducirla. Conservarla y reproducirla implica saber cosas que la protejan y la amplíen, y esas cosas hacen a la cultura. Entonces llegamos al asunto de cómo incrementar nuestra riqueza, nuestra cultura y vemos que ahí la educación debe cumplir un rol esencial, debe asegurar la transmisión de nuestra herencia cultural, y debe acelerar al máximo el talento natural de los estudiantes que serán nuestros productores de riquezas y nuestros ciudadanos.
Y para que esa educación exista, debe haber una República que la sustente y el problema, es que inversiones como la de UPM destruyen los tribunales de la Justicia, erosionan el Parlamento e imponen, como práctica política, el asesinato de la República con el secreto y el silencio.
Los ladrones, para apoderarse de las riquezas de la isla, deben dominar la organización política de la isla y destruir su capacidad de generar riquezas. La gente de la isla, debe asegurarse sus riquezas, su capacidad de producirlas, y su capacidad de elaborar nuevas riquezas, de hacer de la materia más vida y cuando decimos materia, incluimos las ideas, una manifestación sutil de la materia.
El precio que pagamos por los alimentos de la isla, es responsabilidad de la política económica que le abre las puertas del saqueo a UPM. Si queremos alimentos buenos y baratos y una vida mejor, debemos tender la mirada al sitio en el que se le hace una brecha a nuestra muralla. El problema del precio alto de los alimentos nos lleva al terreno de la política donde para robarnos, necesitan derrotar nuestra República. Derrotada la República, no habrá resistencia y ahí vendrán por todo, absolutamente todo, y nos quedaremos sin frutas y animales, y ya no sabremos cómo producirlos y seremos ciegos tanteando con su bastón el abismo.
¿Estamos a tiempo para revertir el desastre? ¿Lograremos ver la raíz del problema y establecer la estrategia perfecta para vencer? El futuro es incierto, pero por primera vez en mucho tiempo, titila una esperanza. Ciudadanos del campo y la ciudad han abierto los ojos al desastre del fuego que devora nuestras riquezas y han decidido dejar de ser observadores, para convertirse en agentes de la Historia. Piensan, hacen, discuten, se conocen. Cada vez somos más. Nuestra tarea es sencilla, templar nuestro acero. Nuestra ventaja es una sola, pero de un poder infinito, la verdad.
Nuestro acero son nuestras ideas, el fuego es la verdad. Nosotros, que seremos todos, templaremos el acero al fuego para vencer.
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