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Un despilfarro llamado FF.AA.

El sentido común exige desmilitarizar Uruguay

Fuentes: Voces del Frente

Alguien alguna vez dijo, que sí los brasileros decidían invadirnos, poca defensa podíamos ejercer; bastaba con que su ejército formase fila en la frontera y orinasen todos hacia este lado, para que muriesemos ahogados. Y tengase en cuenta que cuando escuché ésto por primera vez, ya hace unos cuantos años, los índices de consumo de […]

Alguien alguna vez dijo, que sí los brasileros decidían invadirnos, poca defensa podíamos ejercer; bastaba con que su ejército formase fila en la frontera y orinasen todos hacia este lado, para que muriesemos ahogados. Y tengase en cuenta que cuando escuché ésto por primera vez, ya hace unos cuantos años, los índices de consumo de cerveza per cápita en el vecino coloso del norte, eran pre neoliberales, y ni por asomo los actuales.

Pese a lo escatológico y caricaturesco, este ejemplo de la lluvia o marea dorada, es lo suficientemente gráfico como para llevarnos a una habitualmente eludida reflexión en nuestro país.

Si formulasemos la pregunta de rigor para ello, en cualquier aula escolar ¿Cuál debería ser el objetivo de las fuerzas armadas de un estado?, los niños levantarían la mano al unísono para responderla, agradeciendo en su fuero íntimo la oportunidad de mejorar sus notas por participar en la clase. Y hasta el menos avezado de ellos, nos diría que el objetivo prioritario y central debiera ser la defensa de la integridad nacional.

Ni a un antiguo compañerito de banco mío, que sostenía que la luna era más importante que el sol -porque aunque alumbrara menos, lo hacía de noche, cuando era más necesario porque estaba oscuro-, se le ocurriría sostener que el objetivo de las Fuerzas Armadas uruguayas podría ser invadir a otro país.

Ya desde pequeños, los uruguayos renunciamos a cualquier intención de expansión territorial o vocación imperialista; y casi nuestro único y ya perdido (Gracias Paco) afán de conquista, ha quedado circunscripto a algún triunfo en una lid futbolística.

El destino geográfico nos privó de la vecindad con Chipre, Malta o Bélice, por ejemplo, y terminamos conformando una idiosincracia así de humilde.

Bien, convenido entonces hasta con los escolares, que no invadiremos a nadie, (y que nos perdonen los hermanos paraguayos por la irrepetible tropelía de la Triple Alianza) unas fuerzas armadas uruguayas deberían existir para defendernos de un ataque.

¿Quiénes podrían ser esos eventuales atacantes? Como no hay evidencias científicas de la existencia de aliénigenas, la respuesta  se simplifica: Argentina, Brasil o los invasores universales, que en este caso ni precisarían la ayuda de sus laderos británicos.

¿Podríamos con nuestros recursos humanos y logísticos, enfrentar a alguno de estos contendores con alguna posibilidad de éxito? ¿Podrían servir estos como elemento disuasivo para frenar a nuestros potenciales atacantes?

De pronto aquí haya alguien que discrepe conmigo y piense que sí, que podríamos sortear victoriosamente un enfrentamiento de este tenor y expulsar las hordas de nuestro territorio; después de todo, hay quienes siguen teniendo esperanzas que Uruguay clasifique al mundial.

Se ha denunciado sostenidamente que no contamos con los radares suficientes como para detectar las avionetas en que nos narcotraficantes introducen su veneno en nuestro país. Mal podríamos entonces, protegernos de esos bombarderos silenciosos actuales, hasta que ningún objetivo táctico quedara en pie. Si es que tenemos objetivos tácticos para ser destruídos por los invasores. Un par de aeropuertos y un puñado de cuarteles. Los hangares de la Fuerza Aérea no precisarían ser atacados, porque la obsolecencia y falta de preparación de nuestros pilotos por motivos presupuestales, los convertirían más en un estorbo, que en un bastión para la defensa.

Y sin embargo, aún en esta época de vacas flacas, el presupuesto de defensa ordeña más de doscientos millones de dólares anuales a las menguadas arcas estatales. Y hasta el cocodrilo del bolsillo de Danilo Astori se ha dado un respiro, y se proyecta que para el 2009 tengan un incremento presupuestal del 5.1%.

Es cierto que los vietnámitas antes, y los iraquies cada día, demuestran que se puede enfrentar con éxito a un enemigo mucho más poderoso. Pero los David modernos no pueden ya solo valerse de una honda. Y Bertolotti no es Ho Chi Min, ni quienes le sucederán por derecha son Giap. Y para muchos ácidos críticos, ya no existe la Unión Soviética y su poder disuasorio.
En Iraq, el Ejército se disolvió sin presentar demasiada batalla. Las renombradas guardias Republicana y Medina, élite de combate del aparato armado de Saddam, se esfumaron entre las dunas. Y se supone que hoy muchos de sus integrantes forman parte de la resistencia iraquí, que inflige un goteo de bajas constante a los invasores, utilizando la única táctica que les puede permitir un día expulsar a quienes hollan su suelo: lograr que la opinión pública estadounidense se vuelque masivamente en contra de la agresión, por su alto costo.

Podríamos entonces, a la vista de esta experiencia, coincidir en que algo siempre se puede hacer. Pero para lograr esto, las Fuerzas Armadas deben estar profundamente enraízadas con su pueblo, al decir de Mao, sentirse como un pez en el agua entre él. Y recurrir a tácticas guerrilleras, para las que actualmente no se preparan.

Y como, para un ataque de tipo insurgente, única opción víable, de nada sirven tanques de guerra o carros de asalto, cualquier compra de estos elementos no es más que un despilfarro. Podrán quedar muy lindos en un desfile, pero difícilmente puedan ser utilizados en un conflicto bélico.

La única alternativa pareciera ser el entrenar a la población en el uso de armas ligeras y explosivos, instalar depósitos ocultos de estos elementos y tener establecido un comando táctico avezado en la lucha irregular. Ciertamente, una estrategia que requiere infinitamente menos presupuesto que mantener unas vetustas Fuerzas Armadas, que solo sirven para la represión interna.

Es cierto que hasta el presente, el mantenimiento de este aparato ha oficiado como una suerte de seguro de desempleo camuflado, que posibilita a los sectores menos favorecidos el obtener un medio de vida. Pero detengamonos a pensar lo que podría significar para el país el disponer de esos doscientos millones de dólares anuales para inversión. Un milliardo (como les gusta decir a los periodistas de CNN) en el quinquenio. Cuatro mil millones de dólares, a ojo de buen cubero, desde la recuperación democrática, aunque haya sido más, porque en los últimos años ha ido descendiendo el presupuesto que se destina a Defensa y yo simplemente estoy multiplicando el actual.

Andamos desesperados buscando inversores; hemos hecho concesiones casi hasta bajarnos los lienzos en los últimos períodos, para atraer a cualquiera que tuviera dos mangos y estuviera dispuesto a ponerlos aquí. Exenciones impositivas, flexibilizacion de condiciones laborales, y carencia de controles para capitales de dudosa procedencia, fueron la constante. Y pese a todo esto, los resultados fueron magros: no hemos desarrollado nuestra economía y el desempleo ha crecido en forma constante.

El año pasado, con motivo de los terribles incendios en Rocha, las Fuerzas Armadas prestaron una invalorable colaboración para enfrentarlos. También han ayudado para paliar los efectos del reciente temporal que sufrió nuestro país. En ambas ocasiones se utilizo mucho material y personal militar, y aleluya que así haya sido. Ahora, no creo que combatir desastres naturales sea la función específica castrense. En lugar de utilizar vehículos artillados y soldados para combatir las llamas, podríamos disponer de más coches bombas y bomberos, para ejercer su función natural.

Una buena guardia fronteriza, unas cuantas lanchas patrulleras para vigilar nuestras aguas territoriales y mucha diplomacia, para que en caso de recibir alguna agresión, contaramos con respaldo internacional, cumplirían bastante mejor con el cometido que hoy recae sobre las Fuerzas Armadas. Que de las guardias perimetrales de cárceles se ocupen algunos policías más, que nos permitiría tener ese ahorro monumental.   

Para finalizar, dentro del ciclo de analisis de la Fuerzas Armadas que se ha propuesto Voces del Frente, quiero dejar planteada una pregunta: ¿no será tiempo de imitar a Costa Rica, cincuenta y siete años después, y desmilitarizar al Uruguay?