En una entrevista el filósofo italiano Gianni Vattimo le decía a Ernesto Laclau, pensador postmarxista argentino que, al final de todo está el problema de la revolución. Tiene razón. ¿En qué consiste?, ¿cómo se hace? ¿cuáles son sus beneficios?
Las respuestas a esas preguntas diseñan colectivamente con las clases sociales oprimidas quienes a partir de las necesidades materiales y las contradicciones se las plantean.
Empezamos un nuevo año con dificultades sanitarias y sociales. Así poco a poco se pierde la esperanza de mejores días. Sin embargo, la llama de la utopía de otros mundos posibles no se puede apagar. Tampoco de la nostalgia podemos vivir. En ese contexto, el problema de fondo es la revolución. Nos hemos acostumbrado al orden vigente. Los partidos políticos actualmente cavan su propia tumba cuando no responden a los intereses de las grandes mayorías.
El PIB del país subió en el 2021 y este año es de los mejores de la región; sin embargo, esto no se traduce necesariamente en mayor bienestar social. Ahora mismo Panamá es el país con peor participación del ingreso laboral y la tendencia es a la baja. Como dice Dídimo Castillo Fernández: “El modelo económico y político […] limita el proceso de redistribución de excedentes capitalistas en perjuicio y detrimento de la clase trabajadora” (Véase de este autor: Panamá. Modelo dual y excluyente). La pregunta es ¿Dónde están todos esos millones? El preguntarse esto implica objetivamente la necesidad de una mejor distribución de nuestras riquezas.
Ya sabemos que no vamos a cambiar nada con los mismos de siempre. En particular con quienes se acomodan al statu quo. Como dice Olmedo Beluche los seres humanos se acostumbraron a la autojustificación, por eso, a partir de múltiples abstracciones justifican sus actos. En fin, ya sabemos que los cambios no se hacen de un día para otro, pero también sabemos que son posibles. Necesitamos empezar pensando estratégicamente en un futuro mejor, pero con los pies en la tierra. Objetivamente necesitamos revolucionarnos en lo económico, social, político y cultural.
El imperativo de que queremos una mejor vida es el fundamento de esa necesidad, sin tantas vueltas ese es el principio movilizador. Los motivos sobran, cada día vemos cómo se desmejora las condiciones materiales de vida social y ambiental. Lo cual no debemos dar como natural sino como una imposición histórica que podemos transformar.
Abdiel Rodríguez Reyes. Profesor de Filosofía en la Universidad de Panamá
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